México: Esperanza radical

La tierra que Mario describe, huele a tragedia. Huele a podredumbre de muertos sin sepultura, a mota quemándose democráticamente en los más disímbolos hogares atravesando todas las clases y todas las regiones.

 

Leí hace unos días el libro México, La reinvención de una potencia Cultural, Esperanza Radical, de mi amigo Mario López Roldán, una de las figuras clave en la OCDE, miembro de ese  kitchen cabinet ejemplar que Ángel Gurría ha formado en torno a su Secretariado General.

El autor  que escribió el texto abrigado en las celebraciones del centenario de la revolución del bicentenario de la independencia, recorre el país desde el ángulo de sus lecturas estadísticas y se duele con y de él. No presenta soluciones pero habla en tono de un lamento sostenido de un México desangrándose, de un México que no consolida sus proyectos, país de ranchos, bandidos, usurpadores y oportunismos.

Le lastima en pensar cuantas etapas en la historia son oportunidades perdidas y sin embargo decanta en su reflexión la idea de un México posible y más consolidado.

A pesar de ésta percepción, el México que mi amigo ha visto en su casi medio siglo de vida, es desde otras perspectivas, un país exitoso si sabe leerse entre las líneas de la historia. El crecimiento sostenido que se logró hasta la primera mitad de los años 70, es muy significativo. Hoy soñamos con volver a esas cifras.

El sentimiento de Mario es vigente en 2014, lo comparto y comparten muchos ciudadanos del país que siguen viendo con tristeza la desigualdad creciente, la pobreza inagotable, la impunidad y la prepotencia caminando de la mano, la desatención a problemas esenciales como la educación a la que no se da el frente todavía, como la injusticia que se anquilosa enquista y sigue necrosando los tejidos más finos de la sociedad.

La tierra que Mario describe, huele a tragedia -como diría el bate López Méndez-. Huele a podredumbre de muertos sin sepultura, a mota quemándose democráticamente en los mas disímbolos hogares atravesando todas las clases y todas las regiones. Una tierra que mira triste y desatendida en un campo que reclama inteligencia aplicada.

 

Ese es el México que reclama Mario, un México de buenas prácticas, un México sin concesiones, un México cero tolerancia a la estulticia, a la procrastinación, cero tolerancia a la complicidad cuatachera.

Y somos dice algún estudio  que por cierto Mario decidió con pudor ni mencionar,  que somos el país mas feliz del mundo. A veces topamos con un nacionalismo barato en algunos grandes empresarios o sus corifeos que se rasgan los trapos para decir cuán “chingóoooon” es el país, cuanto crece el mercado y lo fieles que son los consumidores. Otras veces escuchamos al más ramplón aún, de los del “viva México cabrooooones” recogido en el frenesí de los circos y de los estadios. La lacrimógena añoranza del viajero triste que expresa en cánticos diversos, su saudade de taquitos, chile, chicharrón  y cervezas con sabor de alegría mexicana. Son todas éstas, formas que llenan el vacío de identidad compartida. La falta de proyecto nacional, la carencia de una ingeniería de país siempre en andamios de construcción y sin consolidar sus estructuras.

Los temas  mexicanos deben dialogarse con inteligencia irrenunciable, obligada y no sólo con los intereses sectarios en la mano. Los gobiernos, entre otros el Federal por supuesto, tendrían  que procurar de modo a que pueda darse seguimiento, una visión de plazo, esa es la materia de su mandato. Intentar con capacidad prospectiva, una visión, de escenarios  analizados y sopesados es hoy plausible. Debatir estos escenarios abiertamente y afinarlos a la luz de los argumentos de otros sectores, industriales, gremiales y educativos, actuando de manera resolutiva, con seguimiento, con devoción, con transparencia -que es la mejor forma de rendición de cuentas-, con intención de servicio, con profesionalismo y formación constante es lo que hace efervescente la vida democrática positiva.

Ese es el México que reclama Mario, un México de buenas prácticas, un México sin concesiones, un México cero tolerancia a la estulticia, a la procrastinación, cero tolerancia a la complicidad cuatachera.  Muchos mexicanos coinciden, antes, a un lado, después de Mario,  las posiciones seguirán vertiéndose en esa gran Sopa Nacional, que agrega constantemente ingredientes y que  por ahora no llega a buen caldo.

En el sector priísta, el carisma presidencial, se arguye como factor, la fuerza de unificación que parece haber despertado en muchos sectores la vuelta del PRI, la consolidación de la fuerza industrial -pese a su lucha de intereses- en torno al gobierno, el bono de credibilidad internacional y sus inversiones, la desestructuración -nada halagüeña- de los partidos de oposición, las buenas señales en materia de seguridad -por lo menos en la simbólica-, el ambiente de país de Reformas  estructurales, el reconocimiento de las multilaterales, OCDE, BM, BID, etcétera… abonan en lo positivo.

En el terreno contrario están, la rabia contenida y –a sueldo a veces- de caudillismos y mafias, la enorme capacidad de traición demostrada históricamente por grupos poderosos en la política y en la industria, la creciente conciencia ciudadana, la irresuelta marginación de las etnias, la falta de creación de un espacio de igualdad de posiciones que base el apalancamiento de los menos favorecidos, el aplastamiento de las meritocracias, para favorecer los grupos del poder establecido y anquilosado, la plutocracia manierista, y proveedora de imaginarios  kitsch de bienestar y el doloroso silencio de una muchedumbre que observa y aunque no se chupa ya el dedo, sigue sin asumir todavía su rol de sociedad civil emancipada.

 

Debería bastar ser mexicano para montarse en el tren del progreso incluyente. No estamos lejos, pero acercarse implica compromisos, de todos, cierto pero sobretodo de quien son fuerzas mayores y que debieran ser fuerzas ejemplares, comenzando por el gobierno en todos sus niveles.

 

La cultura en México todavía es hoy lastimosamente antecedente y no producción, es más referente que construcción. En Francia por ejemplo la cultura contribuye con un 3.5% al PIB, alrededor de 60 mil millones de euros, cifra más significativa que la contribución de la industria automotriz. En México, no hay datos al respecto y aunque podríamos comenzar esa medida es mas importante tal vez comenzar por conciliar las posiciones  e intereses en el país y hacer nacer de esa armonización el modelo, ese paradigma de país que nos de aliento para los próximos decenios.

El país se puede inventar todavía, se perciben oportunidades en él. Basta ser extranjero para reconocerlas de manera natural o empresario creativo o académico pertinente para saber leer estadísticas, modelos y tendencias. Debería bastar ser mexicano para montarse en el tren del progreso incluyente. No estamos lejos, pero acercarse implica compromisos, de todos, cierto pero sobretodo de quien son fuerzas mayores y que debieran ser fuerzas ejemplares, comenzando por el gobierno en todos sus niveles, seguido por los empresarios que deben trascender su buenismo pre diluviano, continuado por profesionales bien formados, por trabajadores dignificados por salarios decentes, por estudiantes comprometidos en sana y meritocrática competencia, por medios inteligentes y periodistas competentes.

La esperanza radical es que las Reformas que serán señaladas como el referente de este momento de la historia nacional, sean el lubricante para el desarrollo de una mejor comunicación entre los actores clave. Más recursos deben fluir a la investigación básica, no es tarde para que México se reactive en la producción científica, no lo es para que la industria invierta en las universidades, tampoco para que las universidades produzcan más ideas y menos ideología.  Es tiempo de aproximar los programas académicos a industrias bien orientadas y de acercar el capital de las industrias a universidades mejor preparadas.

Sin esa visión urgente, sin esa Esperanza radical que reclama Mario y que a esta reflexión acompaña, no hay país posible. Habrá recomposición geográfica incluso. Muchos quieren un mejor México, trabajemos en construirlo: The clock is ticking.

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