Instinto: Ciudad de sordos

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Sinopsis:

Una mesera, un fotógrafo, una corredora de bolsa y un rarámuri se encuentran en el pasillo de una tienda de autoservicio de mayoreo. Uno de ellos toma cinco panes de un paquete de cincuenta cuando se detona una llamada de la vigilancia del lugar. Los cuatro personajes vivirán una convivencia forzada para explicar esta situación sin saber que entablarán una cercanía a partir de sus frustraciones y carencias.

Quien es dramaturgo en este país sabe que se condena a una de las profesiones más despreciadas y subestimadas del gremio del entretenimiento. Amén de los bajísimos sueldos y de las condiciones poco favorables de desarrollo laboral, tal vez la situación más grave radica cuando en una producción de cualquier película, obra de teatro o serie de televisión (con una línea aristotélica) se ve a la historia como un elemento de menor relevancia y, por desgracia, sustituible por el nombre de una estrella, el prestigio del equipo creativo, la moda de cierto tema o, en el peor de los casos, el “concepto”.

Es increíble, si me acerco sólo al círculo de los teatreros, cómo en muchas producciones (sucede hasta en las mejores familias) se deja en el último lugar de prioridades el trabajo de dramaturgia. Si parto de este fatídico panorama, tener en México figuras como Bárbara Colio, una dramaturga hecha y derecha, con un reconocimiento de talla internacional y una destreza técnica de altos vuelos, es un verdadero prodigio.

Sinceramente creo que la revolución institucional aún no le hace justicia. Por supuesto, ha recibido la relevancia y reconocimiento (subvencionado y comercial) para levantar sus propios proyectos y generar el interés del gremio teatral, pero aún no la hemos valorado en su justa dimensión. Ella vuelve a conectar con las líneas temáticas de Jorge Ibargüengoitia; presenta una clara influencia en su poética de Maruxa Vilalta y Luisa Josefina Hernández y, por si fuera poco, tiene el arrojo necesario para ser una escritora de su tiempo capaz de conectar con las audiencias en sus competencias comunicativas.

En esta temporada estrenó su nueva obra (que también dirige) en el Centro Cultural del Bosque llamada “Instinto” y, sin temor a equivocarme, es su obra más provocadora (¿incómoda?). Y lo es por abordar la herida cultural más relevante en México: el clasismo. Construir a cuatro personajes como muestra representativa de la complejidad socioeconómica e idiosincrática del país para meterlos en un Big Brother, en forma de tienda de autoservicio, es una idea riesgosa de compartir con audiencias que se les atora el bocado al hablar del tema: porque ni siquiera tienen la conciencia de ser clasistas; porque ven esta forma de pensar y proceder como algo lejano o porque sólo les interesa hacer la hiperracionalización del fenómeno.

El texto nos echa en cara cómo nos movemos a partir del clasismo (seas de clóset o no) en una sociedad consumista, tramposa, falaz e irresistiblemente peligrosa. Pero la grandeza de Bárbara radica en las sutilezas y en la profundidad de las situaciones; todo este gran preámbulo dramático nos lleva a encontrar como tema principal de la obra a la soledad autoimpuesta. “Instinto” es un tratado del solipsismo; una reflexión crítica de seres narcisistas incapaces de reconocer la existencia de otro (y pensar que ese otro es medianamente parecido sería impensable).

Teatro-Instinto-Actores

Y lo que verdaderamente aplaudí a rabiar es la inclusión de un personaje con ascendencia indígena como detonante del conflicto. Es tan necesario y pertinente hablar del sector indígena porque en cada sexenio no sabemos qué hacer con él; estamos llenos de prejuicios y estereotipos al referirlo; y, en el peor de los casos, no tiene sentido hablar de estas personas porque no existe en la realidad (sólo en el imaginario histórico e idílico). Bárbara no construye este personaje desde la representación mítica de libro de la SEP ni desde la compasión politiquera de grupos reaccionarios; lo pinta como un ser lleno de claroscuros pero (aquí viene la parte más seductora) con una increíble lucidez, adquirida sólo desde la marginación, para reconocer un mundo jodido donde se reconocen las voces internas pero no las ajenas.

En cuanto al texto, la primera parte donde se plantea a cada uno de los personajes para conocer sus antecedentes es ligeramente larga. Yo conecté cuando estos interactúan entre sí y se desarrolla el conflicto. Estoy consciente que está percepción resulta de mi entrenamiento literario donde cualquier momento construido prioritariamente con información me aleja. Por todo lo demás, la historia es efectiva en cuanto al tiempo real (¡dura una hora! ¡Gracias, Bárbara, por pensar en el espectador!) y dramático (el manejo de dimensiones temporales de los personajes son de maestría), la construcción de los personajes, los diálogos y la congruencia del discurso con la anécdota.

Sobre la actoralidad hay varios puntos interesantes: Nailea Norvind vuelve a sorprender por llevar en sus hombros un personaje con los contrapuntos cómicos del montaje; el proyecto la reposiciona en su técnica y en los espectadores: no puedo dar crédito a su rango interpretativo. Por otro lado, ¿por qué no he visto más a Francesca Guillén en la cartelera durante los últimos cinco años? Tal vez yo me he perdido de varios trabajos pero, sin duda, éste nos pone en evidencia su sólido entrenamiento. Por último, Tizoc Arroyo y Harif Ovalle sostienen varios episodios complejos en cuanto a intensidad y manejo de energía interna donde salen con honores.

Sobre la dirección de Bárbara me vuela la cabeza este aire casi performático en todo el espectáculo. Desde la distribución del espacio y la cercanía de los personajes con los asistentes se crea una experiencia memorable. Sólo hay un aspecto con el que no pude seguir del todo la historia. Hay partes (sobre todo de la mitad hacia el final) donde los puntos climáticos del montaje no corresponden con los puntos climáticos del texto. Me refiero de forma específica que a veces la escenografía, la iluminación y el movimiento escénico preparan un momento de gran intensidad que no llega y cuando éste sí sucede está desprotegido de los elementos antes mencionados. No alcanzo a definir si es una intención creativa, pero esto me desconcertó. El montaje correría con mayor contundencia si las dos líneas, la del montaje y la literaria, se sincronizaran.

“Instinto” es una obra que debe verse por la evolución de Bárbara como escritora y celebrar su vida literaria arriesgada y de vanguardia. Por otro lado, me daría muchísimo gusto que el proyecto saliera del mundo subvencionado y se instalara en un modelo de producción mucho más “comercial” (me choca el término) para alcanzar a otro tipo de audiencias; en verdad la reflexión nos es necesaria en una ciudad, un mundo, una realidad donde ya nadie está dispuesto a escuchar y prefiere ponerse sus audífonos para enajenarse con el soundtrack de su propia vida.

Traspunte

Después de seguirle la pista a Monina Mistral por todo internet y encontrar muy poca información de su vida y obra, ya la quiero conocer en el Teatro Milán a partir del 30 de agosto.

“Instinto”

Escrita y dirigida por: Bárbara Colio (Twitter: @barbaralio)

Teatro El Galeón (Centro Cultural del Bosque, Paseo de la Reforma y Campo Marte s/n – Metro Auditorio)

Jueves y viernes 20:00 hrs., sábados 19:00 hrs. y domingos 18:00 hrs.

Hasta el 10 de septiembre

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