Con el dispositivo escénico de Enamorarse de un incendio, reaparecieron preguntas que me han inquietado en los últimos dos meses: ¿Cómo reacciona el público actual con el teatro?, ¿qué siente?, ¿qué piensa?, ¿cómo los estímulos sirven para conducir las emociones?. Esta puesta se antojaba interesante no sólo por el tema, una variación libérrima de Romeo y Julieta de Eduardo Pavéz Goye, sino por desafiar esa frontera entre el escenario y el espectador para formar un solo cuerpo.
Cuando das el primer paso en la sala hay atmósfera; el público se contagia (tal vez sea correcto decir “se relaja”) ante lo que va a ver pero, sobre todo, se genera una expectativa. En lo particular disfruté mucho la espera de la función porque una de las cosas más hipnóticas en este mundo es ver a un actor prepararse para su función y, tal vez en un mayor grado de asombro, descubrir el artificio teatral expuesto desde las entrañas: sus participantes, trucos y mecanismos.
Al dar la tercera llamada, Romeo y Julieta se convierte en un grupo de escritores de telenovela que tienen una junta para discutir la historia de su nuevo proyecto. Aquí hay una vuelta de tuerca poco vista y moderna de la anécdota de los Montesco y Capuleto con base en las mismas reglas y estilo de Shakespeare: el metateatro. Estos guionistas harán una obra dentro de la obra; ellos cuentan e interpretan la historia, la plantean y ejecutan, la narran y dramatizan.
El autor es muy hábil para esconder este pequeño tributo a las tantas veces que Shakespeare hacía lo mismo con sus obras y al espíritu teatral de la época isabelina. Pronto Romeo y Julieta se convierte en el pretexto para hablar de distintas formas de amor a pesar de ubicarlas en cuestionamientos alejados y fuera del contexto original: el amor filial, clandestino, el pasional.
El planteamiento dramático, las juntas creativas de los escritores para hablar de la telenovela con su respectiva interpretación, es congruente con la dirección al ver un set de telenovela que simula el departamento donde trabajan los guionistas y los diferentes lugares de la historia que ellos escriben.
El aspecto más conmovedor de todo el montaje es la actoralidad; se nota un bordado fino al habitar el personaje, los parlamentos y las escenas. Me deshago en halagos para Verónica Merchant quien me vuelve a sorprender después de No se elige ser un héroe; Itari Marta tiene una de las mejores interpretaciones por su gran honestidad (es imposible no llorar con ella en la escena de “el regreso de la hija”); Luis Miguel Lombana y Hamlet Ramírez convencen por una técnica depurada y una construcción de personaje limpia.
Me encanta el riesgo de Enamorarse de un incendio a nivel de dramaturgia y dirección; la valía de este trabajo radica en el carácter experimental del montaje. Pavéz Goye tiene muy claro qué regalo quiere dejar y, sin duda alguna, el espectador lo recibe a cabalidad. Tal vez éste sea el verdadero Incendio, lo que se provoca después de estar en la sala, en la intimidad del cuarto, días después.
Enamorarse de un incendio
Dramaturgia y dirección: Eduardo Pavéz Goye
Foro Shakespeare (Zamora 7, colonia Condesa)
Lunes y martes a las 20:30 hrs.