Pez de Oro

Extraños en un tren: próxima estación es “Deseo”

Lectura: 2 minutos

Sinopsis:

Carlos Bruno conoce a Paul Heines en un tren y se obsesiona de tal manera con él que establece una persecución en donde el deseo, la muerte y el poder se confunden. 

 

El productor Sergio Gabriel tiene el ojo para encontrar al actor detrás del ídolo y aprovechar su fama como gancho publicitario. Esta vez se arriesga con “Extraños en un tren”, la versión teatral de la película de Alfred Hitchcock y de la novela de Patricia Highsmith (ambas con el mismo título).

El tema es la obsesión. Carlos Bruno representa ese amor emparentado más con el deseo y la compulsión que arruina la vida del héroe Paul Heines. El vínculo trágico de los dos personajes los orilla a revelar sus principales miedos y sus peores formas de dominación.

Tanto en el trabajo de Highsmith y Hitchcock se deja entrever una tensión homosexual (el escándalo de estas dos obras en su tiempo se debe a esta razón), sin embargo, la obra supera esta posible interpretación para hablar de las relaciones humanas como un juego de poder y posesión.

La versión teatral es impecable. Para el público se vuelve interesante la experiencia porque trata de descubrir en los personajes, las escenas y los parlamentos el gran secreto que esconde la historia. Toda la estructura provoca interés porque poco a poco se complica el estado emotivo de Bruno y Heines y nos acerca más a descubrir la gran verdad.

La dirección de Manuel González Gil se preocupa por conducir a los actores hacia una caracterización en los mínimos detalles corporales y vocales. Se ve una interesante propuesta de relación entre todos los personajes. El ritmo se logra y la atmósfera recreada se acerca al suspenso. El mayor logro del montaje es aterrizar en un final poderoso que no se puede lograr sin las dos horas anteriores de un justo trabajo energético.

El distractor para seguir la acción es la escenografía. Ésta todo el tiempo me desconectó; el montaje necesita buscar un justo equilibrio entre lo figurativo y lo abstracto.

“Extraños en un tren” es la obra ideal para atraer a un público numeroso y poder comprometerlos con otras experiencias teatrales. Sergio Gabriel vuelve a tener el ojo para formar a su elenco y contar una historia atractiva dentro de la oferta teatral.

 

 

“Extraños en un tren”

De: Craig Warner

Dirección: Manuel González Gil

Telón SOGEM Wilberto Cantón (José María Velasco 59, colonia San José Insurgentes)

Sábados 18:00 y 20:30hrs., domingos 17:15 y 19:30 hrs.

 

Made in México, regalo para México y los mexicanos

Lectura: 3 minutos

Sinopsis:

El “Negro” y Yoli representan una familia mexicana con un largo historial de proyectos fallidos debido a un clima social que excluye y propicia una pobreza espiritual. Esta pareja entra en conflicto cuando Marisela, la hermana de el “Negro”, y Osvaldo, su esposo, regresan de Estados Unidos después de no haber visitado el país durante treinta años.

            Marisela y Osvaldo tomaron la decisión de abandonar México para encontrar mejores oportunidades de crecimiento. Su desarraigo a este país cuestiona la forma de vida de el “Negro” y su esposa al dejarles al descubierto sus mínimas condiciones para salir de la precaria situación social, económica y política.

 

A finales del año pasado hablaba de la importancia de montar obras mexicanas. No quería emprender una campaña de compasión por nuestra dramaturgia, ni mucho menos valorarla sólo por su carácter nacional, sino considerar al teatro mexicano como una fuente de identidad (y sentido) para reflexionar sobre nuestra circunstancia.

La cartelera está dominada por títulos extranjeros; la dirección, en un circuito de grandes capitales, emula a trabajos de los epicentros del teatro a nivel internacional,  se somete a las reglas de lo convencional o se limita a cumplir con los estándares de una franquicia. Esta situación le otorga muy poco espacio a una expresión teatral desde nuestras referencias, idiosincrasia y forma de sentir.

Más allá del origen nacional de los textos, nos hacen falta historias capaces de hablar de nosotros, de reflejarnos. Con “Made in México” agradecí el encontrarme con una propuesta que podía dar cabida a nuestra voz.

La emoción de estar sentado en la butaca para presenciar personajes, diálogos y escenas propios de nuestra cultura era infinita y un alivio ante la desbordada atención a obras extranjeras.

El tema de “Made in México” es la pérdida de identidad en un país que bloquea la oportunidad de crecimiento integral a la ciudadanía. México es el escenario perfecto para hablar sobre las injusticias económicas, la carencias sociales y la reducida esperanza.

El punto de quiebre entre las dos parejas protagónicas, sus valores tan contrastantes y  recursos para enfrentar la vida resultan fascinantes en un contexto social  convulsionado como el nuestro. En ningún momento la obra es maniquea; no da por sentada la bondad de la sociedad, ni hace verdugos a los poderosos; sólo entiende a la miseria de este país (en el sentido más amplio de la palabra) como resultado de nuestra incapacidad personal y colectiva.

“Made in México” habla sobre cómo las grandes instituciones sociales fallan pero, sobre todo, cuando los individuos se fallan a ellos mismos con falsas esperanzas y deseos ridículos. El arraigo del “Negro” y la Yoli a este país así como el desarraigo de Marisela y Osvaldo no son formas efectivas para solucionar nuestros problemas como sociedad. La respuesta está en el individuo y su capacidad de acción.

Al investigar más sobre Nelly Fernández Tiscornia, la autora de “Made in México”, me llevé una gran sorpresa: su origen argentino. Esta obra se había montado en su país con gran éxito y a partir de su buena reputación llega a nuestra cartelera. Lo más sorprendente del texto es la empatía con nuestra cultura y situación actual. Cualquiera podría decir que fue escrita por un mexicano de esta década.

Las escenas retratan la cotidianidad mexicana de una manera sorprendente. Los diálogos son líneas expresivas infinitamente sofisticadas a partir de un lenguaje sencillo y coloquial. Los personajes están dibujados con maestría al ser congruentes en su circunstancia y tener una justa progresión dramática. Lo más increíble del caso (y escalofriante) es que “Made in México” recuerda a las grandes figuras de la dramaturgia mexicana como Sergio Magaña, Luisa Josefina Hernández y Emilio Carballido.

La estructura dramática es poderosa porque el conflicto evoluciona en cada momento. La cantidad de escenas es la adecuada. El ritmo es propio para las audiencias actuales; apela a la expresión teatral más depurada al privilegiar la palabra mediante diálogos sagaces e irresistibles. Los tonos de comedia son perfectos para romper con los momentos de mayor tensión dramática y así darle un respiro al público.

Doblemente sorprendido me quedé al enterarme de la nacionalidad argentina del director del montaje Manuel González Gil. Éste entiende la cultura mexicana y en la actoralidad dibuja ademanes, referencias y hasta rutinas físicas que conectan con nuestra realidad. Hace lucir a los intérpretes y propone un trazo escénico sencillo pero funcional.

Por favor, no dejen de asistir a ver esta magnífica obra de teatro. Con su boleto recibirán a cambio una experiencia fuera de serie, impactante. En efecto, todo esto es curioso al tener una manufactura argentina pero qué importa cuando la historia conecta con nuestra realidad como mexicanos. Seguiremos aplaudiendo cualquier esfuerzo en la dramaturgia mexicana así como trabajos que sean capaces de hacernos vibrar como lo hace “Made in México”.

 

 

“Made in México”

De: Nelly Fernández Tiscornia

Dirección: Manuel González Gil

Centro Cultural San Ángel en Teatro López Tarso (Avenida Revolución 1733, esquina Francisco I. Madero, Colonia San Ángel)

Jueves 20:30 hrs., viernes 19:00 y 21:00 hrs., sábados 18:00 y 20:30 hrs. y domingos 17:00 y 19:00 hrs.

El Tenorio Cómico: un, dos, tres… por toda la comedia

Lectura: 3 minutos

Sinopsis:

“Don Juan Tenorio” de José Zorrilla es reinterpretado por un grupo relevante de cómicos y comediantes de este país para usar la historia como un vehículo de crítica y sátira social contemporánea.

 

Existe una creencia actoral en donde se afirma que hacer reír es más difícil que hacer llorar. En sentido estricto con la técnica y el oficio del actor, ninguno de los dos caminos es más fácil o complicado en comparación del otro; cada uno de ellos tiene ciertas ventajas y desventajas al momento de realizar una interpretación enmarcada en sus límites.

No obstante, cuando se hace comedia la risa representa el principal medidor de impacto del trabajo actoral; cuando el público suelta carcajadas al mayoreo, el intérprete tiene cierta garantía que su desempeño en escena es efectivo, funcional; por el contrario, si después de un chiste o una rutina cómica el público responde con un silencio, el actor cae en vulnerabilidad y desesperación al no ver eco a su esfuerzo, al vaticinar el desastre de todo el espectáculo.

La risa es el medidor de funcionalidad más recurrido en una comedia, sin embargo, no es el único elemento que podría considerarse; existen otros aspectos como la función crítica. La comedia, como género dramático y estructura de montaje, no puede entenderse si no tiene una reflexión social que la sustente; detrás de las risas o cualquier fenómeno provocado por espectáculos cómicos se encuentra una gran denuncia sobre los grandes problemas de la vida pública.

La situación financiera, la credibilidad de los políticos y las disputas entre varios grupos sociales son los lugares en donde la comedia se instala para provocar la reflexión de nuestra circunstancia, para desatar mediante la risa, en el mejor de los casos, un espacio de discusión sobre los acontecimientos que vivimos día a día. Una buena comedia no es moralizadora, ni mucho menos puede encuadrarse (venderse) a ciertas causas sociales, sólo señala los defectos a nivel individuo y sociedad para despertar conciencias. Si el público decide hacer algo al respecto, ya es responsabilidad de éste, no del espectáculo.

La comedia es una válvula de escape en un ambiente repleto de tensiones y preocupaciones sociales. En el México que nos toca vivir, nos conviene reírnos de nuestra miseria y nuestras debilidades para no acabar más hundidos en la desolación, en la desesperanza. Por eso, celebro el re-estreno de “El Tenorio cómic-o” en el Teatro Aldama.

Este espectáculo es ya una tradición en la cultura mexicana que empezó como un pretexto para celebrar el día de muertos. Con el paso de los años, se convirtió en la manera ideal de reunir a un respetado grupo de actores cómicos y, de esta manera, reinterpretar el texto original de José Zorrilla para llenarlo de situaciones hilarantes en beneficio del lucimiento de sus intérpretes.

Este año, la versión cómica de “Don Juan Tenorio” tiene en su marquesina los nombres de los mejores cómicos de nuestros país. Con riesgo a equivocarme, es uno de los pocos espectáculos con esta solidez actoral en el terreno de la comedia. Freddy y Germán Ortega, Ariel Miramontes, José Luis Guarneros “El Macaco” y María Elena Saldaña son algunos actores que hacen gala de su enorme oficio para hacer reír al público.

En este montaje la anécdota de “Don Juan Tenorio” sólo es un pequeñísimo pretexto para llevar la historia  a un lugar donde la comedia, la farsa y la sátira política ocupen lugares privilegiados. Hay una gran inspiración en el formato de espectáculo de carpa. El libreto toma todas las licencias literarias para convertir a los personajes de Zorrilla en reflejos de las debilidades de la cultura mexicana de una manera certera y funcional; incluye personajes fuera del texto original y propios de nuestra época para engrandecer esta condición..

El público sale complacido al encontrar representadas grandes figuras de la escena política, económica y de entretenimiento y, a través de ellas, exorcizar sus demonios. Los recursos cómicos propios del mexicano, como el albur, se presentan en una forma magistral; el doble sentido, los juegos de palabras y los chistes son las herramientas de cada escena para incidir en la diversión y las conciencias.

El espectáculo es una enorme clase de técnica a nivel de actores. Lo más sorprendente en cada uno de los intérpretes es la forma de llevar el ritmo y su capacidad de improvisación. Hay varios momentos donde el texto permite la interacción del actor con el público y es ahí donde se nota un colmillo del tamaño del mundo para hacer rutinas cómicas con elementos propios de cada función. La energía del montaje crece en cada momento para hacer una gran explosión al final de éste.

“El Tenorio Cómic-o” es una invitación a purificar nuestro ambiente social. La reflexión de nuestro tiempo se hace de una manera sutil porque todo se encuentra envuelto en grandes capas de humor. La profundidad de la denuncia es grande pero no por ello tenemos que dejar de reír.

 

 

“El Tenorio Cómico”

Libreto: Eduardo Tepichín

Teatro Aldama (Rosas Moreno 71, colonia San Rafael)

Viernes 20:00 hrs., sábado 17:30 y 20:30 hrs., domingo 17:00 hrs.

@TenorioComico

Niño perdido: camino con retorno

Lectura: 3 minutos

Sinopsis:

Manuel entra en crisis al no gustarle su vida. Todas sus decisiones lo han alejado de sus sueños; se encuentra en una circunstancia ajena a sus necesidades. En un arrebato, decide aventarse a las vías del metro cuando, insospechadamente, aparece una hada madrina que lo llevará a emprender un viaje de reconciliación consigo mismo. A un viaje para encontrar a Manuel de niño como símbolo de amor y perdón. 

 

“12 princesas en pugna” es una joya de culto. Poco a poco adquirió el prestigio para asegurar una temporada que hasta ahora no parece tener fin. Después de tener un éxito de este tamaño, Quecho Muñoz, el autor y director, se lanza otra vez al ruedo con “Niño perdido” donde asume los mismos roles junto con el de actor.

Yo tenía ganas inmensas de ver este montaje para ver qué ruta tomaría y cómo se podría reinventar. El primer elemento digno de destacar es precisamente la fidelidad a sus obsesiones: vuelve a darle el protagonismo a un personaje en la frontera entre la adultez y la infancia. Hay algo de inocencia en los montajes de Quecho que siempre es conmovedor y, sobre todo, habla de un sentido auténtico en su escritura.

Toma de nuevo el camino de la comedia, sin embargo, en comparación con “12 princesas en pugna”, el humor es básico. Entiendo esta necesidad de ser empático, o cercano, pero cuando sólo centras la atención en la grosería por decir la grosería las risas se vuelven forzadas (a menos que seas Polo Polo).

Sin embargo, el mayor del problema del texto no está en el tono sino en la falta de síntesis. La anécdota no da para una obra de más de una hora; cuando se acabó el primer acto yo sentí que ya se había llegado a un clímax y conclusión, sobre todo, por la contundencia energética, pero Quecho vuelve a abrir la línea dramática con un supuesto nuevo conflicto; entonces me preguntaba qué iba a pasar en la siguiente mitad si la premisa era lo suficientemente clara para no desarrollarla más. Cuando empieza el segundo acto la obra es redundante.

Hay algo perturbador en esta última parte: Manuel, el protagonista, revive episodios traumáticos de la infancia con la edad en la que los vivió. El recurso es interesante porque vemos a ese niño vulnerable quien impactó al adulto que es y tiene sentido porque este personaje es quien lleva el peso de la historia. Cuando estos mismos momentos los vemos con su padre es forzado aunque emotivo porque sentimos el por qué es incapaz de involucrarse con su hijo.

Pero cuando todos los personajes deben pasar por esta remembranza, con escasos elementos con los cuales yo pueda sentirme identificado, se vuelve ruidoso porque le resta importancia al protagonista. El grato sabor de ese final del primer acto se diluye por completo.

La idea del dispositivo escenográfico remarca este aire infantil con una simulación de un enorme lego; la selección de colores hacen una unidad conceptual que todo el tiempo es congruente y se sostiene. Hay problemas en las texturas de las piezas sobre el escenario pero, en mayor medida, con las atmósferas de la iluminación.

La dirección de Donald Bertrand es acertada en explotar las características de sus actores. Tiene un elenco poderoso para sostener el ritmo vertiginoso de esta comedia. Quecho Muñoz, como Manuel, carga un papel colosal con una dignidad sorprendente; el mayor reto de este personaje consiste en hacer verosímil a un “niño” sin caer en lugares comunes y chocantes. Quecho no hace una  caricatura y apuesta por construir un mundo interno potente.

Es la primera vez que yo veo a Crisanta Gómez en algo no musical; ella interpreta a la mujer quien ama el protagonista, su compañera de trabajo. Sus habilidades probadas en este género la hacen una actriz con un gran sentido del ritmo y un destacado trabajo energético. José Daniel Figueroa, el jefe de Manuel, destaca por sus contrapuntos con Quecho Muñoz y  la construcción tan detallada del personaje en gestos y corporalidad.

La nota más destacada en cuestión de actoralidad se la llevan Lupita Sandoval y Gerardo González. Interpretan a la hada madrina y padre de Manuel respectivamente. ¿Habrá algún personaje que no se les resista? “Niño perdido” supera, por mucho, las carencias del texto cuando ellos salen a escena.

Al verlos trabajar, en este montaje, sólo podía pensar en la importancia de sus nombres en la historia del teatro mexicano. Ellos dos, entre muchos más, establecieron las bases de profesionalización del  medio; Lupita y Gerardo son baluartes que merecen todos los aplausos del mundo y no sólo lo digo por sus glorias pasadas, lo digo porque en cada trabajo en donde los veo demuestran por qué la experiencia es algo impagable.

“Niño perdido” apuntala el estilo de Quecho Muñoz; valoro su entrega y determinación por seguir en búsqueda de una escritura genuina. “Niño perdido” le servirá de mucho para el próximo proyecto; es más, es necesaria esta transición para lo que viene. Vale la pena ver el montaje por las actuaciones tan entrañables, la colaboración de grandes figuras y gente joven y, sin duda alguna, por ser un espectáculo emotivo de principio a fin.

 

 

“Niño perdido”

Dramaturgia y dirección: Quecho Muñoz

Teatro Julio Prieto (Avenida Xola 809, esquina Nicolás San Juan, Colonia Del Valle)

Lunes a las 20:30 hrs.

 

 

El Cielo de los Presos: las conjuras del papel

Lectura: 6 minutos

Sinopsis:

Después de la matanza en la Plaza de las Tres Culturas en 1968, Miguel, un joven participante del Movimiento Estudiantil, es detenido y confinado al campo militar 1. Él perdió de vista a su novia en el lugar de la masacre y por cualquier medio buscará la manera de restablecer contacto con ella. A través de la relación de Miguel con sus compañeros de celda y del sometimiento que tiene con sus vigilantes, se devela la corrupción del sistema político, los intereses en pugna del Movimiento Estudiantil, los atropellos a los derechos humanos y un sinfín de historias de abuso e ilegalidad de este episodio histórico.

 

Oficialmente inició la temporada teatral 2017 de la Ciudad de México con el estreno de “El Cielo de los Presos” en el Foro Lucerna. Desde que vi el póster en las redes sociales, encontré dos motivos fundamentales para ir a comprar un boleto: uno, el regreso de Alfredo Gatica al teatro después de su participación en “En las Montañas Azules” y, dos, conocer el trabajo de un dramaturgo y director completamente  nuevo para mí: Mauricio Bañuelos.

Cuando llegué al teatro me enteré de la participación de dos actores a quienes les he seguido la pista durante mucho tiempo: Aarón Balderi y Héctor Kotsifakis. No registré sus créditos cuando vi la publicidad en las redes sociales; esta nueva información hacía más atractivo el espectáculo aunque, a decir verdad, no sabía bien a bien qué iba a ver. Tenía poquísimas referencias: una anécdota que sucede al interior de una cárcel; personajes enmarcados en el Movimiento del 68 (deducía que el título viene de “Otros días, otros años” de Luiz González de Alba cuando hace referencia a Oscar Wilde); la relación entre el sometedor y el sometido.

La historia, efectivamente, se plantea en el Movimiento Estudiantil del 68 en México. Sin haber pasado los primeros cinco minutos de la obra aplaudía en mi cabeza a Mauricio Ballesteros por atreverse a contar una historia capaz de producirnos sentido como mexicanos; en estas condiciones del gremio teatral encontrar a alguien que quiera contar una historia sobre este hecho es valioso pero encontrar a quien quiera invertir su dinero para producir un montaje de ella me parece valiosísimo.

Dramáticamente, el trabajo de Mauricio Bañuelos en “El Cielo de los Presos” es notable porque no sólo se queda en la denuncia; no opta por recursos discursivos para entender qué pasó después de la matanza en Tlatelolco; ni hace una pieza museográfica para complacer a grandes aparatos intelectuales; se va directo a contar una historia de pasiones humanas y es ahí donde no importa cuánto sepas del Movimiento del 68, no importa si tienes conciencia histórica o no importa si tienes la información necesaria para analizar el hecho: conectas porque conectas. Mauricio acorrala al espectador para que pueda emocionarse con cada uno de los personajes y, de esta manera, reflexionar sobre las consecuencias del Movimiento hoy en día.

Me puse investigar por todos los medios posibles quién era Mauricio Bañuelos y cómo había llegado al teatro. Encontré poca información: estudió en Casa Azul y su carrera como dramaturgo y director ha tenido una sobresaliente continuidad. No sé cuál sea su entrenamiento como escritor pero todo el formato de su escritura es televisivo: la duración de las escenas, el trabajo de síntesis en los diálogos, el ritmo vertiginoso y la forma de estructurar el primer y segundo acto me hacen suponer su cercanía con este medio.

Quien puede escribir para televisión puede escribir, en términos dramáticos, lo que sea. El texto de Mauricio es compatible con las competencias comunicativas de las audiencias actuales porque siguen, consumen y leen productos televisivos. Por otro lado, este proyecto (me parece) es bastante personal para Mauricio y no hay mejores manos para dirigirlo que él.

En mi investigación sobre la trayectoria profesional de Mauricio me enteré que “El Cielo de los Presos” había tenido una temporada en el 2014 en el Teatro La Capilla con un elenco completamente diferente (a excepción de Aarón Balderi quien interpreta al mismo personaje).  El montaje del Lucerna es el resultado de un trabajo en evolución de dos años; pone en evidencia la necesidad de replantear esquemas financieros y de difusión para consolidar las necesidades creativas del montaje a largo plazo. Esta manera de abordar el trabajo es propia del teatro y no podemos generar una industria en este país sin tomar en cuenta tales prerrogativas. El cine y la televisión son otros juegos cuyas reglas no las podamos extrapolar al ejercicio teatral.

Todo el montaje se centra en una economía de recursos actorales. Me encanta ver este trabajo con los elementos mínimos de escenografía e iluminación sólo para reforzar el drama. Y si Mauricio apostó por la actoralidad como el eje del espectáculo se hizo de un ensamble actoral fuerte. Ya había mencionado la participación de Alfredo Gatica el cual es un talento fuera de serie; en esta ocasión valoro el trabajo de contención energética a diferencia de lo que hacía en “En las Montañas Azules”; me habla de su versatilidad,  disciplina y ganas de explorar su rango.

Como protagonista está Kristyan Ferrer (al salir de la función recordé su participación estelar en la película “Guten Tag, Ramón”) quien es el carisma encarnado; no sé si Kristyan sea consciente de la gran cercanía que tiene con la gente. El montaje es cálido por su interpretación; irremediablemente te sientes conectado a él.

El trabajo de oposición energética entre Gonzalo Vega Jr., Aarón Balderi y Jorge de los Reyes es una de las fortalezas del montaje. Por ellos pude sentir, en su punto más alto, el trabajo de atmósfera. Qué gusto conocer a Tatiana Del Real; ella se enfrenta con la dificultad técnica de no estar en la línea de tiempo central porque su personaje aparece en flashbacks como la novia del protagonista. Hace brillante cada momento porque no sólo se limita a cumplir esta función sino hace contrapuntos efectivos en el arco dramático. Tatiana todo el tiempo da un respiro a la tensión de la anécdota.

No me tocó ver a Héctor Kotsifakis porque alterna su personaje, Pastrana, con Jorge de los Reyes quien brilla por su manejo de matices. Me falta mencionar a Emmanuel Orenday pero aquí me voy a detener porque sucede algo bien interesante con su personaje en relación con la historia y el montaje. Los dos primeros actos de la obra son efectivos en cuanto a la dramaturgia, dirección y actoralidad, sin embargo, en el tercer acto no pude llegar a donde Mauricio Bañuelos, supongo, quería que llegara como espectador.

Después de traer la obra en la cabeza durante cuatros días seguidos, encontré el motivo de mi extrañeza al final: literariamente la historia del protagonista es opacada por la historia de un personaje secundario: Morales, interpretado por Emmanuel Orenday, es uno de los militares quien vigila la celda donde sucede la acción (no puedo hablar demasiado de detalles de su progresión dramática porque “quemaría” la trama). Este fenómeno es interesante porque, más allá del escritor, del actor o la dirección, hay personajes tan potentes que se acaban por comer todo el show sin importar las intenciones, estructuras y protagonistas.

A Mauricio se le escapó de las manos Morales: éste llega a tener el dilema más grande por resolver y su complejidad crece a pasos agigantados en cada escena. Y si aunado a esto Emmanuel Orenday hace una interpretación memorable es difícil no darse cuenta de su relevancia en la trama. Es la primera vez que veo a este actor en el teatro y me sorprende su trabajo de irradiación.

No veo esta nota como una falla sino como un punto necesario de observar. Y, subrayo, nada de lo aquí descrito tiene que ver con alguna irregularidad de la dirección o la actoralidad; el personaje de Morales se escapó de los intenciones del escritor desde el papel. Estaba desconcertado en el final porque el conflicto de Morales  es más estremecedor en comparación de todos los demás, incluso, del protagonista y me quedé con la sensación de querer conocerlo más. Cuando los actores salían a recibir los aplausos sólo pensaba: “Morales se le escapó a Mauricio, se le escapó”.

“El Cielo de los Presos” es un montaje poderoso para abrir la temporada en la Ciudad de México del 2017. Más allá de la conjura de Morales, el montaje no me soltó en ningún momento y no dejé de condolerme por cada una de las situaciones recreadas. “El Cielo…” de Mauricio Bañuelos es importante por su manera de entender la dramaturgia y necesaria ante los tiempos de terrorismo político que estamos viviendo.

 

Traspunte 1

Regresa el musical “Hairspray” ahora en el Teatro San Jerónimo del 15 de febrero al 2 de marzo bajo la producción de Britstudio Artes Escénicas.

 

Traspunte 2

Dos semanas más y “Verdad o reto” cierra temporada en el Teatro Banamex Santa Fe.

 

 

“El Cielo de los Presos”

Dramaturgia y dirección: Mauricio Bañuelos

Foro Lucerna (Lucerna 64, esquina Milán, Colonia Juárez)

Miércoles a las 20:45 hrs.

Hasta el 26 de abril               

Enamorarse de un incendio: fuego dentro de fuego

Lectura: 2 minutos

Con el dispositivo escénico de Enamorarse de un incendio, reaparecieron preguntas que me han inquietado en los últimos dos meses: ¿Cómo reacciona el público actual con el teatro?, ¿qué siente?, ¿qué piensa?, ¿cómo los estímulos sirven para conducir las emociones?. Esta puesta se antojaba interesante no sólo por el tema, una variación libérrima de Romeo y Julieta de Eduardo Pavéz Goye, sino por desafiar esa frontera entre el escenario y el espectador para formar un solo cuerpo.

Cuando das el primer paso en la sala hay atmósfera; el público se contagia (tal vez sea correcto decir “se relaja”) ante lo que va a ver pero, sobre todo, se genera una expectativa. En lo particular disfruté mucho la espera de la función porque una de las cosas más hipnóticas en este mundo es ver a un actor prepararse para su función y, tal vez en un mayor grado de asombro, descubrir el artificio teatral expuesto desde las entrañas: sus participantes, trucos y mecanismos.

Al dar la tercera llamada, Romeo y Julieta se convierte en un grupo de escritores de telenovela que tienen una junta para discutir la historia de su nuevo proyecto. Aquí hay una vuelta de tuerca poco vista y moderna de la anécdota de los Montesco y Capuleto con base en las mismas reglas y estilo de Shakespeare: el metateatro. Estos guionistas harán una obra dentro de la obra; ellos cuentan e interpretan la historia, la plantean y ejecutan, la narran y dramatizan.

El autor es muy hábil para esconder este pequeño tributo a las tantas veces que Shakespeare hacía lo mismo con sus obras y al espíritu teatral de la época isabelina. Pronto Romeo y Julieta se convierte en el pretexto para hablar de distintas formas de amor a pesar de ubicarlas en cuestionamientos alejados y fuera del contexto original: el amor filial, clandestino, el pasional.

El planteamiento dramático, las juntas creativas de los escritores para hablar de la telenovela con su respectiva interpretación, es congruente con la dirección al ver un set de telenovela que simula el departamento donde trabajan los guionistas y los diferentes lugares de la historia que ellos escriben.

El aspecto más conmovedor de todo el montaje es la actoralidad; se nota un bordado fino al habitar el personaje, los parlamentos y las escenas. Me deshago en halagos para Verónica Merchant quien me vuelve a sorprender después de No se elige ser un héroe; Itari Marta tiene una de las mejores interpretaciones por su gran honestidad (es imposible no llorar con ella en la escena de “el regreso de la hija”); Luis Miguel Lombana y Hamlet Ramírez convencen por una técnica depurada y una construcción de personaje limpia.

Me encanta el riesgo de Enamorarse de un incendio a nivel de dramaturgia y dirección; la valía de este trabajo radica en el carácter experimental del montaje. Pavéz Goye tiene muy claro qué regalo quiere dejar y, sin duda alguna, el espectador lo recibe a cabalidad. Tal vez éste sea el verdadero Incendio, lo que se provoca después de estar en la sala, en la intimidad del cuarto, días después.

 

 

Enamorarse de un incendio

Dramaturgia y dirección: Eduardo Pavéz Goye

Foro Shakespeare (Zamora 7, colonia Condesa)

Lunes y martes a las 20:30 hrs.

“Más pequeños que el Guggenheim”: “El retorno de los perdedores”

Lectura: 2 minutos

Cuatro hombres atormentados por los constantes fracasos en su vida se unen para hacer una obra de teatro; cuatro vidas abandonan el pesimismo para creer en la posibilidad de encontrar el camino hacia la felicidad. Ésta es la premisa de Más pequeños que el Guggenheim.

Con este texto, el escritor Alejandro Ricaño fue ganador del Premio Nacional de Dramaturgia Emilio Carballido en el 2008; su montaje  tuvo una primera temporada en el Centro Cultural del Bosque con gran aceptación del público. La reputación de la compañía y su director, el mismo Ricaño, los impulsó a retomar el proyecto con un aparato de producción y difusión más grande varias veces en los años posteriores. Ahora regresa al Foro Shakespeare en el 2017.

Y no es para menos. Hace muchos años no veía una historia 100% mexicana que fuera un reflejo tan fiel de nuestra realidad social; en ciertos momentos este reflejo es escalofriante porque nos enfrenta con la decadencia cotidiana y los deseos de salir de ella.

El argumento inicia con el conflicto de Gorka, un escritor asfixiado por un matrimonio fallido, declina sus esfuerzos por la literatura para trabajar en un supermercado transnacional; está obligado a laborar en un lugar tóxico pero conveniente para sus necesidades económicas.

Gracias a un fallido intento de suicidio de Sunday, Gorka retoma su amistad con este actor para descubrir cómo la vida se ha comido el ánimo de ambos para cumplir su mayor deseo en la vida: hacer teatro. En la juventud hicieron todo lo posible para alcanzar su objetivo: Gorka desde la escritura y Sunday desde la actuación trataron de comerse un mundo que finalmente se los comió a ellos.

Ahora, uno en un trabajo miserable y el otro al borde de la muerte, deciden regresar a lo abandonado, armarse de valor para enfrentarse a la vida y montar una obra de teatro que hable de sus fracasos. Para tal empresa convocan a Jam, un hombre con el ímpetu del actor primerizo, y Al, el introvertido que canaliza su vulnerabilidad ante el mundo mediante enfermedades en la piel. Los cuatro tratan de volverse más ligeros al tirar sus cargas en las aguas sanadoras del teatro.

El argumento, una comedia, tiene una adecuada progresión dramática de los personajes; la forma de entrelazar sus vidas es verosímil en todo momento. El trabajo de dialogación es formidable; al hablar de la esperanza es muy fácil caer en maniqueísmos pero Ricaño siempre es sutil al entrar en el tema.

La dirección propone movimientos coreográficos para hacer rompimientos escénicos en el transcurso de la historia. Hay una notable preocupación por caracterizar a cada uno de los cuatros personajes en un sentido físico y, al mismo tiempo, ayudar con esto a sus respectivas psicologías.

El equipo de actores es espectacular. Tiene una adecuada conciencia del espacio y detallado uso del cuerpo. Las rutinas cómicas enaltecen ciertos parlamentos y brindan claridad para entender situaciones simultáneas o alteraciones temporales difíciles de comprender.

Más pequeños que el Guggenheim es un claro ejemplo del trabajo de la nuevas generaciones de dramaturgos mexicanos. Es un teatro ágil, muy divertido y  con profundidad para abordar su premisa. Pero el verdadero éxito de Ricaño es incidir en la conciencia del público mexicano para enfrentarlo a su desgarradora realidad y, a pesar de todo, brindar un oasis de esperanza.

 

 

Más pequeños que el Guggenheim

Autor y director: Alejandro Ricaño

Foro Shakespeare (Zamora 7, colonia Condesa)

Sábados 20:00 hrs. y domingos 18:00 hrs.

“Puras cosas maravillosas”: “El descubrimiento de Georgia (por Pablo Perroni)”

Lectura: 4 minutos

Sinopsis:

 

“Puras cosas maravillosas” cuenta la historia de un hombre que, al ser sobreviviente de una depresión, añora la infancia. Desde niño, al saber que su madre intentó suicidarse, trata de encontrar las razones por las cuales vale la pena vivir. Es así como nos demuestra su relación con la vida y la muerte hasta su etapa adulta.

 

Aunque no es de su autoría, Ray Charles popularizó “Georgia on my mind” en 1960. Rápidamente llegó al número uno en la lista de Billboard, fue adoptada como himno del estado de Georgia y sirvió de instrumento pacificador en conflictos civiles de los sesenta. Más allá de su simbolismo, más impuesto y menos orgánico, esta canción es un verdadero poema que conmueve a cualquiera.

Other arms reach out to me, other eyes smile tenderly, still in peaceful dreams i see the road leads back to you” canta Ray con una voz que está en la frontera de la dulzura y nostalgia. “Georgia” es el hogar, el lugar donde se toca base para volver, una verdadera casa que protege.

Así como Ray encontró su canción que lo inmortalizó, sin temor a equivocarme, Pablo Perroni descubrió en “Puras cosas maravillosas” esa obra capaz de darle un lugar de por vida en la historia del teatro mexicano. No sólo como un actor comprometido y arriesgado, sino por convertir un montaje en un “hogar donde se puede tocar base”.

En el escenario vemos a un adulto que narra su primer encuentro con la muerte pero, en realidad, escuchamos la voz de un niño asustado. La muerte mata la inocencia; el miedo se apodera de la realidad. Los autores, Duncan Macmillan y Jonny Donahoe, no caen en la obviedad de hablar sobre la muerte sino del miedo a vivir; hay una clara intención de cuestionar a una sociedad donde la felicidad se confunde con la realización de TODOS nuestros deseos. Libre de cualquier dolor.

El “niño” de “Puras cosas maravillosas” nos da tremendas sacudidas al desmitificar la felicidad reiterada en los anhelos individuales, los medios de información y el inconsciente colectivo. La vida también es muerte, dolor, duda, fragilidad. ¿Y esto con qué se come cuando siempre aspiramos a vivir la mejor versión de la realidad? “Puras cosas maravillosas” es un canto a la vida real-real, aquélla con seres de carne y hueso, a la oscura, a la luminosa.

El conflicto de este hombre está en digerir el miedo y aceptar la vida como viene. Por cada sombra, hay luz, hay algo maravilloso por lo que seguir. A veces, y en la mayoría de los casos, se esconde en las sutilezas. Esta necesidad de creer en lo extraordinario se vuelve absurda frente a lo ordinario y cotidiano; ahí transcurre la verdadera vida, ahí, en lo pequeño, en lo imperceptible por ser tan cercano y común. El texto es una proeza por ser contundente y manejar una poética sutil en este sentido.

El mayor acierto de la historia es nunca caer en maniqueísmos o en discursos de superación personal sino centrarse en la acción del personaje por escapar del miedo a la muerte y, en cierta manera, de él mismo. La adaptación de Pilar Ixquic Mata es congruente con nuestra semántica y logra empatía con el espectador en cada palabra.

La dirección de Sebastián Sánchez Amunátegui es un experimento porque orilla a Pablo Perroni a romper la barrera que hay con el escenario. Somos el interlocutor, el consejero, el padre, el amigo, el hermano; la experimentación resulta en integrar al ejercicio escénico las respuestas del espectador.

Nunca se violenta a los observadores ni mucho menos se les pone en una situación de ridículo; el actor y sus testigos son un solo cuerpo; se transgrede esa solemnidad teatral para jugar a ser un “niño con miedo”, un  “adulto perseguido por la muerte”.

Desde el acomodo y el número de butacas se nota el interés de convertir toda la sala en el escenario. La cercanía del actor con los espectadores le da volumen a las palabras y a la anécdota. Hay un interés que crece cada minuto; una sensación de peligro como ver el acto principal de un malabarista en un circo y aplaudirle porque nunca se cae a los quién-sabe-cuántos metros de altura.

Para Pablo Perroni es su prueba de fuego como actor. Siempre valoro en un intérprete, amén de su técnica y el perfeccionamiento de la misma, su capacidad de arriesgarse. Nunca había visto a Pablo Perroni en el borde. Siempre está al servicio de la historia y el público; sus niveles de concentración son altísimos por las improvisaciones que hace con los espectadores. Las transiciones son orgánicas y aplaudo de pie que Perroni nunca empuje la acción dramática (evidencia de su crecimiento actoral).

Esto es lo que Sánchez Amunátegui sabe hacer con gran pericia: desnudar al actor para que pueda pasar la historia por él; contar una obra sin artificios ni obstáculos. La honestidad de Perroni hace de “Puras cosas maravillosas” un golpe certero a la sensación y conciencia. El personaje, las palabras y la anécdota aparecen como moretones días después para cuestionarnos nuestra fragilidad y necesidad de vivir.

En alguna parte del montaje se puede escuchar alguna canción de Ray Charles como un testigo de lo que  sucede entre Pablo Perroni y esta obra. Es indudable lo que le pasa al público: esa conmoción, esas vibraciones; sin embargo, lo que se lleva Pablo cada noche es un tesoro que vivirá de manera insospechada (y brillante) en su corazón. Tal vez haya encontrado ese hogar invisible al que siempre se regresa. Tal vez haya llegado a “Georgia”.

 

 

“Puras cosas maravillosas”

De: Duncan Macmillan y Jonny Donahoe

Dirección: Sebastián Sánchez Amunátegui

Foro Lucerna (Lucerna 64, Colonia Juárez)

Martes a las 20:45 p.m.