Pez de Oro

“Sonámbulos”: “La reencarnación de Reynolds Robledo (parte 1)”

Lectura: 4 minutos

Sinopsis:

Una familia, después de vivir un acto sumamente violento, se reintegra a la cotidianidad. Cada uno de los integrantes al sanar las heridas (por ejemplo, el hijo menor dejó de hablar desde el evento traumático) se convertirá en un desconocido para las personas más cercanas y surgirán cuestionamientos acerca de qué es lo que los une y los separa.

Hay tres cosas que quisiera destacar del trabajo de “Sonámbulos”: 1) La definición de estilo de escritura de Reynolds Robledo. En la tribu teatral de este país, a todo mundo se le vuela la peluca al escuchar la palabra “melodrama” (aunque sea el género por excelencia de México). Entiendo este prurito si tenemos el referente de telenovelas cutres o las actuaciones falsísimas con las que se quiere interpretar el género. No obstante, el escritor lo plantea con muchísima dignidad.

Hay una honestidad al trabajar este tipo de estructuras y personajes; agradezco esa desfachatez del trabajo sin pretender ser más de lo que es. Si yo comparo “Lobos por corderos”, su proyecto del 2015, con “Sonámbulos”, en este último se nota una evolución al hacer más efectiva la síntesis dramática y dialogación.

Por otro lado, y esto lo remarco con letras de oro, se nota a kilómetros de distancia un texto de Reynolds. Esto sucede muy poco en el teatro, de por lo menos los últimos diez años, porque no hay continuidad en la vida profesional de los dramaturgos mexicanos (a menos que seas becado o una estrella de la escritura todo mundo emigra a otros medios porque el dinero es escaso en el teatro), se compran/hacen obras extranjeras o se tiende a la compulsiva experimentación literaria sin ton ni son.

El estilo de Reynolds radica en saber cuáles son sus obsesiones: crisis familiares, la culpa, los secretos tóxicos, el autocastigo. Para muchos sería una repetición de sí mismo, irse a una fórmula segura ante el éxito de proyectos pasados; para mí es la búsqueda de una voz y  eso merece todo mi respeto. Este universo personal, con cada nueva historia, con cada nuevo personaje, se vuelve más sofisticado y adquiere profundidad para manifestarse.

No sólo el estilo viene de los temas sino también de su empatía con las audiencias actuales y esto genera una visión contemporánea (me gustaría decir juvenil) del fenómeno teatral. Nos guste o no la televisión nos (¿mal?)acostumbró para ver y escuchar historias; estamos más familiarizados a su ritmo, tiempos y contundencia. Se nota que Reynolds trabajó para la televisión porque sus estructuras le dan al clavo en las competencias comunicativas de espectadores multimediáticos.

2) El equipo de primera división en la producción. Muy pocas veces podemos ver juntos, en la cancha de actores, a Mónica Dionne, Hernán Mendoza y Paloma Woolrich. Ingrid Sac en la escenografía e iluminación garantiza una manufactura impecable (a pesar del espacio tan pequeño en La Teatrería le saca partido a todo lo posible). Juan Manuel Torreblanca en la música original es la cereza del pastel. Y me quedo corto porque no tengo el espacio para dar crédito (y alabanzas) a cada uno de los integrantes de la compañía.

La conformación de este proyecto es una cátedra para cualquiera que se quiera arriesgar a producir teatro. “Sonámbulos” es un síntoma de la evolución del quehacer teatral a pesar de las (múltiples y vigentes) carencias, adversidades, baches e irregularidades que se puedan vislumbrar en el panorama.

También La Teatrería se anota una palomita en su lista de montajes al acobijar  “Sonámbulos”. No hay mejor lugar para presentar esta obra porque su audiencia es la que atrae este foro. Para la compañía como para el recinto es una relación ganar-ganar en cuanto al prestigio y  reposicionamiento.

3) Reynolds Robledo va en un franco crecimiento como director. Celebro que tenga el  tesón para defender sus proyectos y se arriesgue a encabezar la visión creativa de este montaje precisamente por el carácter tan personal de sus historias. Tiene más herramientas para guiar a sus actores y una forma de matizar mucho más interesante en comparación de experiencias pasadas.

Me pasé exactamente cuatro noches en descubrir por             qué al final de “Sonámbulos” tuve una sensación de incertidumbre. La primera razón viene con el uso de la música como transición entre escenas; confieso que me encanta la selección de temas (cuando aparece “I  loves you, Porgy” de Nina Simone es un momento prodigioso) pero hay un uso excesivo de ellos. El interés por seguir conociendo esta familia y su circunstancia se frena; con las canciones se logran grandes momentos estéticos pero poco efectivos para el desarrollo de la historia.

Lástima, en este punto no puedo ahondar porque hay spoiler, sin embargo, haré mi mejor esfuerzo. Me refiero a la construcción del personaje de la hija, Sara: si yo veo su arranque y desenlace hay algo disonante entre ellos. El problema radica en que desde la dramaturgia, dirección y propuesta actoral el conflicto de esta mujer está reducido ante la magnitud de su circunstancia.

Ana González Bello, la actriz, tiene los recursos necesarios para esponjar eso que ya tiene aunque le convendría empezar desde otro lugar mucho más complejo; la escena entre los dos hermanos tiene esa profundidad necesaria desde un principio.

Y, precisamente, esto me lleva a hablar del final. Hace falta un do de pecho en la última escena; y aquí la razón obedece a un manejo energético de los actores. A lo largo del montaje hay más picos de energía que en el cierre y es aquí donde debería de estar el punto más alto  de intensidad (tal vez sería mayor trabajo de contención) porque implica la liberación del conflicto principal. Y esto modificará la atmósfera de la escena.

Sin duda alguna “Sonámbulos” se debe ver. Es un canto al verdadero amor, a aquél que sucede en la oscuridad y se afianza ante cualquier pronóstico así como dice Nina Simone en “I loves you, Porgy”: “If you can keep me, i wanna stay here with you forever and i´ll be glad”. Así como Reynolds afianza  su amor al teatro para reencarnar.

 

 

Traspunte 1

¡Qué actriz tan poderosa es Mónica Dionne! ¡Y en “Sonámbulos” se luce como nunca!

 

Traspunte 2

¿Por qué en el Centro Cultural Helénico ya no hay un programa de mano para cada obra? ¿Por qué sólo dan un programa con la cartelera colectiva?

 

Sonámbulos”

Dramaturgia y dirección: Reynolds Robledo

La Teatrería (Tabasco 152, Colonia Roma)

Lunes y martes 20:30 hrs.

@sonambulosmx

“12 princesas en pugna”: “Donde se aprende a soñar”.

Lectura: 3 minutos

Sinopsis:

Cenicienta convoca a todas sus amigas princesas para desahogarse de sus penas de amor y dinero, sin imaginar que todas las asistentes estarían en una circunstancia muy parecida. Sin el “final feliz” y con los problemas propios de la cotidianidad, todas viven las sobras de un sueño.

Con dos años en cartelera y un público cautivo no pude resistirme a ver esta obra. Al estar en la función entendí el por qué de su permanencia y  convocatoria: el encanto de este montaje se debe en gran medida a una historia muy bien contada.

Es una comedia que conecta con las audiencias actuales debido a la anécdota y el lenguaje. “12 princesas en pugna” reúne a las protagonistas más emblemáticas de los cuentos (principalmente de versiones hechas por Disney) para hablar de su vida después del “final feliz”. Estas mujeres idealizadas por la cultura se enfrentan al amor del día a día, al verdadero, aquél que no resiste los instantes mágicos.

El planteamiento parece muy fácil de diseñar, los diálogos dan la sensación de una escritura espontánea, de hecho, la construcción dramática de cada una de las princesas es sencilla. Pero desarrollar una obra con estas características tiene una enorme dificultad.

Quecho Muñoz, el escritor, logra tres cosas que cualquier escritor de comedia desearía: personajes entrañables, un ritmo adecuado y una profunda crítica social. La reinterpretación de Muñoz de los grandes cuentos es una magnífica oportunidad para hacer personajes que conecten con la audiencia porque se  habla de la crisis cuando no se cumplen las expectativas de una relación amorosa.

Las risas provocan que el público se vea reflejado en Campanita, Bella, Jazmín o cualquiera de las princesas para descubrir sus virtudes y defectos. La lectura de la obra realmente va hasta el tuétano de las formas de amar y ser amado (hasta amarse a uno mismo). Ser princesa es el símbolo perfecto de las expectativas sociales.

Todo esto sucede en un ritmo vertiginoso. Las escenas son eficientes en cuanto a la duración y la forma de dialogar. Cada uno de los doce personajes tiene un momento brillante; las referencias a sucesos actuales o momentos de improvisación están en los episodios adecuados. Lo que Muñoz logra con “12 princesas en pugna” es un cosmos muy personal e irrepetible.

Por eso la decisión que él mismo fuera el director del montaje es acertadísima. Sabe muy bien qué debe comunicar cada una de las princesas, cuáles son las rutinas físicas para provocar momentos de risas  y cómo hacer más impactantes los momentos climáticos.

Las interpretaciones mantienen un alto nivel de energía para llevar el pulso del montaje. La corporalidad y el trabajo vocal de las actrices caracterizan a las princesas de una forma inolvidable. Varios gestos hacen más entrañables a todos los personajes y, por lo tanto, más disfrutables para el público.

La invitación a varias actrices con marquesina y prestigio para que alternen ciertos papeles hace deseable el espectáculo para un público que casi ha convertido esta obra en algo de culto.

El montaje es un éxito indudable. Las filas enormes de la taquilla que sostienen una temporada de un solo día a la semana lo demuestran. No se pierdan esta divertida comedia de Quecho Muñoz. Con un juego simple habla de lo complejo que puede ser la vida en pareja y la presión social para vivirla de determinada manera.

“12 princesas en pugna” es teatro mexicano que está al servicio del público del día de hoy, para divertir con sus alegrías y preocupaciones, para reírse de las verdades y los cuentos donde se aprende a soñar.

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No se pierdan el video del montaje completo de “De la Calle” del gran Julio Castillo: https://www.youtube.com/watch?v=PiuLtehRYpU

 

“12 princesas en pugna”

Escritor y director: Quecho Muñoz

Teatro Rafael Solana (Miguel Ángel de Quevedo 687, colonia Coyoacán)

Jueves 20:30 hrs.

Hasta el 7 de julio

“Las Analfabetas”: “Palabras que faltan. Corazón que sobra.”

Lectura: 3 minutos

Sinopsis:

Ximena es una mujer adulta que contrata a una maestra joven para que le enseñe a leer. Esta relación les dará conciencia de situaciones irresueltas del pasado y una proyección de sus vidas a futuro. 

 

Prometo que dormí muy bien, me alimenté como se debe y tuve toda la disposición cuando vi “Las Analfabetas”, sin embargo, no pude conectarme en algún momento con el montaje. Desde la primera vez que vi el póster y los créditos (actúan Dolores Heredia y Gabriela De La Garza) me urgía comprar un boleto y lamento no haber salido tan conmovido-sorprendido-entusiasmado como lo esperaba.

Agradezco más la existencia de este proyecto que el proyecto en sí mismo porque hay figuras deseosas de hacer teatro con todo el amor y el respeto a la profesión. Producir, en las condiciones de este país, es un verdadero viacrucis; se necesitan ¼ de cojones y ¾ de corazón para hacer teatro y sortear todos los obstáculos para llegar a un estreno. Gabriela De La Garza, sin ninguna necesidad porque bien podría estar cómoda como actriz, decide ponerse el título de productora junto a un gran equipo para morirse en la raya.

En el sentido del compromiso y profesionalización no se le puede reprochar nada a “Las Analfabetas”: llamaron a la extraordinaria Laura Rode para hacer la escenografía e iluminación; está Mario Marín en el diseño de vestuario; Eloy Hernández tiene en sus manos la producción ejecutiva. Y así podría seguirme con los créditos del programa de mano para demostrar la buena cepa de los involucrados.

En cuanto a la plástica todo está en su sitio. La iluminación empata de manera funcional con el contexto geográfico y las pautas psicológicas de los personajes. El descuido y deterioro de la casa de Ximena se retrata con una adecuada selección de elementos; sólo me preocupa la salida de actores, una puerta muy baja para la estatura de Gabriela de la Garza, porque todo el tiempo pensaba que se iba a pegar en la frente.

El gran problema está en el texto. Pablo Paredes, el autor de “Las Analfabetas”, hace una de las obras más antidramáticas que he visto en mi vida; me refiero a la imposibilidad de plantear un conflicto dramático real; de estructurar un primer, segundo y tercer acto; de sostener un juego de  oposiciones en cada una de las escenas.

En el programa de mano viene el párrafo curricular de Paredes donde se dice que es una eminencia chilena. A lo mejor él ha roto todos los paradigmas de la dramaturgia para plantear una nueva forma de escribir teatro; a lo mejor el problema está al querer encuadrar la historia con una estructura aristotélica; a lo mejor el género dramático no se trata de conflictos sino de estampitas costumbristas sin-que-pase-nada.

Si no es así, “Las Analfabetas” no tiene un conflicto para una hora y cacho de obra. Es interesante ver a una mujer adulta que aprende a leer y hay algo de sugerente cuando su maestra es una joven con una incapacidad de conectarse con ella misma. Si esto me lo contaran en un cuento o una novela, lloraría de la emoción. Cuando lo veo en una obra de teatro me asusta porque no avanza la acción dramática en ningún momento; los personajes no tienen una verdadera oposición a sus deseos.

La construcción literaria de los personajes está a la mitad; todo se sugiere y nada se concreta. No siento sus motivaciones; por momentos la dinámicas son efectistas; el final es lindo pero gratuito. Paredes cayó en blandito porque el equipo creativo y, en mayor medida, Dolores Heredia y Gabriela De La Garza le mejoran la plana.

Ellas dos hacen, junto con la directora Paulina García, un trabajo de irradiación y atmósfera poco visto en el teatro mexicano. Dolores Heredia está más allá del bien y del mal; sus años de experiencia se notan al hacer un personaje empático, admirable y creíble. Esta mujer adquiere dimensión por una técnica impecable y una verdadera propuesta personal que trasciende las carencias de Paredes.

Nunca había visto a Gabriela De La Garza en teatro. Sus trabajos en televisión no reflejan en nada su potencia; es admirable como equipara el trabajo energético con la atmósfera psicológica. Heredia le pone todo lo necesario para que ella remate cada escena de forma efectiva e interesante.

“Las Analfabetas” merece ser vista por este trabajo actoral a contracorriente. Si todo este equipo tuviera otro texto en sus manos sería la sensación                     porque, insisto, su compromiso, disciplina y amor son indudables (¡hay tantas obras para dos actrices tan efectivas!). En fin, por algo hicieron la apuesta por el autor y me queda claro que en los creativos y la producción no quedó .

 

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Gabriela De La Garza alterna el papel con Adriana Llabrés; me muero de ganas de ver la obra con ella porque es formidable, no obstante, también es asistente de dirección. Llabrés es la mejor actriz de su generación y estoy feliz que ella esté en la línea de ser directora. Recuerden este nombre: Adriana Llabrés.

 

 

“Las Analfabetas”

De: Pablo Paredes

Dirección: Paulina García

La Teatrería (Tabasco 152, colonia Roma)

Viernes 21:00 hrs., sábados 18:00 y 20:00 hrs., domingos 18:00 hrs.

“Más pequeños que el Guggenheim”: “El retorno de los perdedores”

Lectura: 3 minutos

 

Cuatro hombres atormentados por los constantes fracasos en su vida se unen para hacer una obra de teatro; cuatro vidas abandonan el pesimismo para creer en la posibilidad de encontrar el camino hacia la felicidad. Ésta es la premisa de “Más pequeños que el Guggenheim”.

Con este texto, el escritor Alejandro Ricaño fue ganador del Premio Nacional de Dramaturgia Emilio Carballido en el 2008; su montaje  tuvo una primera temporada en el Centro Cultural del Bosque con gran aceptación del público y de la crítica dos años después. La reputación de la compañía y su director, el mismo Ricaño, los impulsó a retomar el proyecto con un aparato de producción y difusión más grande y sólido.

Y no es para menos. Hace muchos años no veía una historia 100% mexicana que fuera un reflejo tan fiel de nuestra realidad social; en ciertos momentos este reflejo es escalofriante porque nos enfrenta con la decadencia cotidiana y los deseos de salir de ella. “Más pequeños que el Guggenheim” aborda la tristeza del mexicano: éste amanece cada día impulsado por sus sueños pero la noche lo regresa a la cama para dormir con sus derrotas.

El argumento inicia con el conflicto de Gorka, un escritor asfixiado por un matrimonio fallido, declina sus esfuerzos por la literatura para trabajar en un supermercado transnacional; está obligado a laborar en un lugar tóxico para sus deseos pero conveniente para sus necesidades económicas.

Gracias a un fallido intento de suicidio de Sunday, Gorka retoma su amistad con este actor para descubrir cómo la vida se ha comido el ánimo de ambos para cumplir su mayor deseo en la vida: hacer teatro. En la juventud hicieron todo lo posible para alcanzar su objetivo: Gorka desde la escritura y Sunday desde la actuación trataron de comerse un mundo que finalmente se los comió a ellos.

Ahora, uno en un trabajo miserable y el otro al borde de la muerte deciden regresar a lo abandonado, armarse de valor para enfrentarse a la vida y montar una obra de teatro que hable de sus fracasos. Para tal empresa convocan a Jam, un hombre con el ímpetu del actor primerizo, y Al, el introvertido que canaliza su vulnerabilidad ante el mundo mediante enfermedades en la piel. Los cuatro tratan de volverse más ligeros al tirar sus cargas en las aguas sanadoras del teatro.

El argumento, una comedia entonada en melodrama, tiene una adecuada progresión dramática de los personajes; la forma de entrelazar sus vidas es verosímil en todo momento. El trabajo de dialogación es formidable; al hablar de la esperanza es muy fácil caer en maniqueísmos pero Ricaño siempre es sutil al entrar en el tema. Al principio, los cambios de tiempo son complicados de entender pero todo se resuelve con efectividad hacia el final de la historia; no se dejan cabos sueltos.

 

La dirección propone movimientos coreográficos para hacer rompimientos escénicos en el transcurso de la historia. Hay una notable preocupación por caracterizar a cada uno de los cuatros personajes en un sentido físico y, al mismo tiempo, ayudar con esto a sus respectivas psicologías.

La escenografía tiene los mínimos elementos para incitar la imaginación del espectador y, en su cabeza, recrear ciertas atmósferas sin recurrir a espacios figurativos.

El equipo de actores es espectacular. Tiene una adecuada conciencia del espacio y detallado uso del cuerpo en los episodios vertiginosos de la historia. Su entrenamiento vocal es preciso en cuanto a la técnica; pueden caracterizar la voz sin tener pérdidas en la dicción y volumen. Las rutinas cómicas mediante el cuerpo enaltecen ciertos parlamentos y brindan claridad para entender situaciones simultáneas o alteraciones temporales difíciles de comprender.

”Más pequeños que el Guggenheim” es un claro ejemplo del trabajo de la nuevas generaciones de dramaturgos mexicanos. Es un teatro ágil, muy divertido y  con profundidad para abordar su premisa. Pero el verdadero éxito de Ricaño es incidir en la conciencia del público mexicano para enfrentarlo a su desgarradora realidad y, a pesar de todo, brindar un oasis de esperanza.

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¿Sí se va a estrenar “Aplauso” con Verónica Castro? ¿Es mi impresión o parece que su campaña en redes sociales se ha silenciado?

 

“Más pequeños que el Guggenheim”

Autor y director: Alejandro Ricaño

Foro Shakespeare (Zamora 7, colonia Condesa)

Jueves 20:30 hrs.

“La gata sobre el tejado caliente”: “Raspar el colmillo”

Lectura: 4 minutos

 

Sinopsis

Brick y Maggie son un matrimonio en crisis; a partir de la muerte del mejor amigo de Brick, éste empieza una  separación amorosa y sexual con su mujer. En una noche tienen una confrontación donde los verdaderos intereses de la pareja salen a flote y ponen en riesgo los intereses de la familia del esposo.

 

Para hacer “La gata sobre el tejado caliente” se necesitan horas de vuelo sobre un escenario; cualquiera, desde la dirección o la actoralidad, que se tope con esta obra se enfrenta a una prueba de fuego: o vives o mueres en el intento. No hay puntos medios. Aplaudo, en primer lugar, el aventarse a tomar este toro. No cualquiera se decide a hacerlo.

Me inquieta, por puro morbo, saber cuáles fueron las motivaciones de los productores para montar esta obra de Tennessee Williams. Es acertadísima la decisión, en cuanto a su pertinencia a las audiencias mexicanas, porque pisa callos. La tesis de Williams es devastadora: la mentira es la única manera de poder lidiar con este mundo; la sociedad no está diseñada para ser brutalmente honestos.

En todas las sociedades se vive una doble moral pero la de México se parece mucho a la recreada en “La gata…”. Las manipulaciones de lenguaje, clase e intimidad que hacen Brick y Maggie resuenan con nuestras propias manipulaciones a nivel individual o colectivo. Todo se vuelve más aterrador cuando Williams hace de este texto su mejor radiografía de la pareja; supera, en este sentido, a “Un tranvía llamado deseo”.

Esta obra es incómoda (y lo digo en el mejor de los sentidos) porque no hace concesiones para hablar de la simulación. Todo el tiempo pasaba por mi cabeza esta idea de “alguien pare a estas personas, por favor”; porque esta doble moral de la pareja es un kraken que devora a los padres, los hijos, los hermanos, la familia, las instituciones.

Williams es ácido para hablar del mundo de las apariencias; este no-pasa-nada porque estamos-donde-debemos-estar es una camisa de fuerza para los verdaderos deseos de los personajes; sin embargo, conforme pasa la historia, te cuestionas: ¿en serio puedes escaparte del “closet” social? ¿qué tantos compromisos estás dispuesto a perder si decides liberarte? “La gata…” al ser una pieza deja más hundido al protagonista en su propia miseria que como empezó; esto es un gancho al hígado del espectador.

El texto es una proeza y Enrique Singer, el director, hace del trabajo con los actores la guía del montaje. Desde “La mujer justa”, último montaje que vi de él, perfeccionó sus recursos para meterse de lleno al mundo interno del actor e intensificar la construcción de personaje; en “La gata…”, hace una prueba de lo aprendido con extraordinarios resultados. Lo más admirable de la propuesta es el trabajo de contención y la irradiación emotiva del ensamble actoral.

Luis Roberto Guzmán está jugando en las grandes ligas al interpretar a Brick; para su buena fortuna tiene el peso actoral para hacer frente a uno de los personajes masculinos más complejos de la dramaturgia occidental aunque faltan matices por encontrar. Iliana Fox, como Maggie, necesita tiempo para acabar de estructurar su pauta dramática; la siento ligeramente perdida en la primera parte de la obra al abordar el problema sexual de la pareja en cuanto a la intención y el gesto.

Fox necesita más pasadas y estos veintes caerán por sí solos; sabe dónde debe llegar el personaje sólo necesita ser más clara y menos obvia en el movimiento energético con el que empieza. Entiendo esta dificultad más aún cuando ella lleva el ritmo del primer acto.

Cuando sale Rafael Sánchez Navarro a escena, al representar al padre de Brick, la obra sube de nivel. Tiene los contrapuntos más difíciles, mantiene todo el tiempo el tono de la pieza y, sobre todo, hace un manejo excepcional del cuerpo y la energía. Williams escribió la obra pensando en Brick pero se le salió de la manos el personaje del padre; éste se llevó la mejor parte del pastel.

Amanda Schmelz, Verónica Terán, Carlos Corona y Pablo Bracho están en un ejercicio actoral fuerte y contundente. En lo personal, me conmovió muchísimo Verónica Terán, como la madre de Brick; hace un trabajo cercano y lo que hace con la voz y el cuerpo es estremecedor.

El único elemento que me perturbó fue la escenografía. Todo sucede, en la habitación de Brick y Margaret, pero con el paso de las escenas esta imagen se pierde y no queda claro si existen cambios y límites espaciales. Tal vez la presencia de una cama en el centro del escenario todo el tiempo no ayuda; cuando se está en la habitación no hay ningún problema pero cuando se intuye que están en otro lugar y tratan de integrar la cama a este nuevo reacomodo es disonante.

“La gata sobre el tejado caliente” es un trabajo valioso: no sólo por montar a Tennessee Williams (eso es un logro en sí mismo) sino por hacer un montaje sólido. Me preocupan las fotos de la publicidad ya que no reflejan el espíritu de la obra; si alguien, sin la más remota idea del autor o del texto, decide comprar un boleto por las imágenes de la campaña publicitaria podría salir confundido (o hasta defraudado) porque esos ganchos visuales no se ven en el montaje.

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¿Qué habrá hecho Felipe Fernández Del Paso en “Myst”? Tal vez dirigir conciertos sea algo más genuino en él.

 

 

“La gata sobre el tejado caliente”

De: Tennessee Williams

Director: Enrique Singer

Foro Cultural Chapultepec (Mariano Escobedo 665, colonia Anzures)

Viernes 18:45 y 21:15 p.m., sábados 18:15 y 20:45 p.m., domingos 17:00 y 19:30 hrs.

“Verdad o reto. El Musical”: “Barbas a remojar”

Lectura: 5 minutos

mauriciopezdeoro@gmail.com

Twitter: @pezdeoro1972

 

Sinopsis

En una casa en Acapulco, un grupo de ex compañeros de escuela se reúnen por el llamado de una amiga; el reencuentro saca a flote las cuentas pendientes entre ellos y los amoríos pasados ponen en duda las decisiones que se  tomarán en el futuro. 

 

Sería tan fácil pegarle a “Verdad o reto”. Muchos críticos, periodistas y espectadores han comentado el fallido intento de este musical de rocola con canciones pop en español de los noventa en el Teatro Banamex de Santa Fe. Cuando la estaba viendo pasé de la angustia al enojo y del enojo al asombro.

Muchos han comentado que Mejor Teatro y Morris Gilbert, los productores, quisieron tener un segundo “Mentiras” pero lamentablemente les salió el tiro por la  culata (a quince minutos de acabar la función resonaba en mi cabeza esta súplica: “Tú no, Morris. Tú no”).

“Mentiras” tiene detrás a uno de los dramaturgos y directores más audaces de los últimos diez años, José Manuel López Velarde, quien dispuso una historia comprometida con las canciones y, sobre todo, con su espíritu; se aprovechó de la ñoñería y el aire telenovelesco de las baladas de los ochenta del pop en español para hacer un culebrón sobre el escenario que nunca se toma en serio. No quiere ser pretencioso; sólo busca divertir al espectador.

“Verdad o reto”, en la primera mitad del texto, quiere probarse como una comedia pero fracasa en el intento; ya para la segunda parte se arrepiente y decide convertirse en un melodrama con todas las de la ley; se pierde en un abismo de intención, estilo y tono. La construcción de los personajes es unidimensional por defecto y no por virtud; me sobrepasó que ningún personaje es empático: no puedes interesarte en alguno porque son carentes de función dramática.

En este tipo de formato la música está para salvar el espectáculo. El mejor ejemplo es “Hoy no me puedo levantar” con música de Mecano: la historia era terrible en fondo y forma pero el solo hecho de tener una banda en vivo, las canciones de los Hermanos Cano y sus nuevos arreglos eran suficientes para hacer la experiencia más llevadera. En “Verdad o reto” no hay música en vivo y los arreglos son peor que una versión de karaoke de YouTube.

Cuando la historia trata de empatar con las canciones todo se vuelve demencial; ninguna de ellas sirve para hacer avanzar la historia en cuanto a la estructura general, el conflicto de los personajes o el planteamiento de los actos. La inserción de cada una de ellas es una ocurrencia; en ningún momento el público se levanta de su butaca para aplaudir o cantar (cosa que sucede muy a menudo con este tipo de musicales). Por lo menos en la función que me tocó todos a mi alrededor estaban desconcertados sobre cómo comportarse frente a lo ocurrido en el escenario.

Manuel Galaz, el autor junto a Juan Porragas, se llevó el Premio Nacional de Dramaturgia Teatro Nuevo de la UNAM y la Secretaría de Cultura del Distrito Federal con la obra “Ángel”; no dudo ni tantito de su ingenio en la escritura pero es evidente que “Verdad o reto” es su dark side. La dirección al mando del mismo Galaz está perdida porque no sabe cómo entonar a los actores. Hay una necesidad de llevarlos al límite energético; siempre están arriba con su voz y cuerpo para, supongo, sostener los pocos momentos chistosos. Además, no distingo si fue una nota del director o un contagio colectivo, todos están impostados en sus personajes; hay una afectación innecesaria para construir al personaje (a decir verdad, Moisés Araiza quien interpreta a Pepe se mantiene en un justo balance, hasta parece de otra obra).

La escenografía e iluminación son pobres en cuanto a propuesta y realización. Elizabeth Álvarez Wehrley y Víctor Zapatero, encargados de estas áreas respectivamente, quisieron hacer un homenaje a la estética estrambótica de los noventa pero sólo se quedó en una mala copia de la nevería Bing. El mayor problema de la plástica radica en que no genera atmósfera.

Sobre los actores tengo poco qué decir porque no se pueden sacar agua de las piedras. Tal vez la participación de Erika Hau como Chiquitere (¡ay, hasta el nombre me duele!) destaca porque busca conectarse con la audiencia con un  encanto personal.

Sería tan fácil pegarle a “Verdad o reto” pero mi enojo me hizo ver más allá de lo inmediato: el profundo desprecio por la historia en una obra de teatro. Y no lo digo sólo por el equipo de este proyecto sino porque la mayoría que participamos de este negocio se nos ha pasado por la cabeza privilegiar la idea, el actor, la estrella de televisión, la escenografía, la iluminación o hasta la ubicación del teatro antes de la anécdota.

“Verdad o reto” es el síntoma de un problema mucho más grave. Vamos, le pasó a Morris Gilbert; pésele a quien le pese él es una de las piezas clave en el desarrollo y profesionalización del teatro mexicano y cayó en esta trampa de pensar en mil y un cosas antes que en el texto. No estamos exentos de caer en lo mismo. Ya sea en teatro musical o hablado. ¿Qué estamos haciendo para no acercarnos a este lugar?  ¿Al momento de escribir nos dejamos llevar por el ímpetu creativo o por el oficio? ¿Nos preocupamos por las competencias comunicativas del espectador? ¿Qué elementos influyen en la selección de una obra nacional o extranjera?

¿Cuál es la situación del dramaturgo en el negocio teatral? ¿Realmente nos importa? ¿Qué se entiende por escritura teatral a nivel educativo y profesional? La principal lección de “Verdad o reto” está en que ningún elemento de la producción puede estar por encima de la historia; con un texto fallido ningún montaje puede salir adelante por más actor, escenógrafo, iluminador, diseñador de vestuario o productor que se tenga. Estos elementos importan muchísimo cuando están al servicio de compartir una experiencia, una visión del mundo.

Asumámoslo: si queremos hacer más grande este negocio debemos apostar por las historias que dependen del oficio de los escritores y no de sus ideas maravillosas, arrebatos creativos o buenas intenciones. Y, sobre todo, apostar por la capacidad del dramaturgo de entender y sentir al espectador. Si queremos hacer lucir cualquier otro elemento de la producción, dejemos al teatro en paz. “Verdad o reto” debe ser vista por  todo teatrero para poner nuestras barbas a remojar.

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Traspunte 1

La marquesina del Gran Teatro Moliére está más hermosa que nunca gracias al estreno de “Dirty Dancing”.

Traspunte 2

¿“Conejo blanco conejo rojo” en La Teatrería es una lectura dramatizada? ¿La presentación de la cuenta de twitter dice “Una obra que no requiere ser ensayada ni dirigida? Ya no entendí.

Traspunte 3

¿En serio van a estrenar “La gata sobre el tejado caliente” en el Foro Cultural Chapultepec?

 

“Verdad o reto. El musical”

Autores: Mauricio Galaz y Juan Porragas

Director: Mauricio Galaz

Teatro Banamex Santa Fe (Lateral Autopista México-Toluca 1235, Colonia Lomas de Santa Fe)

Viernes 19:00 hrs. y 22:00 hrs., sábados 17:00 y 20:30 hrs., domingos 18:00 hrs.

“Feroces”: “Sueños protagonistas”

Lectura: 4 minutos

Feroces es una obra que, por el tema, me dejó un sabor agridulce. La relación filial tan descarnada entre estas “niñas” provoca incomodidad en una sociedad tan doblemoralina.

Es indudable el éxito de Feroces en el Teatro Milán. Tener en el elenco una “estrella” como Zuria Vega se vuelve el elemento clave para atraer a los espectadores; cuando aparecen este tipo de proyectos en la cartelera siempre me intriga saber qué historia se representa y cómo la cuentan porque en un alto porcentaje los asistentes, al ser seguidores de una figura televisiva, no consideran al teatro como una de sus primeras opciones de entretenimiento o sólo les interesa la figura en cualquier medio donde trabaje.

Nunca menosprecio obras donde esté el nombre de un actor/actriz con grandes vuelos mediáticos porque se vuelve una oportunidad para generar un público (o ahuyentarlo de por vida). Feroces es una historia que trata del encierro de cuatro hermanas en el ático de la casa de la madre recién fallecida; quieren encontrar el testamento para despejar dudas sobre la herencia cuando el mal funcionamiento de la puerta las deja encerradas. La convivencia forzada las obligará a reconocerse de nuevo y limar las asperezas del pasado.

Parece una obra escrita por Woody Allen en su premisa. Me recuerda a Hannah y sus hermanas en el tono o, por su construcción de personajes, a Interiores. Feroces está escrita por el español Chema Rodríguez-Calderón quien es sensible al universo femenino y las relaciones filiales que se pueden generar dentro de él. Mi primer problema lo tengo con el texto porque carece de una adaptación a la idiosincrasia mexicana.

La dialogación no empata con nuestro uso de lenguaje y esta situación me sacaba de ficción todo el tiempo. Nunca hay referencias a estar en determinado espacio geográfico pero, más si es así, se necesita neutralidad o caer en una franca tropicalización. Este manejo de tiempos verbales y la adjetivación me plantean personajes alejados y no cumple a cabalidad la comedia que debe ser.

Por otro lado, la presencia de Rodríguez-Calderón en el texto llega a ser molesta: a la menor provocación justifica a sus personajes e impide que la acción dramática hable por sí sola. La intención de Feroces es mostrarnos la crueldad como una forma de amor; estas hermanas fueron criadas por una madre incapaz de mostrar afecto si no era por medio de destruir, anular, aplastar; esas heridas hacen de las hijas mujeres incompletas y condenadas a repetir el patrón emotivo en cualquiera de sus relaciones.

La carga femenina complejiza el texto; desde razones biológicas hasta culturales la mujer tiene una escala emotiva más degradada que en un ambiente familiar se vuelve atractivo por verse. Rodríguez-Calderón se quiere robar el foco de atención con licencias poéticas para explicar por qué se comportan como se comportan estas mujeres; si fuera una novela no tendría ningún problema, es más, hasta lo agradecería, pero en una obra dramática se vuelve poco efectivo. El colmo de los colmos está en el final, en el momento más climático, cuando los personajes tienen su toma de conciencia pero el escritor vuelve a meter su cuchara. Es demasiado su protagonismo.

La dirección de Lorena Maza es acertada en cuanto al fondo y a la forma. La obra es un pastel que se parte en cuatro rebanadas iguales; la construcción compleja de los personajes hace del ensamble uno de los más poderosos de lo que va de la temporada. Maza tomó la decisión correcta de centrar todos sus esfuerzos en la actoralidad sin perderse en extravagantes decisiones de tráfico o plástica (hay pequeñas coreografías poco claras aunque esto no me afectó al final).

Conecté con la escenografía porque todo el tiempo me dio la sensación de asfixia. La decisión de quitar las piernas (telones de aforo que cuelgan en las partes laterales del escenario) y literalmente encerrar a las actrices con un techo es congruente con el espíritu de la obra. Para las intérpretes este recurso les ayuda muchísimo a crear la tensión necesaria a lo largo del montaje.

Debido a su estreno tan reciente todavía hay ciertos problemas con el ritmo; esto se solucionará conforme se den más funciones. Me sorprende Zuria Vega porque percibo su compromiso de cumplir las notas de dirección; la veo disciplinada y siempre a favor de que se cuente la historia a pesar de su calidad de “estrella”. Hay ciertas partes donde puede jugar más con su personaje pero, intuyo, está en las últimas calibraciones del planteamiento actoral, el montaje y los espectadores. Maya Zapata tiene en sus manos el personaje más entrañable. Me pasó algo muy interesante con ella: su caracterización no me permitía seguirla dentro de ficción.

Esto fue una situación estrictamente personal porque el público se doblaba de risa con sus participaciones. Su personaje es la hermana histriónica (no en balde se dedica a la actuación), con un perverso sentido del humor y de las cuatro la más reactiva. Entiendo que una mujer en estas condiciones puede estar en una permanente afectación en la voz y el cuerpo pero a mí en varias escenas me sobra la impostación. Insisto, la percepción fue solo personal y el montaje se sostiene a pesar de la interpretación.

¡Qué gran actriz es Sonia Franco! Nunca la había visto en teatro y su propuesta merece una fuerte ovación. Si tienen la oportunidad de sentarse en las primeras filas no se pierdan el trabajo de ojos; hay un mundo interno que se transmina con el menor de los gestos. Mónica Dionne, como la hermana mayor y conservadora, hace una interpretación limpia y precisa; sus años de experiencia le sacan provecho al juego cómico y me quedo pasmado con sus múltiples recursos para nunca repetirse.

Feroces es una obra que, por el tema, me dejó un sabor agridulce. La relación filial tan descarnada entre estas “niñas” provoca incomodidad en una sociedad tan doblemoralina como la nuestra; es inevitable identificarse con esta necesidad de destrucción en nombre del amor. Hay muchas preguntas para la cena de ese día, no obstante, recordar el protagonismo del escritor me deja una experiencia incompleta. A pesar de la justa dirección. A pesar del efectivo trabajo actoral.

Feroces, Teatro Milán
Feroces, Teatro Milán

 

Feroces

De: Chema Rodríguez-Calderón

Dirección: Lorena Maza

Teatro Milán (Lucerna 64 esquina Milán, colonia Juárez)

Viernes 20:30 hrs., sábados 18:00 y 20:30 hrs., domingos 18:00 hrs.

@somostremendasP @3aLlamadaTeatro

 

 

“Pasión”: “Lejos del guetto”

Lectura: 4 minutos

Aunque las etiquetas de teatro comercial y teatro subvencionado son absurdas, éstas siguen en la mente de los teatreros mexicanos para aceptar o declinar proyectos. Mientras unos se han dado hasta con la cubeta para defender su pandilla y echarle tierra al enemigo, muchos han entendido lo inútil de la pugna y que el tiempo invertido en la diferencia es directamente proporcional a la pérdida de espectadores teatrales.
Mientras se sigan apagando estos fuegos, se perderá tiempo en hacer un gremio más fuerte para ofrecer opciones interesantes al público y crear lazos solidarios en la conformación de equipos de trabajo. Para mí no existe dramaturgo y director mexicano más arriesgado en este momento que David Olguín; su visión es vanguardia y, por mucho, sus montajes han transformado la forma de hacer teatro en este país.

 

Él, por su formación y proyectos, está más en el lado de la subvención; el último proyecto “comercial” fue “El Misántropo” del 2014 y de ahí brinca hasta “Pasión” en el Teatro Helénico con múltiples trabajos subsidiados en el inter. David Olguín hace otra vez este crossover como un necesario ejercicio teatral, sobre todo, para quienes se les vuela la peluca al depender de la taquilla; para quienes piensan en una “prostitución creativa” al decir “sí” a los designios de un productor; para quienes no superan la manera de hacer teatro de los setenta.

 

Este proyecto no pone en tela de juicio su compromiso artístico y estilo de hacer teatro. Lo más interesante de “Pasión” es ver trabajar a Olguín en un juego totalmente diferente; él viene de un mundo donde existen las licencias para hacer propuestas más personales con un alto grado de experimentación; en este caso, se pone al servicio de un texto convencional y una audiencia con parámetros de entretenimiento mucho más directos.

 

Existirán muchas voces que insistan en traición a sus vetas artísticas, no obstante, Olguín es un director con necesidad de ampliar su lenguaje y flexibilizar su método. A grandes rasgos, “Pasión” trata sobre la ruptura de un matrimonio de muchísimos años a causa de una joven; este hombre, que se siente viejo y monótono, encuentra en esta mujer el cauce para liberar sus deseos más profundos a pesar de estar en contra de la moral y lo socialmente esperado.

 

“Pasión”, de 1981, antes que un tratado sobre la infidelidad es un cuestionamiento sobre el amor en la vejez. ¿Cómo se vive sin el ímpetu de la juventud? ¿Dónde queda el sexo? ¿La monogamia es un estado idealizado? ¿Cuánto puedes conocer de tu pareja a través de los años? Peter Nichols, el autor, se avienta la gracejada de mostrar los alter ego de este hombre y esta mujer para hacerlos esa voz disidente a las respuestas políticamente correctas.

Todas las escenas están planteadas para hacer una lucha de intereses entre cuatro: la esposa contenida y la mujer con las emociones en carne viva, el esposo que disfruta tener una amante y el hombre con los cuestionamientos sobre la vida matrimonial.  La comedia radica cuando todos estos puntos de vista se los avienta al público sin ninguna corrección o recato.

 

El texto se nota ochenterísimo por el ritmo, la duración de las escenas y la forma de hacer síntesis dramática, sin embargo, funciona debido a personajes empáticos y momentos entrañables (no en balde se hizo un revival en el 2013 en Londres). La traducción y adaptación de María Renée Prudencio es pertinente porque incorpora elementos como el celular para acercar a los espectadores la interacción de los personajes o tratar la problemática de usar aparatos de este tipo.

 

La dirección de David Olguín se nota a kilómetros de distancia: el alto nivel de energía de sus actores, el trazo de movimientos para crear un “caos”  y extremos contrastes en el tempo. Nunca había visto un trabajo de Olguín en el mundo comercial tan contemporáneo (“El Misántropo” es de Molière; “Pasión” tiene 36 años) y me sorprendió mucho cómo entiende este lenguaje realista al usar recursos televisivos para refrescar el texto (que ya lo había empezado a hacer desde “La Belleza” en el Teatro El Milagro). El espectáculo es interesante a pesar de baches en la dramaturgia.

 

Los actores están donde deben estar para hacer efectiva la comedia. Carmen Beato y Juan Carlos Barreto, como el matrimonio en cuestión, tienen química y una compleja construcción de personajes; Verónica Merchant y Moisés Arizmendi, los “Pepe Grillo” de los protagonistas, son osados en llevar al límite a sus personajes. Paloma Woolrich tiene como tres-cuatros escenas que las hace lucir por su enorme colmillo (¡qué caracterización tan inolvidable!). Verónica Bravo sobresale por su precisión. Por último, Alejandra Ambrosi, la tercera en cuestión, se le nota su poca experiencia teatral porque todo el tiempo trabaja para la cámara; no obstante, su participación es digna y con ese equipo de actores todo el tiempo está protegida.

 

Lo único que me perturbó fue la iluminación. Por momentos, las caras de los actores estaban oscuras o los trazos escénicos no seguían la luz correcta (o viceversa).  Me sorprende esto porque la escenografía no tiene mayor complicación: es el departamento del matrimonio que ocupa ciertas áreas para crear otros espacios en otros momentos (a veces simultáneos). No entendí por qué sacan una serie de luces navideñas y la dejan tirada en el sillón y el suelo; ese momento de la historia transcurre en Navidad pero su presencia rompía todo el cuadro visual; me sacaba de ficción todo el tiempo.

 

Aplaudo a David Olguín por su valentía de cruzar la frontera del teatro comercial y subvencionado. “Pasión” deja muy bien parado el texto Peter Nichols y cumple con las exigencias de los espectadores del Helénico. Este ejercicio es una señal para dejar de pensar en guettos, quitar sus certidumbres y ver qué pasa con el que se sienta en la butaca.

 

Traspunte

Hay que correr por el disco de “El Joven Frankenstein. El Musical” con los Mascabrothers porque se  convertirá en una joya dentro de 15 años.

 

“Pasión”

De: Peter Nichols

Dirección: David Olguín

Teatro Helénico (Avenida Revolución 1500, Guadalupe Inn)

Viernes 20:30 hrs., sábados 18:00 y 20:30 hrs., domingos 17:00 y 19:15 hrs.