Jacobo y su tiempo

Que lo positivo de su ejemplo perdure y que la memoria sin olvidar, orille lo superfluo.

Ciudad de México.- Murió el periodista más disciplinado en la historia de México. Conocí a Jacobo Zabludovsky hace 40 años, su ecuanimidad es legendaria y sus cambios de humor sólo se percibían a través de marcados cambios en su tono de piel más o menos irrigada por bombazos de sangre, consecuencia de datos informativos o de agresiones del entorno.

La historia de Jacobo, es en parte la que él quiso hacer de si mismo. El chico observador y comerciante del barrio de la merced, el marido fiel, el empleado confiable, el profesional a toda prueba, un buen judío defensor del estado de Israel, amigo de unos cuantos, buen gourmand y gourmet, aficionado a los toros, discreto, hispanófilo, amante del tango, celoso de su profesión a punto de intriga, enemigo fino, sarcástico, arrogante a veces, disciplinado siempre al punto de infringirse duros y excepcionales remedios para aparecer al aire cuando la ingesta de alcohol era excesiva.

Escritor y redactor con la familia O’Farrill; amigo de Miguel Alemán, empleado de Emilio Azcárraga y finalmente de Francisco Aguirre; colaborador de la revista Siempre y fiel amigo de su fundador Pagés Llergo; Jacobo contribuyó de manera significativa a la formación de varios comunicadores, Miguel Alemán Velasco el primero, Joaquín López Dóriga, Juan Ruiz Heally y Lolita Ayala, como figuras de cuadro; Juan Manuel Rentería, Miguel Reyes Raso, Rita Ganem, Fernando Schwartz y Heriberto Murrieta, como reporteros; Miguel Bárcena, Patricia Alvarado, Gregorio Meraz, las jóvenes promesas; Eva Usi, Erika Vexler, Aniceto Menéndez, Kasia Wiederko, Joaquín y Alberto Peléz, Valentina Alazraki entre otros corresponsales; también su propio hijo Abraham, quien fue obligado a dejar la pantalla por sus excesos megalómanos, prepotentes y brabucones, pese a su inteligencia seductora (a veces), asimismo Raúl Hernández, Héctor Tajonar y Domingo Álvarez en la redacción. Su productor principal, sin duda lo fue el famoso demonio, Arturo Vega Almada.

Muchos otros gravitaron en torno suyo con mayor o menor grado, Ricardo Rocha y Pepe Cárdenas, quienes despertaban los celos de los reporteros de Jacobo, no les calificaría yo de discípulos suyos, sino quizá junto con Agustín Barrios Gómez, los únicos periodistas que representaban cierta y necesaria rivalidad en el entorno de Jacobo.

Un hombre de equipo, de lealtades y de disciplina, de códigos. Jacobo se dejo siempre querer por Miguel Alemán que le abrió sin duda las puertas del glamour, así como del gran mundo del poder y la fama, por su amigo Emilio Azcárraga Milmo, quien sin pelos en la lengua le leía la cartilla cuando se pasaba de la raya apoyando a sus amigos de la judicial (judíos), por Cantinflas, por García Márquez y por decenas de mandatarios de todos los países hispanos, figuras artísticas e intelectuales.

Conocí a Jacobo, desde la angularidad de la oficina de Paco Taibo, mi maestro y amigo, en el mismo edificio que se cayó con el terremoto del 85 en Niños Héroes 27, le conocí como el alter ego de mi guía, le miré siempre como el periodista integrado, como el intelectual orgánico que necesitaba Televisa. Siempre en el ser, siempre con la primera del día, siempre con el as bajo la manga. Ese era entonces nuestro celo hacia él y eso es lo que motivaba nuestra redacción distinta, nuestra nota diferenciada, nuestro enfoque.

Algunos personajes le rondaban y protegían entonces, como Félix Cortés Camarillo, se necesitaba alguien ideológicamente opuesto a él para cuidarlo con tanto celo y tanto conocimiento de causa.

Martha Venegas, Talina Fernández, Rocío Villa García, Patty Suárez, fueron mis colegas con Ricardo y Pepe, quienes redactaban su noticiero, hicimos en torno a Paco un buen contingente para construir un discurso distinto al de Jacobo.

Sin embargo, no dejó de enseñarnos mucho su disciplina, su presencia constante, su redacción fina, su entorno entregado y devoto. Todos le queríamos a nuestra manera y apreciábamos su saludo que aparecía de vez en cuando.

Todas las facilidades eran para él, las cámaras, las mejores imágenes de stock, las primeras películas en llegar por las agencias internacionales, los principales cables, era él quien les veía primero y a quien se le facilitaban en primera instancia.

Su tono serio, distante, lacónico, sarcástico a veces, nos podía siempre. No nos atrevíamos siquiera a hablar mal de él, todo se resolvía en un intercambio de miradas, en un gesto, cuando percibíamos un movimiento que le habría de ser favorable, cuando sabíamos de una nota que había desaparecido de los cables y que seguramente estaba ya en su escritorio.

Así las cosas, Jacobo era siempre referencia. Creo que una de sus debilidades más fuertes y desde luego entendibles por la filiación, era Abraham a quien consentía sin recato y para pesar de muchos de nosotros sus coetáneos.

El coche de Jacobo siempre era el modelo anterior al de sus jefes, Emilio, Rómulo y Miguel, pero no así el de Abraham quien lucía su último modelo, a veces con placas americanas. A Jacobo se le pagaba más que bien y se le hizo rico, quizá para que entendiera que estaba sirviendo a un poder específico. Ganó dinero y fue siempre uno de los mejores sueldos de la empresa, en ocasiones el mejor. Pero salvo por sus trajes bien cortados y sus camisas un poco off, su estilo fue sobrio y su comportamiento cortés, algo distante.

Su mirada de frío azul y su silencio provocaba en sus interlocutores esa palabra de más sobre la que cosechaba tanto en sus entrevistas y es que el Tempo jacobino era magistral, nadie le rivalizo en esa maestría. Sus entrevistas inquisidoras, al punto, dolientes a veces, provocadoras siempre.

Su esposa Sara, reinó en su vida y lució siempre con gesto amable, sin demasiada implicación, buscaba acercar a los interlocutores con una sonrisa que parecía siempre franca, sincera, positiva. Su actitud siempre fue la del guardián bien entrenado. Se intuía su capacidad de pasar a la reacción si un atrevimiento rebasaba los niveles de tolerancia o resiliencia.

Jacobo es un grande que atravesó muchas décadas, siete al parecer, haciendo su trabajo y depurando su método. De él aprendimos muchos el algoritmo de la cadencia noticiosa. Cómo redactar un teaser, dónde colocar la nota principal, cómo dialogar con los horarios y el rating, dónde insertar los deportes, cuándo posicionar la entrevista. Aprendimos el valor de un segundo de silencio, de una equivocación al propósito, de una sonrisa dibujada de manera sarcástica, de una nota dada sin querer, de un apoyo dado por militancia ideológica o religiosa. Con él se aprendió la dignidad del oficio. Quien quiera criticarlo desde lo ideológico que no lance la primera piedra sin ver la que tiene en el ojo.

Jacobo es un hombre de su tiempo, un tiempo que se extendió por cerca de ochenta años de trabajo, un tiempo que mueve a respeto y cuando de crítica se trata, por lo menos a un análisis cuidadoso.

Licenciado, Sarita a usted que vive, les mando un fuerte sincero, apretado y largo abrazo de despedida. Que lo positivo de su ejemplo perdure y que la memoria sin olvidar, orille lo superfluo.

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