Qué bonito que es el diablo

“La tradición cristiana procuró no recordar que, si Satanás había sido un ángel, posiblemente debía ser muy bello”.

Umberto Eco, Historia de la fealdad.

 

Ciudad de México.- El vocablo deriva del latín daemonium, palabra que a su vez proviene del griego. En la doctrina cristiana el demonio es uno de los tres enemigos del alma. En la tradición religiosa, el ángel rebelado y en lo concreto, el príncipe de todos ellos. El demonio es un espíritu que incita al mal. Iconográficamente identificable, el demonio también puede – más complejamente – ser un concepto etéreo relacionable con la maldad, con el pecado, con la tentación y el desorden, la condenación y lo terrible.

Hay otras más románticas. Para García Márquez era el amor, si recordamos la famosa desconsolada frase de su desgraciado personaje Cayetano Delaura, ese pobre cura que se enamora de la niña a la que tiene que exorcizar y que cuando va con su superior – luego de una entrevista con la niña – le confiesa que efectivamente lo ha visto: “Es el demonio, Padre. El peor de todos”. Desde ese momento, Delaura queda condenado a la tragedia derivada de su terrible enamoramiento.

Ambrose Bierce, en su Diccionario del Diablo, asevera que el demonio es “un hombre cuyas crueldades son relatadas por los periódicos (luego, la entrada nos envía a ver “Monstruosidad de la forma humana”, pero sólo para averiguar que el autor finalmente decidió no escribir nada al respecto)”. Cuando define Diablo, Bierce dice que se trata del “culpable de todos nuestros males y propietario de todo lo bueno que existe en el mundo. Fue creado por el Todopoderoso, pero lo trajo al mundo una mujer”. Misógino galopante, el Amargo Bierce está convencido de que la mujer es la figura que más nos conviene observar si lo que queremos es darnos una idea de a qué diablos se parece Satanás.

El sueño de Tartini. Por James Marshall, 1868.
El sueño de Tartini. Por James Marshall, 1868.

En la Lotería Mexicana el demonio se llama Chamuco, y viene representado con una pata de pollo y una de chivo (o una de cabra y una de gallo, dependiendo de qué lotería haya uno comprado y si uno la ha adquirido en el Mercado de la Merced, en el de Sonora, en el Mercado Juárez de Oaxaca o en una tienda de conveniencia de una colonia de clase media).

Demonio es una palabra muy socorrida. La gente es muy blasfema, verán ustedes. Así que el demonio, que ya se ha recordado que es culpable de todo lo malo (Bierce dixit), tiene presencia constante en un mundo jodido. “Que se lo lleve el demonio”, “sabe a demonios”, “huele a los mil demonios”, “está en casa del demonio” y “hace un frío del demonio” (en todos los casos, demonio puede ser intercambiado por “diablo”, que al final da lo mismo, pues ambos seres son igualmente nefandos). Todas estas son expresiones de uso corriente, frecuente y aceptado, tanto así que no necesitan explicación.

Parece ser que el demonio no aparece de forma bien representada sino hasta cuando Juan escribe el Apocalipsis. Antes se habla de Satanás, que toma forma de víbora para provocar que dos indecentes que se pasean encuerados se coman una vil manzana y se alude a él – sin representaciones visualmente traducibles – en hablando de los efectos de sus actos. En los evangelios aparecen los endemoniados: no podemos dejar de pensar en aquel pobre hombre cuyo cuerpo ha sido ocupado por una legión de demonios y que gracias a la intervención del Buen Jesús, estos abandonan el cuerpo del hombre para ir a ocupar los de una manada de desafortunados marranos que terminan yéndose a arrojar por un barranco, tan dura es su suerte (reflexionando sobre este pasaje, dicho sea de paso, Bertrand Russell genera uno de los argumentos con los que explica por qué no es cristiano: “hay que recordar que él era omnipotente – nos dice – y pudo hacer fácilmente que los demonios se fueran; pero eligió meterlos en los cuerpos de los cerdos”. A Russell esto le parece un acto absolutamente desprovisto de compasión).

Nos dice Eco que en el siglo XVI la imagen del demonio empieza a experimentar una transformación. Deja de ser, forzosamente, el ente repulsivo y soez de incontemplable horror y evidente maldad, para alcanzar a adoptar todo tipo de formas: así, tenemos interpretaciones del demonio en la literatura de todos los siglos. Es conocido el Lucifer de Dante, el Satanás de Marino, el Diablo de Milton, el Pobre Diablo de Goethe, el diablo de Cazotte, el de Papini, el de Dostoievski y el de Mann. El diablo puede ser objeto de compasión y en su tarea (parece ser que una de las principales que le han sido encomendadas) de tentar al hombre bueno y honrado, se ve en algún momento de la historia obligado a adoptar formas incluso bellas. Quizás es en este punto cuando aprende que lo mejor que puede hacer es mimetizarse con la mujer, convirtiéndose así en lo más bonito que en el mundo pueda haber, además de las mariposas.

Twitter: @Diegodeybarra

0 0 voto
Calificación del artículo
Subscribir
Notificar a
guest
0 Comentarios
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
0
Danos tu opinión.x
()
x