Metal, metal

Bilbao es una ciudad metalúrgica, a la que los artistas le hacen homenajes metalúrgicos, que en su vocación de metal ha logrado encontrar, exitosamente, una impresionante resurrección estética.

San Juan de Luz, Francia.- Quizá no debí haber parado ahí, no hacerlo me hubiera ahorrado muchos descalabros en un viaje que de otro modo hubiese tardado tres horas y que viene tardando ya dos días.

Salí de Santander en la mañana, una ciudad que, con lo poco que la conozco, me resulta algo fea y de la que decidí irme pronto para quitarme su imagen de la mente, poniéndome en frente, por ejemplo, una ciudad más moderna como recordaba que era Bilbao. Además, hacía al menos diez años que no visitaba el museo Guggenheim, y me daba curiosidad volver a verlo. ¿Habría envejecido bien ese edificio tan avezado de finales de la década de los noventa? ¿Concordaría con el paisaje urbano actual? ó ¿Habría envejecido como otros, por ejemplo, el de Bofil de la Place du Marché Saint Honoré de París?

Ahora, no digo que Santander sea fea inmunda como Chilpancingo o como Colonia, en realidad sólo es vetusta; es una ciudad vieja, no dignamente antigua como Roma, que eso ya es otro cantar, está vieja, todos los edificios parecen olvidados, me resulta algo decaída, no decadente, en el concepto de decadencia que tiene Lisboa, sino decaída; quizá se deba a que se quemó dos veces y que se rescató poco y que luego la gente vino construyendo lo que se le vino en gana, como el Hotel Bahía, que no puede ser más impresentable. Pero no es la única ciudad que se ha quemado dos veces, así que pensándolo bien, esto no justifica un desarreglo estético.

No es la única ciudad que ha sufrido dos devastaciones, pues las hay que se han inundado en más de una ocasión, las que han sido bombardeadas más de una vez y las que se han caído con los temblores también en distintos momentos históricos y han sabido resucitar con cierta dignidad. Todo mundo tiene derecho a más de una desgracia, pero nadie tiene derecho al desarreglo desparpajado.

El incendio de Santander
El incendio de Santander

Así que me detuve en Bilbao, en ese viaje que pensé que me llevaría de Santander al sur de Francia en algo más de tres horas y que sigue sin terminarse, ahora interrumpido en San Juan de Luz, más de dos días después, habiéndome llevado de Santander a Bilbao, y de ahí a San Sebastián, y luego a Irún, después a Hendaya y que ahora me tiene varado en esta pueblito que es tan pintoresco.

Bilbao es una ciudad de una tradición metalúrgica centenaria. Al inicio de su existencia, en el siglo XIII, poco hierro se extraía de las montañas vizcaínas que la circundan. Sobre todo era una ciudad portuaria. Pero entre los siglos XIX y XX era ya el referente del hierro en Europa, un lugar que exportaba algo así como el 90 por ciento del hierro que se utilizaba en el continente (no recuerdo de dónde saqué este dato, sólo espero que no sea mentira). Y siguió con su vocación portuaria, naturalmente.

Museo Guggenheim de Bilbao
Museo Guggenheim de Bilbao

No es más que afortunado que Gehry, quien a finales de la década de los noventa construyó el edificio que alberga el museo Guggenheim, propusiera un proyecto muy coherente: sobre el río, una estructura de titanio y piedra que vista de alguna perspectiva parece un barco. Una construcción ideal como homenaje a una ciudad con vocación al agua y a la extracción de metales.

También la instalación permanente de Richard Serra, en una gran sala, es un homenaje a la tradición metalúrgica de la ciudad. “Materia del tiempo” se compone de una serie de inmensas estructuras de metal (acero en este caso, ese elemento que sabemos que es una aleación entre el hierro y el carbono en mucha menor cantidad) que describen curvas, espirales, figuras que permiten el paso de los visitantes por sus entrañas.

Richard Serra. Materia tiempo
Richard Serra. Materia tiempo

Serra explica que el nombre que le dio al proyecto se basa en el concepto de “temporalidades múltiples” o “estratos”. Sostiene que la experiencia de la observación de una instalación semejante se verifica en una sucesión de momentos y se “activa y anima al ritmo del movimiento del espectador”. Es interesante: lo mismo sucede al observar el museo desde distintos puntos: por encima parece una flor, en este afán de la arquitectura orgánica; desde otro, un barco, en esta pretensión de homenaje a la vocación de un puerto; de cerca, sus placas de titanio – siempre curvas, ninguna línea – recuerdan las escamas de un pez, y desde otro lugar, digamos que si uno se dirige rumbo al casco viejo (¿estarán más contentos los vascos si le llamo Biejoak kaskoak?), se sumerge tímida, discretamente en un paisaje de río, edificios antiguos, montañas y árboles.

Luego me fui, contento de verificar que Bilbao sigue siendo una ciudad de hoy. Una ciudad que no es que venga envejeciendo bien, sino que se mantiene actual, vibrante, contemporánea, con su hierro, su acero, su titanio y su río. Que, dicho sea pronto, no ha envejecido.

Museo Guggenheim de Bilbao visto desde el aire
Museo Guggenheim de Bilbao visto desde el aire

Finalmente llegaré, espero que en algunas horas, a la casa del sur de Francia, que por su parte es de otros materiales que se inscriben bien en un paisaje que da para que las casas sean así, aunque sean muy viejas, de modo que no resaltan horrendamente en su emplazamiento. Me alegra la coincidencia de tantos factores en este viaje. Me alegra que esa casa a la que espero llegar algún día sea coherente con el paisaje, como Bilbao es, a pesar de todos sus componentes aparentemente discordes, una ciudad en armonía, donde las montañas se acoplan con el río, el edificio-barco-flor-pescado de Gehry, los edificios antiguos y las formas de acero de Serra al interior de aquella estructura orgánica tan sutil. Al final todo tiene sentido, al menos en este caso: Bilbao es una ciudad metalúrgica, a la que los artistas le hacen homenajes metalúrgicos, que en su vocación de metal ha logrado encontrar, exitosamente, una impresionante resurrección estética.

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