De la Unión Europea a la crisis global (Segunda parte)

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La mayor preocupación económica y financiera en todo 2012 seguirá siendo la Unión Europea (UE), por lo que, como se dijo la semana pasada las noticias del viejo continente seguirán ocupando los titulares de los medios de comunicación a nivel mundial. Dadas la temporalidad tardía de ejecución de las medidas acordadas y los resultados reales hasta ahora obtenidos, sin duda veremos varios summits de la UE centrados en los problemas de la deuda soberana, su financiamiento y la capitalización de la banca, así como en las medidas instrumentadas para atenderlos.

Obviamente, las medidas se han centrado hasta ahora en el saneamiento financiero público, la ampliación del rol del Banco Central Europeo y de otras instancias financieras comunitarias, así como de la disciplina fiscal, todo ello para salvar al euro. Así, se abordan problemas atingentes y se busca resolverlos, sin considerar si las medidas aplicadas no profundizan realmente la crisis y sus problemas manifiestos. Más aún, la obsesión sobre la deuda pública como la causa de la crisis, después de que se le asignó primariamente al contagio financiero norteamericano, hace perder la perspectiva por explorar la validez de tales conjeturas.

El aumento relativo de la deuda soberana en la UE se incrementó después de 2008 como resultado de los programas de apoyo financiero aplicados a los bancos y por otras medidas anticíclicas aplicadas. Lo sorprendente, para la visión dominante ahora, es que hasta entonces países como Irlanda, España, Italia y relativamente Portugal no presentaban mayores problemas con su deuda primaria, es decir la deuda pública en relación al producto interno bruto (PIB) sin considerar el pago de intereses.

En contraste, otros países del continente presentaban niveles de deuda mayores a los de esos países a los que ahora se les atribuye la crisis del euro. Así, parece remoto considerar que son las propias medidas adoptadas las que han agudizado los llamados problemas o manifestaciones financieras.

Bien ha demostrado con datos detallados Gianluca Cafiso (VoxEu.Org, 5 de enero 2012) que el interés y el crecimiento económico (bajo) han solamente empeorado sus efectos hasta ahora. Sin embargo, los actuales niveles de spread nos alertan para la posibilidad de un incremento en la carga de pago de interés en el cercano futuro.

En tanto la tasa de interés efectiva suba y la economía no crezca, los problemas de la deuda soberana, el financiamiento y la capitalización bancaria seguirán agudizándose. Asimismo constituirán la señal del riesgo, al enunciar la “trampa de la deuda”, para el sector público y el privado, tal como lo acuñó Minsky en los 1980´s. Por ello es válida la afirmación del Presidente de la Autoridad Bancaria Europea (ABE), Andrea Enria, de que se está en un círculo vicioso y que “los bancos alemanes no están a salvo de la tormenta” (El País, 31 de diciembre, 2011).

Así, el rechazo fundamentalmente a las ideas keynesianas ha hecho aflorar no sólo el monetarismo rampante, sino el dogma prevaleciente al declarar John Cochrane, profesor de finanzas de la Booth School of Business en esa universidad que la idea de que gastando se puede alentar la economía, fue desacreditada hace muchos años y que “no es parte de lo que alguien haya enseñado a los estudiantes de grado desde los 1960´s,”. Tal aseveración, de acuerdo a Krugman, es falsa (NYT, 5 de enero de 2012) por lo menos considerando otras universidades pero no para el caso de la Universidad de Chicago y una que otra mexicana.

El principio keynesiano básico es que la crisis se debe a un problema de demanda agregada, que debe resuelta con un mayor gasto de gobierno, ante el bajo consumo privado y las bajas expectativas de las empresas que repercuten en menor empleo y una menor producción. Por ello, el déficit fiscal y el aumento de la deuda pública son circunstanciales y no trascendentes, dado que se abatirían cuando la economía crezca y permitan sanear las finanzas públicas.

La posición original de Keynes extraordinariamente se dio en un momento en el que el Reino Unido enfrentaba una elevada deuda pública y la de USA era relativamente baja.

 

Las condiciones de la crisis del 29 fueron diferentes a las que hoy prevalecen. En primer lugar, el patrón oro dominaba el sistema monetario internacional, lo que hacía que la liquidez enfrentara una astringencia severa por la concentración del áureo metal por parte de USA y Francia. Esto llevó a proponer la necesidad de un acuerdo internacional para solucionar tales desbalances. Posición que originalmente compartió Keynes y que después abandonó (Douglas A. Irwin, Dartmouth College and NBER, November 8, 2011)

En segundo lugar, si bien para algunos países la deuda era elevada, para USA no era el caso, además de que en ese momento junto con el Reino Unido constituían las economías más grandes y dinámicas del mundo. En tercer lugar, y de manera relevante, la globalización financiera no alcanzaba la magnitud y facilidades hoy prevalecientes, por lo que la velocidad y profundidad del contagio y riesgo sistémico era posiblemente menor al actual. Más importante, no existía una alternativa teórica e instrumental diferente, como hoy la podría constituir los New Keynesians

En la actual circunstancia, USA y el Reino Unido cuentan con soberanía monetaria y bancos centrales que se desempeñan como prestamistas de última instancia, en tanto la zona euro parece más un club financiero cerrado que no está dispuesto a garantizar las deudas de todos los socios, ni aún entre ellos.

En todo caso, lo que parece olvidarse, es que los problemas monetarios y financieros son inicialmente producto de desbalances económicos reales, tal como Joseph Stiglitz lo enfatizó en 2007-8 cuando inició la crisis, al indicar la necesidad de establecer un acuerdo que atacara los problemas de los desbalances económicos internacionales, como es el déficit en cuenta corriente. Hoy más se olvida la necesidad de establecer al respecto una gobernanza internacional que evite que los desbalances económicos internacionales sean potenciados por el sistema financiero y bancario operante.

 

 Así, es obvio que el déficit en cuenta corriente era un foco rojo, desde antes de 2007, en buena parte de los países de la zona euro, especialmente en Portugal, Grecia, España, aunque menos agudo en Italia. El único caso atípico lo constituía Irlanda, que se vio obligada a rescatar su sistema financiero socializando su costo, frente a la alternativa asumida, entonces, por Islandia.

 Llama la atención que se estima que el déficit se agudizará en 2012 en Italia y Francia, lo que hace prever que ambos países deberán incrementar sus influjos de capital en un ambiente adverso para la UE que enfrenta ya una nueva recesión.

 No puede negarse que el contagio, especialmente en 2008, agravó la crisis económica en la que ya estaban metidos varios países europeos o que las medidas tomadas al inicio generaron una fragilidad financiera. Pero tampoco se puede negar que buena parte de las medidas que ahora se toman están agudizando la fragilidad financiera y bancaria europea a partir de la contracción deliberada, como si el sector real de la economía no importara. Por ello, hay que evitar confundir problemas con causas, síntomas con enfermedad, aunque admitamos la presencia circunstancial de un círculo vicioso afectando a la UE, que podría terminar afectando más severamente al resto del mundo, particularmente a USA.

 Sin pretender la verdad absoluta, parece, como casi siempre, que los problemas en su origen van de la economía a las finanzas y no al revés. Bien decía Khum, habilitado profesionalmente como filósofo de la ciencia, el ferrocarril se desliza sobre las vías, y no las vías por abajo del ferrocarril.

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