En una experiencia teatral la anécdota y la historia nunca pueden rendirse ante un fastuoso aparato técnico.
Ciudad de México.- “Parece cine… es teatro”. Es el slogan de la campaña publicitaria de “La Dalia Negra” que estrenó hace más de dos semanas e impresionó por su enorme aparato técnico: dos pantallas, sobre las cuales se proyecta toda la escenografía, encajonan una estrecha pasarela y aún más estrecho segundo piso. Los actores trabajan en un espacio virtual para recrear una experiencia sustentada, en muchos momentos, por el lenguaje cinematográfico.
El equipo creativo ha repetido en varias ocasiones (en algunas como advertencia y en otras como invitación) el gran valor experimental de este montaje. Por lo menos en México, con manufactura mexicana, nunca había visto una propuesta escénica tan arriesgada en términos estéticos y técnicos. Esta producción de los Ortiz de Pinedo (Jorge y Pedro, pare e hijo) se llevará las palmas en todas las áreas técnicas del 2015; sin embargo hay algo desconcertante tanto en la publicidad, entrevistas como en las notas publicadas en varios periódicos: una inconsciente rendición de la historia ante el aparato técnico.
Y precisamente porque sus hacedores han puesto el acento en el experimento que vale la pena hacer ciertos cuestionamientos. Esta temporada tiene un éxito asegurado (o por lo menos, en un tema financiero, los Ortiz de Pinedo saldrán tablas) porque cruzar el cine con el teatro es un híbrido atractivo para las audiencias actuales. En nuestra cultura hay cierto resquemor a la experiencia teatral pero al ponerle este “velo” de “parece cine” todo se vuelve, en una lectura básica, más accesible.
Y no sólo este alebrije resulta interesante en la estrategia de venta de la obra, sino también en la exploración de lenguaje y significación teatral. ¿Qué tanto se puede mediar la experiencia en vivo? ¿El teatro sólo ofrece, como elemento exclusivo frente a la oferta mediática, la experiencia en vivo? ¿Hasta dónde las imágenes de la escena pueden ser completadas por el espectador? Lo que yo veo en “La Dalia Negra” (y lo manejaré desde términos comunicativos y psicológicos) son complicadísimas pautas expresivas que mueven un contenido superficial y ambiguo.
Y es en este punto, en la disparidad entre forma y fondo, donde el experimento arroja variables contrastantes. “La Dalia Negra” cuenta el seguimiento detectivesco del asesinato de Elizabeth Short, una de las masacres más impresionantes de toda la historia de California durante los cuarenta. Todo se vuelve un juego de búsqueda del presunto culpable, desde sus amantes hasta familiares y el móvil de la muerte de esta joven actriz con altas aspiraciones de ser una estrella en Hollywood.
El primer problema es lo poco dramático del texto. La construcción de los personajes es débil y no logra mantener un suspenso propicio durante las dos horas del espectáculo. Por momentos todo el planteamiento funciona en una novela; la presencia de un narrador (el protagonista quien es un detective que se obsesiona con el caso) confirma este atributo y atora la progresión dramática. La resolución es precipitada y traiciona el inicio de la estructura.
No obstante, la mayor irregularidad del montaje radica en la dirección y manejo actoral. Los intérpretes están a expensas de la interacción con las dos pantallas para recrear la atmósfera y el entorno; esto los obliga a generar altos niveles de energía que se ven reflejados en una corporalidad pronunciada y mayor proyección de la voz. Si se atrevieran a irse por un camino intimista, el aparato técnico los aplastaría y serían opacados por su pirotecnia visual y auditiva.
Los actores están sumamente preocupados en ganarle a la fuerza expresiva de las pantallas a costa de sacrificar las acciones internas de los personajes. La energía se lleva a una innecesaria impostación debido a que todavía no se encuentran los impulsos necesarios para detonar la acción dramática y las relaciones. Yo veo a una compañía francamente perdida en el tono y la construcción de los personajes; el trabajo sólo se queda a nivel de forma y no de fondo.
No me refiero a una búsqueda emotiva, sino a esos resortes que vuelven al conflicto verosímil. Estas irregularidades se hacen más grandes cuando existe una diversidad de entrenamientos (algunos en televisión y otros en teatro), técnicas y estilos actorales. Tal vez el trabajo de Majo Pérez, quien interpreta a Julia Graham, una de las amigas de la víctima, se vuelve sobresaliente por un justo balance energético y el tono más propicio para el montaje. Ella da pistas sobre qué camino seguir en la actoralidad.
Aplaudo a los Ortiz de Pinedo por arriesgarse a hacer este experimento fuera de serie en la historia del teatro mexicano. “La Dalia Negra” vale la pena por la apuesta a la tecnología como un personaje más dentro de un montaje. Sin embargo, el proyecto nos ha puesto sobre la mesa una premisa contundente: en una experiencia teatral la anécdota y la historia nunca pueden rendirse ante un fastuoso aparato técnico.
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“La Dalia Negra”
Dramaturgia: John Richman
Dirección: Alejandra Ballina
Foro Cultural Chapultepec (Mariano Escobedo 665, colonia Anzures)
Viernes 19:00 y 21:00 hrs., sábados 18:30 y 20:30 hrs., domingos 17:30 y 19:15 hrs.
@DaliaNegraMX