De los selfies, o La afirmación de la existencia

Ahora se toca mucho el tema de las selfies (¡cómo me molesta la palabra!). Lo que pasa es que son muchos los involucrados, y los medios son demasiado invasivos. Todo mundo parece querer restregarnos en la cara su imagen: sonriendo, seduciendo, provocando, agrediendo, padeciendo, sollozando, vacilando, atemorizando … Se toman fotos (pienso en el sentimiento de pena y patetismo que no recuerdo y que debe habérseme suscitado al ver mi primera selfie; el contemplar a una persona que en ausencia de amistades tiene que retratarse desde donde el brazo le permite es un proyecto que hace pensar en una triste soledad). Se escribe y se critica. Se desprecia la actividad. Se difunden imágenes de individuos retratándose en el baño, con una toalla húmeda y sucia atrás, colgando del tubo de la regadera. Se hacen fotos grupales que pretenden eternizar momentos alegres que por lo mismo son vividos un poco menos.

A pesar de tanto que hay que hacer, es poco lo que logramos. En la vorágine de la velocidad de un tiempo que avanza más rápido que nunca, en un mundo con más gente que en cualquier otro momento de la historia, los insignificantes seres humanos se toman fotografías, quizás en un temor no reflexionado de un desenlace inevitable: la desaparición y el olvido. Y los que poco tenemos que hacer escribimos sobre el quehacer fútil de todos: el andar tomándose fotos para luego compartirlas con los conocidos, a quienes poco o nada les importa que estemos autorretratándonos con un excusado en el fondo, y también con los desconocidos que acceden a los montones de información irrelevante que atiborran el espacio cibernético, a quienes les importa menos todavía. Y la crítica al fotógrafo amateur que se hace estudios. Y las consideraciones respecto de una nueva (¿nueva?) obsesión, y las reflexiones y categorizaciones de psicólogos contemporáneos… ¿… pero al grado de poder considerar patológico el comportamiento? Ahora resulta.

En el siglo XVII, Velázquez se retrató en su calidad de pintor de cámara del Rey. Según algunos críticos, era una época en que los pintores resultaban irrelevantes. Que los artistas no importaban. Al menos no como estrellas de rock o celebridades de esas que la gente quiere acariciar. Que trascendía su obra. Y que por eso Velázquez quiso ser el verdadero protagonista en la pieza que ha pasado a la historia a llamarse “Las Meninas”. Con Cruz al pecho y pincel en mano, Velázquez aseveraba su relevancia en tanto que creador.

Lasmeninas
Diego de Silva Velázquez. Las meninas (fragmento)

En 1659 Rembrandt se retrató con un gorro típico de la época, entre la penumbra que caracterizaba sus piezas, con gesto adusto y mirada analítica y a la vez triste y defraudada.

Joshua Reynolds se retrató de joven, en los cuarentas del siglo XVIII, en un momento de descanso de su tarea como pintor, la mano derecha sosteniendo los instrumentos, y con la izquierda haciéndose una visera para mitigar la ceguera causada por un sol que no le permite ver al espectador con el detalle que él quisiera. Luego se volvió a retratar. Decenas de veces.

Y Rubens. Misma historia. Y Goya. Y Delacroix. Y Courbet. Y van Gogh, Cézanne, Renoir y Matisse; y Schiele, Bacon, y Freud. Y antes, claro, Baldung, y Rafael Sanzio, y Filippo Lippi. Y Durero y Botticelli.

Henri MatisseAutorretrato
Henri Matisse. Autorretrato

Y entre todos ellos, antes, y luego después, muchos más.

Y así podríamos seguir hasta llenar páginas y páginas con los nombres y los detalles de prácticamente todos los artistas que han existido a través de los siglos, pasados para pena o para gloria del género humano.

Banda de obsesos.

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Lucien Freud. Autorretrato con ojo moro

Hoy, siglo XXI, cualquiera se autorretrata. Pero no por otra razón más que por la evidente: el avance de la técnica lo ha permitido. Hasta a mí, que soy negado para la tecnología, que soy capaz de descomponer artefactos tan sólo con tocarlos, me ha vencido la tentación y me ha dado por hacerme mis propios, muy patéticos estudios fotográficos, desnudo, ante el espejo, comprobando los efectos que litros y litros de ginebra consumidos en cientos de días de alcoholismo incontenido vienen provocando en mi organismo, para verse reflejados en una curvatura poco estética en el vientre. Panza de borracho, yo que tenía cuerpo de Apolo. ¿Será esta la razón de mi incursión en el mundo de los selfies? ¿Torturarme después con el conocimiento de que el pellejo en el que vivo se va convirtiendo, en un avanzar constante, en una piltrafa inmunda?

La Grande Bellezza, de Sorrentino (que alguien me detenga y me pida que deje de hablar de esta película). Uno de los entrevistados de Jep Gambardella, el personaje principal, un artista de la fotografía, el entrevistado, no Jep, que era escritor, sin que su obra ofrezca demasiada sofisticación fotográfica, le recibe en un claro maravilloso cuyos muros vetustos están recubiertos de imágenes de él mismo, desde el momento de su nacimiento hasta el día anterior a la entrevista. Un maestro del selfie. Un perturbado del selfie. Al principio me fotografiaba mi padre. De los catorce años en adelante seguí yo. No se me ha ido un solo día. Algo así le dice. Y lo invita a contemplar la obra. Al final del recorrido, el bon vivant de atuendo impecable, pañuelo en el bolsillo y cuello aristocrático, parece compungirse y arrugar la cara más de lo habitual para soltarse a llorar. ¿Por qué llora? ¿Por la vida que se le va, a sus sesenta y cinco años? Él tendría el doble de fotos, si hubiera tenido esa preocupación de aseverar su paso por el mundo…

Y ahí está el quid, tal vez. Aseverar el paso de uno por el mundo. ¿Será que la selfie es un inconsciente intento por decirle a los demás: “Aquí estoy; es verdad que existo”? Es la selfie un grito de nuestro tiempo, la queja de una comunidad de individuos que se pierden en la intrascendencia y quieren de una débil forma gritarle al mundo que los reconozca, que no los olvide, que los note y que incluso los quiera?

Selfie es un neologismo que deriva del vocablo Self, la voz inglesa que quiere describir al Ser en cuatro letras. Difícil cometido. Tan difícil como, en una imagen digital, eternizar todo lo que significa y engloba y encarna un ser humano… por irrelevante que éste sea.

*Publicado originalmente en la revista Bicca’lú.

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