París es foro inmejorable para que los artistas conceptuales que trabajan con “found objects” monten geniales esculturas efímeras en cualquier plaza de París en la que encuentren espacio.
Desde hace varios días que salgo a la calle en París y veo cómo la basura se acumula en las banquetas. Ayer fui a un estudio de fotografía a recoger unas imágenes surrealistas – Max Ernst, Marcel Duchamp, Francis Picabia –, que desgraciadamente no eran de mi propiedad, y tardé en encontrar la puerta de entrada. Me asomé por la ventana, entre montones de bolsas negras repletas de podredumbre, y le hice seña a una señorita que trabajaba tras un ordenador viejo para que me explicara cómo entrar. Me señaló una puerta al lado, que estaba escondida detrás de una serie de botes inmensos de color gris con tapas verdes y amarillas. Moví aquello como pude para lograr entrar.
Los recogedores de basura de París, me explicó la mujer, están de huelga. La huelga es indiscutiblemente el deporte preferido de los parisinos. Cuando llegué al aeropuerto Charles de Gaulle, hace unos meses, lo primero de lo que me enteré, merced de una enorme pantalla posada sobre la banda que me traería mis maletas, fue que ese día empezaba una huelga de transporte. Desde entonces no paran de ponerse en huelga por cualquier cosa. Ya lo hacían desde antes de que yo llegara, naturalmente. Los de todos los gremios. Incluso a mí mismo me están dando ganas de empezar una huelga de escritores. Nomás porque sí.
Afuera de mi casa los montones de basura alcanzaban esta mañana, ya, alturas relevantes. Las banquetas son inutilizables. Los peatones se ven obligados a disputarse con los coches y las bicicleta el paso por las calles.
Hoy pensé mucho en Abraham Cruzvillegas, ese interesante creador mexicano con cuyo trabajo me topé un día en el museo Jumex de la Ciudad de México. Abraham Cruzvillegas ha expuesto ya en la capital francesa, porque la visionaria galerista Chantal Crousel se ha dado cuenta de lo que promete y lo ha promovido con entusiasmo. Pero pienso que este es el momento ideal para un proyecto ambiciosísimo. Algún curador de arte más creativo que yo debería plantearse la idea de montar una enorme instalación en la explanada frente al Hôtel de Ville de París, en pleno Marais, de alguna ocurrencia del señor Cruzvillegas. Justo ahora es cuando. Nadie se molestaría en recoger los pedazos de escombro, las astillas de pino, las cáscaras de plátano podridas y las bolsas de polietileno. Los señores están de huelga, seguramente pasando las mañanas en los bares tomando Armañac, Coñac y Calvados. No tienen ganas de trabajar. Seguramente les den ganas cuando la alcaldesa Hidalgo los reciba y logren lo que buscan: incrementos de sueldo. Por lo pronto, París es foro inmejorable para que los artistas conceptuales que trabajan con “found objects” monten geniales esculturas efímeras en cualquier plaza de París en la que encuentren espacio. El único problema sería uno de visibilidad: las esculturas del señor Cruzvillegas, si es que se anima el artista conceptual a aventarse un proyectito en Lutecia, competirían con los montones de basura generados por los habitantes de la ciudad. Una pequeña cabeza de bronce de uno de los burgueses de Calais de Rodin puesta sobre una columna de mármol blanco en el medio de un salón desierto es como un sol en un cielo azul. La misma cabeza, en medio del museo de Orsay, entre cientos de otras esculturas de Rodin, de Auffret, de Malfray y de Maillol, pasa desapercibida. Y una pieza genial que en un espacio museístico sería el azoro de los curadores contemporáneos y el motivo de desencadenamientos intelectuales de los más avezados críticos de arte, en este París inundado de desechos no sería más que una muestra adicional del enfado de los huelguistas de una ciudad considerada en principio el parangón de la belleza.
