Sinopsis:
En medio de la escasez de agua en un pueblo, una compañía logra privatizar el uso de baños. Esto propicia abusos, explotación y corrupción. Un hombre se rebelará ante tal condición al generar un movimiento que trate de devolver a las personas su uso legítimo del baño.
Enero y febrero fueron meses de replantearme cómo quiero y necesito abordar este año la información sobre el teatro en la Ciudad de México. Y, después de un detallado análisis de la escena teatral con muchos dilemas editoriales, llegué a una conclusión: “Urinetown” es la obra con la que debo de iniciar la temporada 2018 de esta columna.
El impacto de las #NominacionesPezdeOro 2017; la inestabilidad financiera del circuito del teatro (controversialmente llamado) comercial; las posibilidades y límites del teatro (controversialmente llamado) subvencionado; la aparición de varias entregas de premios como una estrategia de difusión teatral en la Ciudad de México (al más puro estilo del star system estadounidense); y, sobre todo, la complejidad social y económica de las audiencias que son capaces de pagar un boleto de teatro, me hicieron replantear los criterios al hablar de mi experiencia teatral al ver una obra.
Este reacomodo, se debe en gran medida, a las ideas de pertinencia y urgencia de un montaje respecto al momento político, económico y social (si mucho me apuran hasta histórico) que vivimos (si parafraseo a Cristina Pacheco).
Los teatreros queremos más gente en las salas pero esto no se logrará (en un sentido de sustentabilidad), en primera instancia, por un elenco multiestelar, los complicados dispositivos escénicos o una pirotecnia audiovisual. Todo esto importa, no minimizo su valor pero, en esencia, ese imán capaz de atraer a una persona a la taquilla será la historia donde se pueda significar una realidad que a esa persona le importa, le preocupa y le urge ver representada para tomar decisiones en su vida.
Y en este sentido “Urinetown” es pertinente y urgente. El musical se estrenó en 2001 en Off-Broadway y su vigencia es incuestionable; al verlo tuve la misma sensación de “Jesucristo Superestrella”: la experiencia estética es tan avasalladora que no te das cuenta el día de la función de la crítica tan dura y letal al sistema político. Dos días después me dieron escalofríos de llegar a la esencia de “Urinetown”: filosóficamente se cuestiona la bondad del “pueblo” (lo que sea que eso signifique; por cierto, el término me choca).
Y dan escalofríos porque en cualquier medio ves y/o escuchas spots de Ricardo Anaya, AMLO, José Antonio Meade o de quien gusten o manden y en ninguno de ellos se cuestiona la responsabilidad (o irresponsabilidad) ciudadana. A nivel de discurso y de práctica política, se cae en un juego retórico donde parece que los políticos son padres/salvadores de una sociedad indefensa y moralmente buena.
Y sólo con poner sobre la mesa esta idea inmediatamente se cuestiona a la democracia como el mejor sistema político, al marketing del capitalismo y a la movilización (¿?) de la sociedad civil. El adagio se rompe: el “pueblo” (insisto, no me gusta el término) no siempre es bueno. De hecho, hay una perversión al usar el término “pueblo”.
Yo tarareaba las canciones del musical días después de mi función pero cuando me di cuenta del verdadero mensaje del montaje tuve mucho miedo. Y esta valentía de la compañía de teatro, Ícaro, me vuelve loco; la valentía de no hacer teatro sólo para pasártela bien, para ser la perfecta antesala de una cena, para cumplir los estándares del entretenimiento citadino, sino porque se debe de decir algo porque asfixia, duele, hace daño. El teatro dice cosas que no nos van a gustar. Y eso está bien. La función social de teatro es limpiar.
Por otro lado, la pertinencia de este montaje en la cartelera está en su origen en Querétaro. El proyecto nació con personas que viven y hacen su vida en ese estado; con un adecuado modelo de negocios la obra llegó a los teatros de la Ciudad de México (primero en el Hidalgo, ahora en el Milán). Lo dije el año pasado en mis redes sociales: basta de la centralización del teatro en México.
En cualquier estado de este país existen personas con el conocimiento, la experiencia y el oficio de hacer teatro, y por circunstancias principalmente de marketing y de planes de financiamiento (ya sean nulos o escasos), les cuesta el cuádruple de trabajo montar un espectáculo. Y qué decir de convocar a la audiencia para que vaya a comprar un boleto.
La Ciudad de México tiene en mayor medida una infraestructura teatral (para bien o para mal); fuera de esta zona la realidad es distinta; aquí las ganas de hacer teatro no son suficientes para crear proyectos sustentables y redituables.
La compañía de Teatro Ícaro debe volverse en este momento un objeto de estudio para saber qué objetivos tenían al principio de la producción, cómo fueron cambiando con el paso del tiempo, qué alianzas hicieron y cómo pudieron posicionarse en el gremio (más allá de la gran hechura del montaje).
Desde la pertinencia y urgencia, el teatro no debe concentrarse en esta ciudad. Y, no lo puedo dejar de lado, este problema también obedece a la política cultural y sexenal del país. También estoy consciente de los esfuerzos institucionales de apoyar la escena teatral fuera de los límites de la CDMX (existen programas para atender estas necesidades); sin embargo, no son suficientes cuando una compañía de teatro de otro estado, no tiene las mismas posibilidades económicas y difusión (por decir lo mínimo) de generar un proyecto que una compañía de esta ciudad.
Por último, necesito hablar de Miguel Septién, el director de “Urinetown”, y el desempeño escénico de la compañía de teatro Ícaro. Aunque el musical en este país es uno de los productos teatrales más popularizados y con mayor atención mediática y financiera, todavía no tenemos (hablo como gremio) el oficio de realizarlo.
El 90% de los musicales en la ciudad han requerido la supervisión extranjera en términos de producción; más del 60% de los musicales en la ciudad son de origen extranjero. Y esto habla del gran camino por delante en términos de generación de propio contenido y de modelos de producción acorde a las necesidades del sector teatral de este país.
Y en tal panorama, Miguel Septién es una aguja en un pajar. Primero: es mexicano. Segundo: es un director de musicales; entiende el género, tiene el conocimiento teórico pata descifrar la estructura de una obra y, por supuesto, sabe adaptar toda la sabiduría extranjera a nuestra realidad (escénica y de audiencias). Tercero (y lo más importante): es uno de los pocos directores con mayor conciencia del espacio. Se me volaba la cabeza de ver todas las posiciones, movimientos e imágenes que dispuso en el escenario.
Parece una obviedad pero no lo es. Existen muy pocos directores en este país con esta cultura visual para ver el todo sin comprometer el montaje a un solo elemento: la actuación, el movimiento corporal, la atmósfera, el dispositivo escénico, la música.
Además, Miguel Septién fue el encargado de la adaptación que es por demás funcional. Ahora todos se deben de pelear por tener en sus filas de los próximos musicales a este hombre (ya les ganó el productor Juan Torres porque lo llamó a dirigir “El Beso de la Mujer Araña”).
Sobre el desempeño escénico de la compañía de teatro Ícaro, espero que ésta pueda leer el siguiente comentario como un halago. Hace años (recalco, años) no he visto a todo un ensamble actoral con las ganas de estar en un escenario no por un lucimiento personal, no por alimentar al ego, no “por hacer teatro”, sino porque tienen la urgencia de contar esta historia y conectar con el espectador.
Deben valorar cada lágrima de sangre que lloraron por levantar este proyecto. De sostenerlo, de mantenerlo. Y cuando están en escena no se reservan nada con tal de estar con quien los observa y los escucha. No sé si esto se pueda ver en un público de a pie; para mí es muy evidente y muy conmovedor más allá de la historia.
Cuando todo el elenco recibía los aplausos al final de la función veía la cara de cada uno de los intérpretes y era imposible no poder emocionarme con ellos. “Urinetown” me da esperanza a título personal y como teatrero. El aplauso devuelve en algo este generoso acto que cada uno de los integrantes del equipo hizo. El generoso acto no sólo de amar al teatro. Sino de conectar.
Traspunte:
Miguel Septién dirigirá “El Beso de la Mujer Araña”. Ya se confirmó a Chantal Andere en el elenco. Pero los personajes que cargan todo el peso de la obra son los dos presos. La decisión más difícil del casting radica aquí. ¿Quiénes serán?
Para conocer la sinopsis de “El Beso de la Mujer Araña” aquí está un link: http://www.redteatral.net/versiones-musicales-el-beso-de-la-mujer-ara-a-285
“Urinetown”:
Música y letras: Mark Hollmann
Libreto: Greg Kotis
Dirección: Miguel Septién
Teatro Milán (Lucerna 64, esquina Milán)
Jueves a las 20:45 hrs.
TW y FB: UrinetownMx