Neomuralismo mexicano: la vigencia de un movimiento

Los nuevos artistas supieron inspirarse para no sólo recrear lo que con sus ojos pudieron captar, pues le han dado otro sentido y otra forma, otra manera de hacerlo, pero en la raíz, la expresión primaria, el sentimiento único, los inspiradores de esta nueva corriente siguen presentes como punto de partida para cada una de sus obras.

Ciudad de México (elsemanario.com).- En la entrega anterior que hizo EL SEMANARIO sobre el Neomuralismo Mexicano, tratamos el nacimiento y dibujo de dos vertientes de éste: uno surgido tras la picada del Movimiento Muralista Mexicano y otro que nació después, separado por el trazo de un agente estigmatizado por mucho tiempo: el grafitti y los artistas urbanos.

Ante la llegada de una nueva ola de artistas urbanos, el que fue uno de los movimientos más destacados del país se ha visto absorbido y de cierta forma modificado, en su forma, más no en el fondo, pues la raíz de estas nuevas expresiones tiene que ver con artistas que tienen algo que decirnos a través de obras que se plasman en donde bien, no podría haber nada.

Ellos, los nuevos artistas, también golpeados por las críticas severas de los amantes de la técnica, han sabido no sólo recrear lo que con sus ojos pudieron captar; le han dado otro sentido y otra forma; otra manera de hacerlo, pero en la raíz, la expresión primaria, el sentimiento único, siguen presentes como punto de partida para cada una de sus obras.

Con esto, entonces, no hablamos de una simple absorción o modificación del pasado dorado de los murales, sino de la digestión de lo que puede tomarse como una gran escuela y las nuevas formas de expresión artísticas en nuestra actualidad. Dicho de otra forma, las viejas y bellas prácticas de los primeros muralistas nutren a un nuevo cuerpo de pintores que con base en latas de spray, brochas y pinceles, han sabido hacerse de un lugar en los ojos del espectador ávido de cosas nuevas.

Algunos de ellos han sabido abandonar el terreno de lo oculto, lo underground, producto de todas las aseveraciones que indican que el muralismo quedó allá, atrapado, donde los tres grandes y demás pioneros del primer movimiento extinguieron sus vidas. A manera de postales, el Muralismo fue tomado durante mucho tiempo como la imagen de un pasado mejor.

Sin embargo, las representaciones actuales nos dicen lo contrario; si bien no es el mismo contexto político y social, ni se toman con la efervescencia con la que un mural de Siqueiros, Rivera u Orozco golpearon los sentidos de todos aquellos críticos que los alabaron, hoy en día el neomuralismo hace vigencia de su antecesor.

De esta manera se conformaría un movimiento listo para hacernos vibrar gracias a la creatividad de quienes tomaron la estafeta que parecía tirada años antes, esta vez a través de pintas en bardas de las colonias populares, los barrios y algunas atrevidas fuera de estos.

¿Pero antes de esto qué sucedió? ¿O acaso hay un periodo en que simplemente este movimiento se murió?

Los detalles que aclaran estas cuestiones los podemos encontrar en los discípulos inmediatos de los tres grandes, muchos de ellos, estudiantes extranjeros. Por ejemplo, Fernando Marcos, pintor chileno, alumno de Laureano Guevara, también tuvo la posibilidad de estudiar en México, en la Escuela de Pintura y Escultura de México y en la Escuela de Artes Plásticas, alumno de Siqueiros y Rivera. En su país, fue profesor de dibujo y de Pintura Mural, entre otros puestos.

“Los maestros muralistas mexicanos Diego Rivera y David Alfaro Siquieros ejercieron gran influencia en la visión artística y social de Fernando Marcos, influencia que supo desarrollar y proyectar en Chile, pues sus murales son aspiración y demanda de justicia social”.

Así lo diría, Rafael Videla Eissmann, chileno, licenciado en Historia de la Universidad Católica de Chile y conocedor de Fernando Marcos.

Otro caso, algo distante del anterior, lo encontramos de la mano de José Luis Cuevas, quien fuera estudiante de la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda” y que más adelante se formaría a través del movimiento de Los Contemporáneos (con Novo en su interior, quien sabemos no simpatizaba con uno de los grandes), dejando de lado la carga social de sus antecesores. Con ello, llegó la ruptura, y evidentemente como con los primeros, también hubo sucesores que siguieron la misma tendencia, criticando el nacionalismo de algunos muralistas, considerando que con ello no permitiría la evolución de la plástica mexicana.

Más recientemente, en el plano espacial, tenemos el caso de un movimiento conformado en la ciudad de México, el Tepito Arte Acá, de la mano de Daniel Manrique, uno de los fundadores de este proyecto, quien también estudiaría en la connotada escuela de artes plásticas, La Esmeralda. El movimiento de Manrique fue caracterizado de la siguiente manera:

Es un hecho artístico, es vida y permanencia, es saber estar con ‘nosotros mismos’ y no ‘contra todos’. Nos enseña a saber qué hacer con nosotros mismos, con nuestras casas, nuestros patios, nuestras calles. Arte Acá nos enseña a sentir qué es lo que somos acá en Tepito, acá en México. Tepito es un lugar muy ‘gacho’, propiciado no por la naturaleza, sino por la historia social de México. Nosotros habíamos hecho nuestro medio y nuestro medio nos había hecho como somos. Tepito es un pasado histórico, es la historia escrita por los historiadores y la historia no escrita que se refleja en la realidad. Tepito reúne la concentración de lo que somos los mexicanos”.

Se convirtió en el pintor del barrio, en alguien que supo expresarse en las calles, en la colonia Guerrero, en la Obrera, la Doctores y claro, en su barrio, Tepito. Imaginemos entonces, el contexto de un artista como este, en uno de los barrios más estigmatizados negativamente, no sólo del ayer, sino en nuestros días. Fue víctima de operativos policíacos llenos de abusos.

Y no por ello desistió, pues hasta su muerte, siguió promoviendo este tipo de arte muy desdeñado por los críticos. Sin embargo, siguió promoviendo proyectos en la Bienal de Arquitectura de 1980, el Centro Georges Pompidou, en París. De igual forma, en los ochentas el artista supo llegar al Museo de Arte Moderno, en la ciuad de México teniendo reconocimiento en Varsovia, por la UNESCO.

Como el mismo se reconocería, como un artista urbano, padeció de la serie de señalizaciones que vandalizaron lo hecho por una nueva generación; como posteriormente sucedería con el grafitti. También pintó murales en Argentina y Canadá.

Manrique presentó una manera de hacer arte que recupera en toda su esencia al muralismo primigenio, uno de resistencia, de barrio, retrato social y crítica, como el diría:

Tepito es el resultado de un pasado histórico de a de veras. Además de la historia escrita por los historiadores, la historia no escrita que se refleja en la realidad real, además de la realidad ficticia. Tepito representa la neta de la cultura en México, que es la verdadera cultura popular, la cultura que se ha desarrollado cotidianamente a partir de 1521 hasta nuestros días. México y los mexicanos somos un chorro de culturas juntas, como si fuera mermelada, tocho morocho. Y el resultado es, además del sentido de la cultura popular, la cultura acá”.

Estos ejemplos representan lo que en primer lugar podemos llamar un primer Neomuralismo; salvo el caso de Cuevas que tiene que ser presentado como una visión crítica -desde su formación en la pintura- respecto a este gran movimiento, los otros dos casos complementan y siguen la continuación de un hilo histórico que desemboca hasta nuestros días.

Es decir, la socialización del arte supo trascender las fronteras. Pero eso ya se sabía, lo importante aquí es que, a su vez, estos han sido maestros de otros e inspiración para más, como en su primer momento lo fueron los grandes. En este caso, ¿qué inspiraron? Ese es el tema que EL SEMANARIO presentará mañana, donde nos adentraremos brevemente al grafitti como punto de partida del nuevo Neomuralismo.

Por Alberto Cedeño.

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