Los últimos meses de 2019 han sido marcados por violentas manifestaciones antisistema en diversas localidades latinoamericanas, desde Chile, pasando por Colombia, otra “hecha al lado” del expresidente Evo Morales, la crispación social hondureña debido a la exigencia de amplias capas poblacionales que exigen la salida del “presidente” en funciones, hasta México, con una progresiva y acelerada pérdida de confianza pública en la gestión federal-estatal de la seguridad ciudadana (desatada de una u otra forma con el crimen contra la familia Le Barón en el extremo norte de la república norteamericana).
Lo primero que me viene a la mente al observar la realidad en la que nos estamos “acostumbrando” los ciudadanos de nuestros países –y digo esto por la constante mediatización de estas “nuevas” insurgencias sociales–, es que los modelos políticos de gestión de los estados-naciones en nuestra región han actuado mediante una lógica de mediano alcance en la comprensión de las realidades que nos afectan. Pero, además, el problema de la anteposición de los compromisos particulares con segmentos “cercanos” al poder, obviando de una u otra forma la ingente necesidad de activar (lo que yo podría denominar “centrales de prevención vs desafección del virus de la calamidad social”), y digo, valga la aclaración “calamidad social” porque es patente que desde el momento en que se generan brotes de protesta como los que estamos viendo, significa que las cosas no necesariamente andan bien (como lo pregonan a los cuatro vientos los instrumentos propagandísticos de los administradores de la actividad pública). De hecho, lo constatamos con rebeliones contra líneas políticas gubernamentales adscritos a discursos ideológicos de derecha e izquierda, lo cual debe servir para rediseñar los mecanismos de diálogo (y la posibilidad de una traducción genuina a la práctica de los mismos).
Ahora bien, hay factores que coadyuvan a que estas rebeliones de las masas tengan un mayor efecto que en otros territorios. Pongo para este caso el ejemplo Bolivia-Honduras, dos de los países más pobres de la región, mientras que en el primero el desgaste de “legitimidad”, diría yo de la “marca” socialismo del siglo XXI, ha pasado factura al exlíder de la república andina –lo que podría atribuirse a un mayor protagonismo de los nuevos y emergentes actores de esa realidad, es decir, los jóvenes con conciencia social y un mayor nivel de escolaridad y cultura global de los cambios contemporáneos–. En la nación hondureña los “fallidos” intentos por lograr “apartar” de su cargo a Juan Orlando Hernández, –reelecto de forma cuestionada– no han dado frutos, pienso que debido a las persistentes distensiones dentro de los propios órganos opositores que van en contravía “natural” al objetivo preciso de lograr una amalgama uniforme social movilizada para alcanzar tal propósito, pero además por la denostada apatía en la integración común a la búsqueda de objetivos mancomunados.
En definitiva, pienso que el advenimiento de respetables niveles de igualdad y competitividad de nuestros países, pasa por la apertura e inclusión de nuevos cuadros sociopolíticos en los que se incluyan nuevas figuras en la materia. Esto consecuentemente atrae una idea concreta de democracia en tanto no son los mismos líderes que se han “embriagado” de las canonjías del sistema quienes detentan el poder. Ahora bien, hay que preparar entonces una especie de “anticuerpos”, para que aquellos que intentan buscar el cambio, caigan en el mismo círculo, lo cual inevitablemente no hace más que perpetuar la desesperanza.
P.D. Datos del año pasado, proporcionados por la Corporación Turca de Radio y Television (TRT), con base a cifras de la Agencia Anadolu (AA), fundamentado al mismo tiempo en datos del OPHI de la Universidad de Oxford y el PNUD-refieren que Guatemala, Bolivia y Honduras (con el 29%, 20.45%, y 19.49%, respectivamente, son los países más desfavorecidos de la zona, según la medición del Índice de Pobreza Multidimensional). Al respecto, en entrevista a BBC News Mundo y mediatizada a mediados de mes por parte del experto economista venezolano Moisés Naim –afincado en Washington–, ha dejado entrever que actualmente, hay más latinoamericanos fuera de la pobreza que nunca antes, quienes son “gente más educada, más curiosa, más desconfiada y escéptica de su gobierno, más intolerantes con la desigualdad y la corrupción, que están viendo cómo le hacen para sobrevivir como clase media”.