Sinopsis:
Manuel entra en crisis al no gustarle su vida. Todas sus decisiones lo han alejado de sus sueños; se encuentra en una circunstancia ajena a sus necesidades. En un arrebato, decide aventarse a las vías del metro cuando, insospechadamente, aparece una hada madrina que lo llevará a emprender un viaje de reconciliación consigo mismo. A un viaje para encontrar a Manuel de niño como símbolo de amor y perdón.
“12 princesas en pugna” es una joya de culto. Poco a poco adquirió el prestigio para asegurar una temporada que hasta ahora no parece tener fin. Después de tener un éxito de este tamaño, Quecho Muñoz, el autor y director, se lanza otra vez al ruedo con “Niño perdido” donde asume los mismos roles junto con el de actor.
Yo tenía ganas inmensas de ver este montaje para ver qué ruta tomaría y cómo se podría reinventar. El primer elemento digno de destacar es precisamente la fidelidad a sus obsesiones: vuelve a darle el protagonismo a un personaje en la frontera entre la adultez y la infancia. Hay algo de inocencia en los montajes de Quecho que siempre es conmovedor y, sobre todo, habla de un sentido auténtico en su escritura.
Toma de nuevo el camino de la comedia, sin embargo, en comparación con “12 princesas en pugna”, el humor es básico. Entiendo esta necesidad de ser empático, o cercano, pero cuando sólo centras la atención en la grosería por decir la grosería las risas se vuelven forzadas (a menos que seas Polo Polo).
Sin embargo, el mayor del problema del texto no está en el tono sino en la falta de síntesis. La anécdota no da para una obra de más de una hora; cuando se acabó el primer acto yo sentí que ya se había llegado a un clímax y conclusión, sobre todo, por la contundencia energética, pero Quecho vuelve a abrir la línea dramática con un supuesto nuevo conflicto; entonces me preguntaba qué iba a pasar en la siguiente mitad si la premisa era lo suficientemente clara para no desarrollarla más. Cuando empieza el segundo acto la obra es redundante.
Hay algo perturbador en esta última parte: Manuel, el protagonista, revive episodios traumáticos de la infancia con la edad en la que los vivió. El recurso es interesante porque vemos a ese niño vulnerable quien impactó al adulto que es y tiene sentido porque este personaje es quien lleva el peso de la historia. Cuando estos mismos momentos los vemos con su padre es forzado aunque emotivo porque sentimos el por qué es incapaz de involucrarse con su hijo.
Pero cuando todos los personajes deben pasar por esta remembranza, con escasos elementos con los cuales yo pueda sentirme identificado, se vuelve ruidoso porque le resta importancia al protagonista. El grato sabor de ese final del primer acto se diluye por completo.
La idea del dispositivo escenográfico remarca este aire infantil con una simulación de un enorme lego; la selección de colores hacen una unidad conceptual que todo el tiempo es congruente y se sostiene. Hay problemas en las texturas de las piezas sobre el escenario pero, en mayor medida, con las atmósferas de la iluminación.
La dirección de Donald Bertrand es acertada en explotar las características de sus actores. Tiene un elenco poderoso para sostener el ritmo vertiginoso de esta comedia. Quecho Muñoz, como Manuel, carga un papel colosal con una dignidad sorprendente; el mayor reto de este personaje consiste en hacer verosímil a un “niño” sin caer en lugares comunes y chocantes. Quecho no hace una caricatura y apuesta por construir un mundo interno potente.
Es la primera vez que yo veo a Crisanta Gómez en algo no musical; ella interpreta a la mujer quien ama el protagonista, su compañera de trabajo. Sus habilidades probadas en este género la hacen una actriz con un gran sentido del ritmo y un destacado trabajo energético. José Daniel Figueroa, el jefe de Manuel, destaca por sus contrapuntos con Quecho Muñoz y la construcción tan detallada del personaje en gestos y corporalidad.
La nota más destacada en cuestión de actoralidad se la llevan Lupita Sandoval y Gerardo González. Interpretan a la hada madrina y padre de Manuel respectivamente. ¿Habrá algún personaje que no se les resista? “Niño perdido” supera, por mucho, las carencias del texto cuando ellos salen a escena.
Al verlos trabajar, en este montaje, sólo podía pensar en la importancia de sus nombres en la historia del teatro mexicano. Ellos dos, entre muchos más, establecieron las bases de profesionalización del medio; Lupita y Gerardo son baluartes que merecen todos los aplausos del mundo y no sólo lo digo por sus glorias pasadas, lo digo porque en cada trabajo en donde los veo demuestran por qué la experiencia es algo impagable.
“Niño perdido” apuntala el estilo de Quecho Muñoz; valoro su entrega y determinación por seguir en búsqueda de una escritura genuina. “Niño perdido” le servirá de mucho para el próximo proyecto; es más, es necesaria esta transición para lo que viene. Vale la pena ver el montaje por las actuaciones tan entrañables, la colaboración de grandes figuras y gente joven y, sin duda alguna, por ser un espectáculo emotivo de principio a fin.
“Niño perdido”
Dramaturgia y dirección: Quecho Muñoz
Teatro Julio Prieto (Avenida Xola 809, esquina Nicolás San Juan, Colonia Del Valle)
Lunes a las 20:30 hrs.