La maestría técnica de Leñero radica cuando los conflictos de los personajes nunca se ponen en primer plano.
Nunca había visto una obra de Vicente Leñero montada en la Ciudad de México. Conozco su producción literaria y, sin temor a equivocarme, está en las ligas de Edward Albee, Tennessee Williams David Mamet y Paula Vogel; compite con los realistas estadounidenses en el género, estilo y estructura pero, sin salirse de la relevancia internacional, es capaz de ser un baluarte al representar la mexicanidad.
Leñero es un prodigio, punto. Es más, todavía no le ha hecho justicia la revolución (institucional) porque realmente no hacemos conciencia de la dimensión y pluralidad de su trabajo. No sólo es una medalla que se cuelga la política cultural de nuestro país; es transgresión, vanguardia y rebeldía en el sentido más extenso de cada una de estas palabras.
Por eso cuando me enteré que estaba montada su obra La Visita del Ángel corrí a verla al Círculo Teatral. El trabajo de Leñero se relaciona en primera instancia con el periodismo nacional, sin embargo, en cuanto a dramaturgia hizo una revolución técnica y poética; se le recuerda por su énfasis en la conciencia histórica y problemas sociales.
No obstante, con La Visita del Ángel decide cambiar la vida pública por los dramas de alcoba, cotidianos. Con una clara influencia de Chéjov, Leñero hace una pieza que se vive en el departamento de unos abuelos quienes esperan a su nieta para comer. Es la primera vez que me cuesta trabajo hacer una sinopsis porque cada detalle revela mucho sobre las vueltas de tuerca de la anécdota.
Tal vez sólo conviene decir cómo este encuentro provocará un conflicto en los personajes sobre la manera de entender el amor y el tiempo. La mejor imagen para representar el texto es la colisión de dos trenes con diferentes velocidades y en sentidos contrarios: a los abuelos no les hace falta tiempo, a la nieta sí. ¿Por qué las horas hacen falta? ¿Cuándo las horas son las necesarias? Vicente Leñero hace de un ambiente reconocible en un departamento, con sopa de verduras y pláticas de sobremesa, un verdadero golpe emotivo para el espectador.
La maestría técnica de Leñero radica cuando los conflictos de los personajes nunca se ponen en primer plano; se ocultan detrás de cada parlamento, situación y escena para permitirle al espectador recrear sus propias imágenes. No necesita de pirotecnia gratuita para dar una sacudida al corazón. También, en gran medida, el triunfo del texto radica en la manera de entender el tiempo: realmente la vida transcurre en pequeños momentos, en los cotidianos, en la rutina; no en los épicos, enormes, extra-ordinarios.
Los abuelos son reconocibles a simple vista: se nos pasa el tiempo en comer una sopa, ir por el mandado, esperar una visita, leer el periódico, trabajar, estar en el tráfico, dormir y volver a empezar. Los personajes son de carne y hueso porque no necesitan los grandes cuentos para gastar los minutos; esperamos la muerte en la domesticidad: ¿Cómo cumplo mis sueños en el día a día? ¿Por qué mi vida se puede convertir en un eterno lamento? ¿Qué necesito para engrandecer los detalles?
Tener a Raúl Quintanilla como director es una de las decisiones más afortunadas en la producción. Entiende el espíritu del texto y lleva a sus actores a trabajar con un gran énfasis el subtexto. Nunca cae en obviedades, las cadenas de movimientos son discretas pero efectivas y plantea tareas escénicas interesantes para el espectador.
Lo más sobresaliente de su trabajo radica en encauzar con efectividad el trabajo de miradas de sus actores y sacar a flote los ejercicios de silencios (de hecho, esto lo pide Leñero desde el texto) que me volaron por completo la cabeza (tienen al gran Marco Antonio Silva como encargado del diseño bio-expresivo y se nota el cuidado del trabajo energético).
Yo sé que no es cine para poner un énfasis al trabajo de los ojos del actor, sin embargo, Quintanilla explota la intimidad del Círculo Teatral a través de su ejercicio expresivo de miradas. La escenografía e iluminación de Mónica Kubli aprovecha tan bien este espacio que es la primera vez que no siento incomodidad al estar sentado en sus butacas; cuando entré me emocioné al ver recreado el departamento de los abuelos para sentarme en la sala y estar dentro de la ficción.
En cuanto al ensamble actoral sobran elogios para remarcar su precisión y contundencia. ¡Hay algo que se pueda decir de Concepción Márquez! Como la abuela hace una interpretación conmovedora; al ver sus ojos puedes recorrer sus estados emotivos; las palabras se quedan pequeñas para reflejar su mundo interior. Gastón Melo, quien representa al abuelo, hace gala de su sentido del ritmo; ¡qué honestidad de trabajo!
El personaje de la nieta lo hacen dos actrices; en la función que vi me tocó Carolina Miranda. A ella todos mis respetos por hacer una interpretación tan riesgosa; no la conocía pero me sorprendió verla pasar la cuerda floja: ¡qué trabajo tan más difícil! Le aplaudo haber llegado a un punto medio de intensidad y energía.
La Visita del Ángel es de esas obras que dejan moretón tres días después; es imposible no sentirse conmovido con la anécdota y los personajes. Corran a verla, se los suplico, esto es teatro. Por otro lado me quedo pensando: es hora de sacar a los grandes autores mexicanos de los estantes museográficos para llevarlos a la gente. Es hora de sacar a Emilio Carballido, Sergio Magaña, Carlos Olmos, Luisa Josefina Hernández y Carlos Solórzano, por decir algo.
Traspunte
¡No lo puedo creer! ¡Ya se reestrenó No se elige ser un héroe en el Foro Shakespeare! ¡Qué felicidad!
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“La Visita del Ángel”
De: Vicente Leñero
Dirección: Raúl Quintanilla
Círculo Teatral (Avenida Veracruz 107, colonia Condesa)
Jueves y viernes 20:30 hrs., sábados 18:00 y 20:00 hrs., domingos 18:00 hrs.