La Gaviota de Diego Del Río debe de verse por su economía de recursos escénicos, el sentido de cotidianidad, la resistencia de los actores por hacer una temporada diaria y, sin duda alguna, por la valentía de tomar un texto de este calibre.
Diego Del Río ama profundamente a los actores; este idilio es digno de reconocerse cuando en otras producciones la figura del director ve a estas criaturas como los “enemigos a vencer”. Del Río los re-conoce tan bien que en su versión de La Gaviota de Chéjov les quita el vestuario: actúan como se visten el día de la función con la consigna de resaltar su trabajo sin ningún artificio de por medio.
En el programa de mano, este director afirma: “Chéjov es teatro del actor y en esta puesta queríamos que no hubiera nada que nos distrajera de ellos y de su presencia”. Toda la producción chejoviana no sólo pone el acento en la actoralidad sino también en la forma de hacer drama.
Todas las líneas literarias confluyen para llevarnos a Shakespeare en el siglo XVI y XVII; se separan de nuevo para encontrarse con Antón Chéjov hasta el siglo XX. Estos autores son los dos grandes hitos de lo que entendemos como literatura dramática; hay un antes y después con cada uno de ellos. Sus partituras son dificilísimas para cualquier teatrero por la forma y el fondo; las exigencias técnicas y la carga afectiva; la economía y la precisión.
No obstante, la diferencia entre estos dos autores radica en que cualquier Shakespeare es a prueba de balas, una obra de Chéjov no. El peor montaje de un texto shakespeariano es reconocible a pesar y en contra de todo porque los personajes suceden a partir de la línea. La anécdota y la historia son reconocibles porque los parlamentos lo son.
Mientras tanto, para que una obra de Chéjov se pueda “leer” se tiene que acceder a la psicología de los personajes a pesar (y en contra) de los parlamentos. La influencia freudiana y nietzscheana hace del teatro de Chéjov una mirada a la vida interior de sus protagonistas.
En el caso particular de La Gaviota, Chéjov hace una obra para teatreros. En la superficie está el conflicto de una diva del teatro quien compite con su hijo primerizo en el oficio de dramaturgo para ganarse la aceptación y el reconocimiento; éste es el vórtice de amores no correspondidos, infidelidades, la vejez y la monotonía matrimonial.
Si seguimos rascando estas capas encontramos el corazón de la historia: el choque educativo y profesional entre las diversas formas de entender la actoralidad a finales del siglo XIX en Rusia. Arkádina, la consagración, y Kostia, la juventud, son los simbolismos de las arcaicas maneras de interpretación frente a toda la revolución que causó el método actoral de Stanislavsky en el Teatro de Arte de Moscú.
Cuando veo La Gaviota de Del Río encuentro estos simbolismos más grandes; hasta ciertas adaptaciones y agregados a los diálogos para hacerlos más evidentes. No sé si un público no teatrero pueda disfrutar la experiencia tanto como una persona que se dedica a hacer teatro. A pesar de esto, el lenguaje en esta versión es propicio para el público mexicano del 2015: los localismos no se sienten forzados y las referencias rusas pasan verosímilmente a nuestra realidad.
Aplaudo que en este montaje se necesiten de elementos mínimos de escenografía e iluminación. Esto habla de la experiencia de Diego Del Río como maestro de actuación para conducir a sus intérpretes a recrear imágenes a partir de la irradiación. También es reflejo de su oficio como director para no valerse de artificios obvios y gratuitos.
La relación espacial entre la escena y el público ayuda a crear un ambiente de intimidad propicio para contar esta historia de secretos familiares. Disfruto cuando puedo ver las miradas entre los personajes, sobre todo, en un texto donde todo depende de la vida interna que se cuela en los ojos de un actor.
Un acierto de esta “Gaviota” es que no se nota en ningún momento una solemnidad por tocar este tipo de textos. Hay muchos actores y directores que al sentir la carga titánica de Chéjov abordan el trabajo desde una extraña pesadez. Del Río entiende a estos personajes como personajes de la cotidianidad sin caer en el recato.
Lo único que no me dejó conectar fue el poco trabajo de contención emotiva de los actores. Chéjov requiere estados de ánimo, no alegorías de la emoción. Por momentos, esta nota de dirección de hacer tan evidente las emociones achata a los personajes; todas las dimensiones y matices se pierden. Se sacrifica más de la mitad de la vida interna de los personajes y esa riqueza detrás de los parlamentos se diluye.
Entiendo que están iniciando temporada y algunas cosas tomarán su rumbo con el paso de las funciones, sin embargo, veo un inconveniente ejercicio afectivo de los actores para la obra de Chéjov. Con quienes más conecté en la función fueron Blanca Guerra (¡qué colmillo para estar en escena!), Odiseo Bichir (nunca lo había visto arriesgando tanto), Mauricio García Lozano y Adriana Llabrés (sigo pensando que esta actriz es la mejor de su generación).
La Gaviota de Diego Del Río debe de verse por su economía de recursos escénicos, el sentido de cotidianidad, la resistencia de los actores por hacer una temporada diaria y, sin duda alguna, por la valentía de tomar un texto de este calibre. También celebro que su temporada sea de lunes a domingo, una situación nunca antes vista por mí en el Teatro de la Ciudad de México en los últimos quince años, y que sinceramente espero traiga consigo nuevas formas de producción para atraer más público a las salas.
****
“La Gaviota”
De: Antón Chéjov
Dirección y adaptación: Diego Del Río
Foro Shakespeare (Zamora 7, Colonia Condesa)
De lunes a sábado a las 20:30 hrs. y domingos a las 18:00 hrs.
Hasta el 8 de enero de 2016
@LaGaviotaMx