Las lágrimas rodaron por el rostro de un Diego emotivo cuando el público le coreaba el grito de reconocimiento pleno de ¡”Torero, torero!” La faena se la brindó a Emmanuel, quién en sus años juveniles fuera novillero y le decían El Bola, el gran cantante es hijo de Raúl Acha Rovira, matador de toros compañero de muchas tardes de su abuelo Juan.
El toro tuvo fijeza, claridad, emotividad y un recorrido de galopar con ritmo, un toro de bandera aprovechada por Diego Silveti, para subir como triunfador al carro de la historia de la plaza con el rabo 122 para matadores, y se fue entre la multitud delirante y regocijada.
Tampoco se puede pasar por alto el despliegue de belleza estética que desplegó Guillermo Capetillo con el capote y por naturales con la muleta, hubo un trincherazo para pintura en el segundo de su lote; también Alejandro Talavante destacó con la mano izquierda, así como con su variedad en capote y muleta, para redondear una tarde histórica para La México.
Al salir me dijo un aficionado “¿Qué te parece Saldívar, Silveti y Sánchez para el 5 de febrero?”. Le contesté que me parece bien y, agregué, pero con un encierro con trapío y si es posible de una ganadería de las que tiene como principio la acometividad y la codicia. Mi interlocutor expresó un “de acuerdo”. Creo que se puede soñar con un cartel así para el aniversario de La México, sería el momento ideal que significaría mucho para los toreros mexicanos.
La tarde del 11 de diciembre de 2011 en La México, fue prodigiosa porque el toreo, cuando es de verdad y bello, renueva nuestra ilusión por el arte efímero del mismo.