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Para decir México

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Decir México, me pregunto, ¿será como el personaje de la novela de Luis Arturo Ramos, quien salido de la madre patria rumbo a la América y a la mitad de la mar océano se pregunta en qué momento dejará de decir Méjico, con jota, para comenzar a decir México, con equis?

México, lo mexicano, son vocablos que salpican nuestra conversación pero a los que muy raramente damos más que una referencia geográfica: nacimos al sur del Bravo, crecimos en suelo azteca y esperamos que un día nos cubra “esta tierra que es tierra de hombres cabales”.

¿Cuántos de nosotros vamos por la vida con la conciencia de que estamos construyendo un país y que este país se llama México? ¿Pensamos a México como parte de nuestra vida? ¿Es México sólo una abstracción, un trozo del planeta, el lugar en donde nos tocó vivir? 

México, para decirlo en términos de un patriotismo que hoy la clase política parece juzgar démodé, debiera ser un ideal que nos enlace y nos ponga en comunión con un sentido de la vida. Ser mexicano no es mejor que ser chino, indonesio, boliviano o ruandés. Pero ser mexicano debiera ser reconocernos como una unidad.

ser mexicano
Imagen: Gonzalo Facello.

Debiéramos convertir la palabra “México” en sinónimo de una comunidad en donde el sufrimiento de doce millones de compatriotas que viven en la más abyecta miseria nos duela tanto como la desgracia de un ser querido.

Cada niño sin escuela, cada campesino sin tierra, cada obrero sin trabajo, cada mujer ultrajada, cada joven sin futuro, cada padre de familia sin esperanzas, cada voz silenciada por el autoritarismo, cada episodio manchado de impunidad, están presentes cuando decimos México… lo mismo que cada logro, que cada triunfo, que cada paso que damos al futuro.

Debemos superar la esquizofrenia de varios méxicos –con minúscula– que nos parcelan en estadios en donde unos tienen todo o más que todo, otros lo suficiente, y aquellos, la mayoría, desahogan sus vidas en la marginación y en la penuria.

Cuántas veces decimos México sin pensar, sin sentir. Sin alegría o dolor. A la idea de concordia debemos enlazar un concepto manido y poco reflexionado: tolerancia. El término se usa mucho, especialmente en política, pero se queda en un nivel muy elemental, como en el de soportar al otro aunque tenga diferencias con mi punto de vista o mi visión del mundo.

La tolerancia es un concepto más complejo, que incluye un proceso de recomposición de mi propio punto de vista para colocar en un cierto lugar las diferencias que tengo con el otro.

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Foto: Jonathan Ramos.

Creo que nos hemos quedado en un nivel de debate muy elemental: acepto –porque la ley así lo determina y no por otra cosa– que otro piense diferente. Pero mi cosmovisión no lo admite y en el momento que sea oportuno intentaré arrebatarle esa opción de ser, de tener un lugar, para que sólo haya otros que comulguen conmigo.

La tolerancia, nos dice Amos Oz, implica también compromiso. Tolerancia no es hacer concesiones, pero tampoco es indiferencia. Para ser tolerante es necesario conocer al otro. Es el respeto mutuo mediante el entendimiento mutuo. El miedo y la ignorancia son los motores de la intolerancia.

La tolerancia consiste en la armonía en la diferencia. No sólo es un deber moral, sino además una exigencia política y jurídica. Es la virtud indiscutible de la democracia. La intolerancia conduce directamente al totalitarismo. Una sociedad plural descansa en el reconocimiento de las diferencias, de la diversidad de las costumbres y formas de vida.

Al decir México, debiéramos abrir los ojos y el corazón al momento que vive la nación. Nos horrorizamos con las imágenes en el noticiario y las narraciones de los diarios, pero somos autistas para lo que no nos afecta directamente.

No pensamos, como lo advirtiera Martin Niemöller, que la inacción frente al mal pavimenta su camino a nuestra puerta. Todos recordamos la última línea de aquel su doloroso verso:

“Y entonces vinieron por mí… pero ya no había nadie que alzara la voz”.

union mexico
Foto: El Siglo de Torreón.

“¿Qué puedo yo hacer?”, se preguntan mujeres, hombres y jóvenes. La respuesta es casi siempre: “¡Nada!” Mas si pensáramos a México como un cuerpo, como una totalidad, como una idea superior, llegaríamos a la certeza de que, al ser parte de un todo, nuestra acción individual adquiere sentido, fuerza, peso específico.

En su libro Cómo curar a un fanático, Amos Oz nos dice:

Creo que si una persona atestigua una gran tragedia –digamos que un incendio– siempre tiene tres opciones. La primera: echar a correr lo más rápido posible, ponerse a salvo y dejar que ardan los más lentos, los débiles y los inútiles. La segunda: escribir una colérica carta al editor de su diario preferido y exigir la destitución de todos los responsables de la tragedia; o en su defecto, convocar a una manifestación. La tercera: conseguir una cubeta de agua y arrojarla al fuego; en caso de que no se tenga una cubeta, buscar un vaso; en ausencia de uno, utilizar una cucharita –todo mundo tiene una cucharita–.

Sí –dice Oz–, cierto que una cucharita es pequeña y que el incendio es enorme… pero somos millones, y todos tenemos una cucharita. Quisiera fundar la Orden de la Cucharita. Quisiera que aquellos que comparten mi visión –no la de echarse a correr, o escribir cartas, sino la de utilizar una cucharita– salieran a la calle con el distintivo de una cucharita en la solapa, para que nos reconozcamos quienes estamos en el mismo movimiento, en la misma fraternidad, en la misma orden, la Orden de la Cucharita.

La suma de las pequeñas voluntades y acciones es lo único capaz de poner remedio a los más grandes males. En el caso de México, esos males se llaman pobreza, desigualdad, injusticia, impunidad y, desde todos los rincones de la polis, una creciente intolerancia.

Este 27 de septiembre, 199° Aniversario de la consumación de nuestra Independencia, pensemos en que más que nunca necesitamos nuestra propia orden de la cucharita.

Juego de ojos.

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La pandemia cosmopolita

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A estas alturas de la pandemia, ya es un lugar común decir que esta coyuntura ha creado, si no es que acelerado, cambios. Falta, sin embargo, darle contenido a esa idea. Reflexiono en torno a un ángulo concreto: el nacionalismo. Cuando comenzó la actual crisis, una de las tendencias globales más populares entre los gobiernos nacionales fue la de encerrarse. Cerrar fronteras, impedir flujos, volcarse hacia adentro. Quedarse en casa es la única medida sanitaria práctica que hasta el momento tenemos disponible, pero también ha significado un símbolo de refugio aplicado a las medidas gubernamentales. En algún momento, incluso, se discutió la idea de cambiar aquello de “sana distancia” por “sana distancia física”, en un claro ánimo por evitar un ánimo de indiferencia.

En ese contexto, todo parecía indicar que aislarse era el paliativo más eficiente. Cuando países como Japón o Nueva Zelanda arrojaron resultados positivos en el manejo de los contagios, entre la prensa no sobraba la tentación de decir que, como islas, les resulta más fácil el manejo. Pero la tendencia hacia el nacionalismo no nació con el SARS-CoV-2. El triunfo de Trump en Estados Unidos y Bolsonaro en Brasil, el Brexit en el Reino Unido (países, por cierto, que encabezan las listas de más contagios), así como la ola de populismos nacionalistas en países europeos, ya venían prologando la tendencia hacia comercios proteccionistas, fobia a las migraciones y desprecio por lo foráneo. Y a ello se le suman otros gobiernos revertidos de nacionalismos nostálgicos como el mexicano, y que como afirma Claudio Lomnitz en una entrevista para El País, es un relato que necesita abrirse al hecho de que México está en un mundo interdependiente.

pandemia cosmopolita
Ilustración: Nexos.

Irónicamente, la ola de nacionalismos es un vuelco que ocurre inmediatamente después (y en buena medida como reacción) al que probablemente sea el proceso de globalización más intenso que haya experimentado la humanidad. Este año se cumplieron cinco de que falleciera el sociólogo Ulrich Beck. Este autor alemán dedicó gran parte de su obra a explicar qué le pasaba a ese mundo globalizado. En ese contexto, Beck es responsable de desarrollar dos conceptos que pretenden explicar la circunstancia global contemporánea. En primer lugar, Beck aseguraba que el mundo estaba por consolidar lo que llamó la sociedad del riesgo mundial. Debido a la aceleración de procesos de interconexión y la intensidad de los flujos entre países, Beck pensaba que se había también construido una agenda de riesgos compartida globalmente. Probablemente el cambio climático era el ejemplo más tangible para ilustrar su argumento.

En segundo lugar, y derivada de la idea de la sociedad del riesgo mundial, Beck desarrolló la idea del cosmopolitismo metodológico. Es hora, decía, de dejar de pensar exclusivamente con la lente del nacionalismo –hacia nuestros adentros–, para incorporar una mirada cosmopolita: el problema del otro también es mi problema, y las soluciones nos involucran a ambos. Después de todo, si globalmente compartimos riesgos, también podemos compartir soluciones en escala global. Las principales críticas que recibió el trabajo de Beck lo acusaban de iluso y de sostenter un optimismo mal fundado. Los intereses nacionales, el poder, los desequilibrios de poder, todos eran usados como argumentos poderosos para socavar la posibilidad de un cosmopolitismo metodológico.

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Ilustración: María Titos.

¿Qué cabida tiene una mirada cosmopolita en el siglo XXI? Quizás la pandemia del 2020 le dé la razón a Beck. Iván Krastev, politólogo búlgaro, recientemente publicó ¿Ya es mañana? Cómo la pandemia cambiará el mundo. Krastev desarrolla siete paradojas producidas por la actual pandemia. Una de ellas es que mientras la ola de contagios fue impulsada gracias a la globalización, al mismo tiempo el virus impulsa a la globalización. ¿Cómo es eso posible? Krastev argumenta que el contexto nos ha orillado a pensar de manera cosmpolita: comparamos cómo acciona y reacciona a la pandemia nuestro gobierno en relación con el de otros países, seguimos la noticia de un proyecto de vacuna desarrollado al otro lado del mundo, o necesitamos de una eficiente diplomacia y logística comercial para asegurar el equipo médico que no se tiene y que urge.

Por otro lado, argumenta Krastev, el encierro nacionalista no funciona para la economía. Para ello ejemplifica el caso de Suecia, país que decidió seguir funcionando normalmente buscando no afectar la economía. Además de que sanitariamente la medida no funcionó, el hecho de que todos los demás países sí se detuvieran terminó provocando que su propia economía lo hiciera también. Advertida o inadvertidamente, Krastev encuentra argumentos para pensar que, derivado de la pandemia en curso, probablemente estemos ante el fortalecimiento de la sociedad del riesgo mundial y la mirada cosmopolita de la que Beck hablaba. Y en medio de todo, continuarán las tentaciones nacionalistas. Quizás ya estaba ocurriendo, quizás la pandemia sólo está acelerando cambios.


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¿Más deuda para recuperarnos? Si y sólo si…

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Desde la decisión del Reino Unido de salirse de la Unión Europea así como con la llegada al poder, principalmente del presidente Trump, y de otros mandatarios de diferentes países, el orden mundial económico, la migración y la salud han cambiado de manera muy importante.

El populismo de derecha o izquierda ha aumentado de manera significativa,  así como los intentos de proteccionismo y aislamiento, ocasionando –entre muchas otras cosas– el retiro de fondeo para instituciones globales de comercio así como de salud. Esto ha ocasionado no tan sólo una baja sustancial en el comercio mundial sino también una falta de liderazgo en el contexto internacional y una lucha entre China y Estados Unidos en diferentes frentes económicos.

Si bien es cierto que no existe actualmente un modelo económico que esté teniendo éxito, definido éste como lograr un crecimiento sostenido, sustentable, que reduzca la desigualdad y elimine la pobreza, tenemos que seguir planeando y tratando de estructurar un modelo, o bien, un pacto o plan que busque consensuar a la sociedad para logar satisfacer sus necesidades y buscar un camino para crecer, para recuperar la confianza y para desarrollarse.

pandemia y trabajo despidos
Imagen: Canal abierto.

Desde enero, el entorno ha cambiado aún más, ya que aunado a lo anterior se nos presenta una pandemia que está barriendo el mundo, y que está transformando nuestros hábitos diarios de consumo y convivencia, ocasionando un alto grado de incertidumbre de lo que implicará el regreso a una “nueva” normalidad tanto sanitaria, social y económica.

Todo esto está creando una disminución en la movilidad, una contracción económica generalizada severa, una crisis de salud global, errática y desfasada en diferentes países y regiones, complicando aún más el regreso a una normalidad armónica y a la restauración de las cadenas productivas globales.

Creo que podemos afirmar que el crecimiento global del 2000 al 2018 se debió en gran parte al establecimiento de estas cadenas productivas regionales importantes, ocasionando un crecimiento muy notable en el comercio exterior, que benefició más a los países que estuvieron involucrados en este proceso.

De continuar la situación actual por mucho tiempo –y todo parecería que a si va a ocurrir–, aumentará el aislamiento y disminuirá más el comercio, y me temo que aumentarán las medidas populistas, nacionalistas y proteccionistas de diferentes países.

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Imagen: es.123RF.com.

Por todo lo anterior y bajo este contexto global, creo que es fundamental que en México reaccionemos de manera rápida y contundente para establecer un plan, un pacto nacional, que nos una a todos para buscar recuperar nuestra salud y recuperar nuestros empleos.

Creo que cualquiera que vaya a ser la propuesta, además de que es vital tener un plan nacional incluyente, deberá considerar un esquema de regreso a la normalidad sanitaria, cuidando evitar una segunda ola de contagios, e incluir varios temas importantes de los cuales hoy sólo mencionaré tres de ellos:

1.Sin duda deberemos continuar con una política monetaria agresiva y suficientes apoyos al sistema financiero para canalizar recursos a las empresas que lo necesiten, independientemente de su tamaño y sector, como está ocurriendo en muchos países.

2. Cada vez se ve más necesario el establecimiento de políticas fiscales que apoyen la recuperación del empleo y quisiera insistir en que estén orientadas a incentivar los empleos formales. La formalidad debería de ser la prioridad nacional.

3. Será necesario incrementar la deuda nacional, y muy importante que este aumento se prevea de manera temporal y orientado sólo a aquellos proyectos que tengan una alta rentabilidad social para que en un futuro cercano podamos regresar a los niveles “óptimos” de deuda, habiendo contribuido al crecimiento y la recuperación del empleo formal.

Creo que mientras nuestra estructura fiscal no cambie, con una recaudación muy baja y de muy pocas personas contribuyendo por la alta informalidad, el nivel objetivo de deuda a producto en periodos económicos “normales” no debería ser de más de 40%. Actualmente estaremos llegando a aproximadamente al 52%. Países con niveles de formalidad mucho mayores que el nuestro tienen porcentajes de deuda mucho más altos, sin que las calificadoras tengan una opinión negativa al respecto.

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Imagen: Buzos de la Noticia.

Es importante mencionar que México es de los países con un menor porcentaje de apoyos y estímulos en relación al PIB para combatir los efectos económicos y sanitarios de la pandemia, por ejemplo, el Reino Unido va en 17.7%, Francia en 15.2%, Alemania 14.2%, Italia 12.7%, Estados Unidos 11%, Corea 4.3%, Brasil 3.9%, Argentina 3.7% y México 0.7%.

La experiencia nos indica que cuando nos hemos tardado en implementar planes de apoyo como el que se requiere, o que estos han sido insuficientes,  el costo es muy alto y al final terminamos con costos mayores y tasas de decrecimiento también más elevadas.

Por otro lado, estoy convencido de que si actuamos rápido y de manera contundente, podríamos aprovechar los tratados comerciales que tenemos, restaurar nuestras cadenas productivas, incentivar la recuperación del empleo formal  y la salud. Con esto podríamos aprovechar la situación global actual para posicionarnos como un país abierto y altamente competitivo, lo cual sin duda nos ayudaría a recuperar una tasa de crecimiento sana y sostenible, a recuperar la confianza de nuestros inversionistas, y a revertir la expectativa negativa de las calificadoras.

Por el bienestar de todos, y aunque suene trillado, por el bien de los que más lo necesitan, necesitamos actuar rápido y de manera contundente con un plan, con un pacto nacional, que nos una a todos para establecer objetivos comunes para restaurar la salud, el empleo, y la confianza de nuestros inversionistas. Y si es necesario para alcanzarlo el tener que incrementar de manera temporal la deuda, no nos debería asustar, siempre y cuando ésta se encuentre encaminada a proyectos socialmente rentables y responsables.


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