Aunque las etiquetas de teatro comercial y teatro subvencionado son absurdas, éstas siguen en la mente de los teatreros mexicanos para aceptar o declinar proyectos. Mientras unos se han dado hasta con la cubeta para defender su pandilla y echarle tierra al enemigo, muchos han entendido lo inútil de la pugna y que el tiempo invertido en la diferencia es directamente proporcional a la pérdida de espectadores teatrales.
Mientras se sigan apagando estos fuegos, se perderá tiempo en hacer un gremio más fuerte para ofrecer opciones interesantes al público y crear lazos solidarios en la conformación de equipos de trabajo. Para mí no existe dramaturgo y director mexicano más arriesgado en este momento que David Olguín; su visión es vanguardia y, por mucho, sus montajes han transformado la forma de hacer teatro en este país.
Él, por su formación y proyectos, está más en el lado de la subvención; el último proyecto “comercial” fue “El Misántropo” del 2014 y de ahí brinca hasta “Pasión” en el Teatro Helénico con múltiples trabajos subsidiados en el inter. David Olguín hace otra vez este crossover como un necesario ejercicio teatral, sobre todo, para quienes se les vuela la peluca al depender de la taquilla; para quienes piensan en una “prostitución creativa” al decir “sí” a los designios de un productor; para quienes no superan la manera de hacer teatro de los setenta.
Este proyecto no pone en tela de juicio su compromiso artístico y estilo de hacer teatro. Lo más interesante de “Pasión” es ver trabajar a Olguín en un juego totalmente diferente; él viene de un mundo donde existen las licencias para hacer propuestas más personales con un alto grado de experimentación; en este caso, se pone al servicio de un texto convencional y una audiencia con parámetros de entretenimiento mucho más directos.
Existirán muchas voces que insistan en traición a sus vetas artísticas, no obstante, Olguín es un director con necesidad de ampliar su lenguaje y flexibilizar su método. A grandes rasgos, “Pasión” trata sobre la ruptura de un matrimonio de muchísimos años a causa de una joven; este hombre, que se siente viejo y monótono, encuentra en esta mujer el cauce para liberar sus deseos más profundos a pesar de estar en contra de la moral y lo socialmente esperado.
“Pasión”, de 1981, antes que un tratado sobre la infidelidad es un cuestionamiento sobre el amor en la vejez. ¿Cómo se vive sin el ímpetu de la juventud? ¿Dónde queda el sexo? ¿La monogamia es un estado idealizado? ¿Cuánto puedes conocer de tu pareja a través de los años? Peter Nichols, el autor, se avienta la gracejada de mostrar los alter ego de este hombre y esta mujer para hacerlos esa voz disidente a las respuestas políticamente correctas.
Todas las escenas están planteadas para hacer una lucha de intereses entre cuatro: la esposa contenida y la mujer con las emociones en carne viva, el esposo que disfruta tener una amante y el hombre con los cuestionamientos sobre la vida matrimonial. La comedia radica cuando todos estos puntos de vista se los avienta al público sin ninguna corrección o recato.
El texto se nota ochenterísimo por el ritmo, la duración de las escenas y la forma de hacer síntesis dramática, sin embargo, funciona debido a personajes empáticos y momentos entrañables (no en balde se hizo un revival en el 2013 en Londres). La traducción y adaptación de María Renée Prudencio es pertinente porque incorpora elementos como el celular para acercar a los espectadores la interacción de los personajes o tratar la problemática de usar aparatos de este tipo.
La dirección de David Olguín se nota a kilómetros de distancia: el alto nivel de energía de sus actores, el trazo de movimientos para crear un “caos” y extremos contrastes en el tempo. Nunca había visto un trabajo de Olguín en el mundo comercial tan contemporáneo (“El Misántropo” es de Molière; “Pasión” tiene 36 años) y me sorprendió mucho cómo entiende este lenguaje realista al usar recursos televisivos para refrescar el texto (que ya lo había empezado a hacer desde “La Belleza” en el Teatro El Milagro). El espectáculo es interesante a pesar de baches en la dramaturgia.
Los actores están donde deben estar para hacer efectiva la comedia. Carmen Beato y Juan Carlos Barreto, como el matrimonio en cuestión, tienen química y una compleja construcción de personajes; Verónica Merchant y Moisés Arizmendi, los “Pepe Grillo” de los protagonistas, son osados en llevar al límite a sus personajes. Paloma Woolrich tiene como tres-cuatros escenas que las hace lucir por su enorme colmillo (¡qué caracterización tan inolvidable!). Verónica Bravo sobresale por su precisión. Por último, Alejandra Ambrosi, la tercera en cuestión, se le nota su poca experiencia teatral porque todo el tiempo trabaja para la cámara; no obstante, su participación es digna y con ese equipo de actores todo el tiempo está protegida.
Lo único que me perturbó fue la iluminación. Por momentos, las caras de los actores estaban oscuras o los trazos escénicos no seguían la luz correcta (o viceversa). Me sorprende esto porque la escenografía no tiene mayor complicación: es el departamento del matrimonio que ocupa ciertas áreas para crear otros espacios en otros momentos (a veces simultáneos). No entendí por qué sacan una serie de luces navideñas y la dejan tirada en el sillón y el suelo; ese momento de la historia transcurre en Navidad pero su presencia rompía todo el cuadro visual; me sacaba de ficción todo el tiempo.
Aplaudo a David Olguín por su valentía de cruzar la frontera del teatro comercial y subvencionado. “Pasión” deja muy bien parado el texto Peter Nichols y cumple con las exigencias de los espectadores del Helénico. Este ejercicio es una señal para dejar de pensar en guettos, quitar sus certidumbres y ver qué pasa con el que se sienta en la butaca.
Traspunte
Hay que correr por el disco de “El Joven Frankenstein. El Musical” con los Mascabrothers porque se convertirá en una joya dentro de 15 años.
“Pasión”
De: Peter Nichols
Dirección: David Olguín
Teatro Helénico (Avenida Revolución 1500, Guadalupe Inn)
Viernes 20:30 hrs., sábados 18:00 y 20:30 hrs., domingos 17:00 y 19:15 hrs.