La noche del 2 de abril de 2014 en la plaza de toros de Arroyo, durante el festejo organizado por Gerardo Gaya para beneficiar a los que contribuyen a paliar las complejidades del autismo, prevaleció el sentimiento, el arte, la técnica del toreo y la nostalgia.
Platicaba con Alejandro Silveti, Biafra y Ramón Carazo (entre otros buenos compañeros de tendido) lo emotivo que resulta la combinación de una causa noble apoyada por los toreros en activo y retirados, quienes impulsados por el resorte de su afición pura y llana, extraen de su arcano lo mejor que tienen de su tauromaquia para expresar y hacer sentir lo más puro de su concepto a la concurrencia.
El aforo de la plaza, la belleza de su entorno, el sentimiento de amistad que campea en la familia Arroyo (que pasa por un momento difícil por la desaparición física de la madre de Pepe Arroyo) propician el lugar ideal para gestar sucesos taurinos que se impregnan en la retina para toda la vida. La plaza tiene las buenas vibras de la generosidad y la devoción por lo bien hecho.
Es la reacción natural ante el intenso gozo artístico, es la contemplación radiante de las expresiones de un conjunto de toreros actuando por el puro placer de torear sin que medie ninguna relación económica. Nos palpitó el corazón y nos mandaron a dormir con el gusto enorme de haber disfrutado de una sesión taurina inolvidable, en la que se mezcló el tango y José Alfredo Jiménez con la voz de un gran cantante y con las guitarras flamencas de acompañamiento.
El toreo lleva siglos y hemos asistido a diversos capítulos de su creatividad, el ruedo de Arroyo se dio el lujo de presentar un cartel integrado por quienes interpretan el toreo adecuándose al comportamiento de los toros que les tocó en suerte. El Zotoluco ante un toro complicado de Marrón, el mejor presentado de la noche, esgrimió la sapiencia para extraer una faena en la que brilló su conocimiento, sudó el traje de charro que portaba en serio.
Teodoro Gómez con un huidizo novillo de Campo Hermoso, lució en bellísimos detalles con el capote pero particularmente con la muleta, trincherazos que tuvieron el gusto de la solera y un pase del desdén para cartel. Con Teodoro recordamos las épocas de finales de los ochenta cuando alternó con Gabriel Meléndez y Bernardo Rentería en su época de novilleros.
El Calesa con un novillo como mandado a hacer para su manera de interpretar el toreo, de Jorge de Haro nos ha dejado para siempre en la memoria, verónicas y una media de cartel. En las chicuelinas nos recordó a su inolvidable abuelo, el poeta del toreo Alfonso Ramírez El Calesero, luego con la muleta en la mano derecha, brilló el toreo templado al llevar prendido de la muleta las embestidas nobles del de Jorge de Haro para embelesarnos en pleno ecuador del festejo. Alfonso realizó una pieza de arte efímero para el gozo eterno.
Gerardo Gaya con el de Xajay, noble y cuando embestía lo caracterizaba la codicia al impulsar su encornadura para pretender alcanzar la muleta de Gerardo, quién tuvo momentos muy buenos tanto con la mano izquierda, como con la derecha. Para la última tanda y para ejecutar la suerte suprema toreó con una muleta azul, que supongo significó su alegría por volver a torear y también lo mucho que disfrutó su generoso esfuerzo respaldado por muchos que como él creemos que el camino del cambio está en nuestras manos. Él lo asumió y me imagino que está satisfecho de la labor incansable de todos los que colaboran en la fundación.
Alejandro Amaya le tocó pechar con un novillo insulso de Montecristo al que por más esfuerzos que hizo solo pudo extraer algunos detalles, así cerramos una noche que guardaremos en la memoria por lo emotivo. Gracias a Gerardo y a todos los que colaboran en paliar el autismo, se merecen salir en hombros todos los días. Por cierto por los de plata se destacó Fernando García hijo y desde luego todos sus colegas en el ruedo y en la organización que actuaron desinteresadamente para clamar ¡Viva el toreo!