Se trataba de un día especial; uno de esos días en que los aficionados regresan a casa y platican orgullosos cada que se les pregunta, “yo estuve ahí” a pesar del frío y que se presagiaba lluvia.
Lo brillante vino con el cuarto, donde Pablo tomó la decisión de pasar con un rejón de castigo a Pescador y dejarlo como decimos los taurinos crudo, para que llegará a las banderillas y a la suerte suprema con fuerza.
Fue certero con la suerte suprema y el toro rodó fulminado para que el público pidiera trofeos para Pablo, dos orejas otorgó el juez de plaza Jorge Ramos y con ellas en la mano dio clamorosa vuelta al ruedo.
Fermín no se quiso quedar atrás y regaló un extraordinario astado de Los Encinos, de nombre Príncipe que me parece es de los empadres de toros importados de España con toros mexicanos, un astado que desde que saltó al ruedo, se rebosaba en la embestida, y toro y torero se funden en una armonía de lances y pases artísticos.
Surgen los primeros pañuelos en petición de indulto. Y la faena se alarga mientras el juez piensa, y, finalmente, Fermín toma la espada y se va con los gritos de toro, toro retumbando en la plaza a ejecutar la suerte suprema, sin prestar atención a la petición de indulto, él ejecuta una estocada entera entregando el pecho y entonces logra tornar a torero, torero.
Al final Pablo y Fermín salen en hombros de una emocionada concurrencia que unge o denuesta a los toreros, en esta ocasión deja en los cuernos de la luna a Pablo y a Fermín que con sus actuaciones, se lo ganaron a pulso, emotiva tarde vivimos.