Muchas acciones cotidianas y rutinarias suceden sin plena conciencia. Al manejar su automóvil un conductor competente puede subliminalmente percibir eventos, evadir obstáculos, frenar o acelerar mientras su conciencia explícita está más comprometida en una animosa conversación con su acompañante. Se puede decir que estas acciones casi automáticas se toman y se modulan en una periferia de la conciencia, mientras que el foco de la atención está colocado en la plática. Otro caso de comportamientos ejecutados sin plena voluntad es el de acciones reflejas que se generan por intervención externa, como el acomodo que realiza una persona cuando alguien la empuja. Estos y otros muchos casos indican que las acciones voluntarias ocurren en diversos niveles de control y muestran que aquellas que se toman deliberadamente o con plena conciencia son las más relevantes a la voluntad, la autonomía y la conciencia de sí. En esta ocasión analizaremos el papel de las acciones y las intenciones voluntarias en la conciencia de uno mismo.
La filosofía de la acción surgió a mediados del siglo pasado a partir del libro Intention de la filósofa católica irlandesa Elizabeth Anscombe, discípula de Ludwig Wittgenstein. Anscombe abrió el tema de las relaciones entre intención, acción, deseo y creencia, notando, entre otras cosas, la independencia de la intención y la razón, la capacidad de saber qué acciones se ejecutan sin necesidad de observarlas y la naturaleza cognitiva y representativa de la intención. Ella distinguió entre los diversos sentidos del término intención al notar que una cosa es la intención de iniciar un movimiento a propósito, otra la intención que acompaña a la acción deliberada y una tercera la finalidad que se persigue con el movimiento. Defendió la existencia de la agencia humana en términos de la intención y planteó a esta facultad como el ajuste entre un acto mental que ocurre en la esfera de la voluntad y un acto motor constituido por el movimiento propositivo. Todas estas propuestas han sido clave para la comprensión de la intención y de la acción.
Unos años más tarde, el filósofo Donald Davidson propuso que la acción es un movimiento ejecutado como consecuencia de un proceso mental propositivo, como son las intenciones. Las conductas no intencionales, como evitar una caída luego de un resbalón, no serían acciones propiamente dichas porque no son consecuencia de una intención o voluntad deliberadas. La voluntad de mover una parte o la totalidad de su cuerpo consiste en un proceso causal de estados cerebrales, contracciones musculares y desplazamientos del cuerpo en el espacio. El agente no sólo supone que su voluntad es causa suficiente del movimiento, sino que puede dar cuenta o explicar cómo y porqué lo ejecuta. De esta forma Davidson propone su Teoría Causal de la Acción: una acción es intencional cuando tiene como causa un estado mental propositivo, como son los deseos, las creencias o las intenciones. Las intenciones serían entonces eventos mentales explícitos mediante los cuales el agente realiza aquellos movimientos y resultados que pretende.
Otra aportación a la teoría de la intención y la intencionalidad ocurrió en 1983 con el trabajo de John Searle. Este reconocido filósofo de Berkeley estipuló que algunas acciones se planean previamente, pero otras no. Estas últimas conllevan un tipo de intención mental durante la expresión misma del acto, son “intenciones en acción.” El filósofo de la mente Marc Slors distingue entre las intenciones pasivas de las que nos hacemos conscientes una vez que están en curso, de las intenciones activas que se forman conscientemente. Estas últimas se manifiestan como actos o acciones iniciadas por una persona cuando pretende obtener resultados concretos como efectos de sus acciones y para lo cual requiere primero desarrollar las intenciones de actuar en ese sentido.
Los seres humanos muchas veces imaginan una acción antes de emprenderla, se trata de representaciones figuradas de los movimientos necesarios para lograr una meta. La representación motora no sólo evoca un movimiento del cuerpo, sino también de las características del medio ambiente, específicamente de la relación dinámica entre ambos. Al parecer, el lóbulo parietal tiene un papel decisivo en esta tarea, pues su estimulación eléctrica en humanos se manifiesta como la intención de mover partes del cuerpo, sin que ocurra el movimiento. Ahora bien, el sistema cognitivo de la intención debe ser más extenso porque incluye el sentido que el sujeto tiene de iniciar un movimiento y el sentir los movimientos del cuerpo. La red de estructuras cerebrales conectadas para esta función se ha denominado el Sistema Quién por la joven filósofa francesa Frédérique de Vignemont.
La ciencia cognitiva situada de los últimos lustros ha desarrollado propuestas en referencia a la naturaleza del self, fincando el yo consistente en la acción del sujeto más que en las representaciones mentales de su propio cuerpo. Esta tendencia sostiene que la relación estrecha o enactiva del cuerpo vivido con el entorno, posibilita el conocimiento de uno mismo y la auto-representación. En su tesis de filosofía de la Universidad St Andrews, Brett Welch argumenta que la relación sensorio-motriz entre el sujeto y el entorno constituye un self primario, un yo nuclear. Este self elemental se desarrollaría muy pronto durante el crecimiento infantil y acompañaría a cómo se siente toda experiencia y el sentido de propiedad o posesión que la faculta. Denomina mineness a este sentido de propiedad, un término que ha ganado cierta difusión en la academia, aunque no tiene un equivalente en español. Se puede comprender como el sentido de ser yo mismo, o bien, el hecho implícito de que los actos de mi cuerpo y de mi mente me pertenecen o constituyen mi ser. Para Welch este componente elemental o fundamental de la persona descansa en el sentido del cuerpo y una integración de los procesos sensorio-motrices (los actos acoplados a las percepciones) con la experiencia afectiva. Propone que con el tiempo este yo mínimo puede desarrollarse en el yo narrativo, la capacidad para relatar las propias vivencias y la propia vida. El self o yo mínimo estaría presente en todo acto de conciencia pues éste se da como evento de una persona.
Como veremos con frecuencia, varios grupos académicos, como el de Albert Newen en Alemania y el de Shaun Gallagher en Estados Unidos, proponen que el self no sólo es una representación neurocognitiva de uno mismo centrada en el cerebro, sino que está necesariamente encarnado en un cuerpo viviente y actuante. En un trabajo titulado “Me muevo, luego existo”, Newen y sus colaboradores proponen que el sentido de agencia, la capacidad de emprender acciones con fines determinados, y el sentido de posesión, la noción de que el cuerpo y los actos pertencecen al sujeto que los emprende y ejecuta, son dos sistemas distintos, tanto en en su nivel funcional como en el de representaciones. Proponen un desarrollo cognitivo desde los procesos sensorio-motores, a procesos conceptuales del pensamiento y finalmente a procesos de agencia y posesión que ocurren en el mundo de la comunicación social.