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Cuando escucho los primeros acordes de “Virgin Mary (what you gonna call your pretty Little baby)” de Joan Báez es irremediable conmoverme; esta canción al ritmo de folk que narra el nacimiento de Jesús sobrepasa la religión y las creencias de cualquiera para provocar una empatía con el inicio de una nueva vida y el amor de una madre hacia su hijo. A la mitad de la canción Joan se atreve a decir: “Well, some call Him Jesus, think I´ll call Him Savior”. Un salvador que murió en la cruz.
Si me apego al relato bíblico (de una gran maestría literaria), pensar en la muerte de Jesús nos hace pensar qué le pasa a una madre al ver a su hijo crucificado. Colm Tóibín, escritor irlandés, en medio de la incógnita y la curiosidad, decide escribir un monólogo para arrancar la imagen de una María quien asume este hecho como un acto divino y representar a una mujer dolida, desconcertada y confundida con la muerte de un dirigente de un movimiento religioso, político y social. Con la muerte de un hombre que nació de ella, lo vio crecer pero, en algún punto del camino, se convirtió en alguien ajeno y distante.
“El Testamento de María” es el lado B de “Virgin Mary…” de Joan Báez. Un monólogo para hacer una aproximación mucho más hardcore a la relación entre María y Jesús: sin concesiones y sin ninguna intención de apegarse a las interpretaciones bíblicas tradicionales. Actualmente esta obra de teatro se encuentra en el Foro Shakespeare en la Ciudad de México; como ya estoy obsesionado con la idea de la pertinencia de una historia con el momento histórico donde se representa y la identificación de un montaje con su audiencia, encuentro un gran acierto en este trabajo.
El proyecto impulsado por Luly Garza, la actriz quien interpreta a María, e Itari Marta, la directora, nos produce sentido como mexicanos; el ambiente de violencia nos es cercano y, tristemente, conocido. (Me es difícil escribir lo siguiente por lo indignante y doloroso) No hay palabras para explicar los casos donde una madre pierde a su hijo por circunstancias políticas y sociales y, en algunas situaciones, no lo vuelve a ver. Desaparece, muere.
Los valores del catolicismo han permeado la realidad idiosincrática del mexicano independientemente de las diferentes religiones profesadas en este país. En tal sentido, para ciertas audiencias la obra será un escándalo por todos los cuestionamientos hacia la figura bíblica de María. Y también existen otras audiencias (y yo no dudo que muchas de ellas sean católicas) deseosas de ejercer una visión crítica a las narraciones oficiales de la institución religiosa porque, al final del día, Colm Tóibín no cae en un panfleto político; representa una crisis de fe cuando la angustia, el duelo y la desesperación nos han rebasado. Y ni siquiera se alcanzan a ver recursos, herramientas u opciones para procesar todas esas sensaciones.
Aquí “El Testamento…” nos golpea porque María es reconocible en el México del 2017 cuando vivimos en una cultura cargada de atavismos y maniqueísmos que nos imposibilita una claridad de pensamientos, emociones y comportamientos. El hundirnos en nuestra propia miseria, el desencanto individual (y por qué no colectivo) y estas constantes crisis no sólo de fe sino de la propia identidad son experiencias evidentes en nuestra realidad cotidiana.
En términos literarios, quisiera destacar dos características del trabajo de Colm Tóibín. En primer lugar, agradezco la brevedad y la contundencia de la obra; se cuenta lo que se debe contar en el tiempo que debe contarse. Por otro lado, el manejo de tensión dramática es brillante: vemos a una María siempre al borde de una explosión, siempre al límite. Se queda en la frontera del colapso y esto produce una continuidad en el interés del espectador. Sobre la traducción para México, hecha por Humberto Pérez Mortera, destaca la precisión del lenguaje y el ritmo en la selección de palabras para provocar un efecto de ansiedad.
La dirección de Itari Marta se apoya en el entrenamiento técnico de la actriz para levantar un montaje donde todo el tiempo, como el mismo texto lo hace, la intensidad dramática tiene cambios vertiginosos, rápidos y constantes. La obra en realidad es una experiencia inmersiva: estás dentro del cosmos de María, en su casa, en su dolor. Me voló la cabeza la selección y el manejo de tareas escénicas; debe de existir una línea de dirección, pero también de la actriz para lograr esta construcción por demás interesante. De principio a fin María cocina su propia comida mientras que nos cuenta su versión de los hechos; la temperatura y los olores aportan muchísimo a la experiencia.
Sin duda este 2017 es el año de las interpretaciones femeninas. Y la María de Luly Garza me confirma esta percepción. Tardé varias horas en procesar todo lo que me había dado Luly en su trabajo. Es indudable su entrenamiento técnico pero, sobre todo, el riesgo de poner su ánimo y corporalidad en un personaje demandante en extremo. Pocas veces he visto un personaje pedir tanto de una actriz.
No puedo dejar de pensar en “El Testamento de María”. Al final vi al público cuando aplaudía y sus ojos me hacían suponer que el impacto les había llegado tanto como a mí. Escuchaba sollozar a una mujer. Y sólo pensaba en la voz de Joan Báez en “Virgin Mary…”. En la palabra “Salvador”. Y este acercamiento que Luly Garza, Itari Marta y Colm Tóibín (y todo el equipo creativo) hicieron a la muerte; pero no a una muerte física sino de espíritu.
Traspunte
El próximo montaje dirigido por Hugo Arrevillaga se llama “Déjame entrar”. Sólo les digo que a finales de septiembre será “EL” evento teatral de la Ciudad de México.
“El Testamento de María”
De: Colm Tóibín
Dirección: Itari Marta
Foro Shakespeare (Zamora 7, Colonia Condesa)
Miércoles a las 20:45 hrs.
Hasta el 20 de septiembre