Para Jacques Rancière, filósofo contemporáneo, el reconocimiento de la lógica platónica es indispensable: la analogía que Platón hizo entre el teatro y la política, entre el escenario artístico y aquel comunitario, es elemental para poder tomar perspectiva frente al fenómeno teatral que se nos presenta hoy en día.
En su libro “El maestro ignorante”, Rancière replantea la excéntrica teoría de que un ignorante podía enseñarle a otro ignorante aquello que él mismo no sabía. De esta forma, Rancière nos propone de una forma que podría parecer absurda – y que sin embargo está muy lejos de serlo, a pesar de todo – que nos volvamos espectadores de un punto crítico en el que un ignorante se emancipa.
En este ensayo, Rancière se cuestiona sobre los planteamientos modernos en torno a la reforma del teatro. Los reformadores quieren “arrancar al espectador de su marasmo” para que salga del mal que lo aqueja. Y, según esto, ¿cuál es el mal que aqueja al pobre espectador? Por un lado, podríamos decirnos sin mucho análisis, el tedio del teatro cuando es una obligación para ser un pequeñoburgués cultivado, claro. Pero no me parece que en sus textos Rancière se agobie por esto. Más bien, el filósofo se plantea que hay que reformar el teatro de forma que se pueda curar al hombre, quien entre más contempla, menos es.
La paradoja de la contemplación, por su parte, es nodal en el ensayo de Rancière. La separación entre espectador y actor – así como la separación entre maestro e ignorante – es el alfa y el omega del espectáculo. Para los reformadores, este es un mal al que hay que escapar; para Rancière, simplemente se trata de una situación fáctica ineludible que hay que poner en perspectiva y considerar como es, para entender bien a bien las funciones de los distintos “actores” de la problemática teatral.
Esta relación entre creador y espectador, entre pieza y observante, se nos antoja, pues, como un foro teatral per se. La creación de la pieza se da al momento en que surge la relación entre un polo y otro, en ausencia siempre de uno de ellos y siempre a través de la creación que da origen a la comunión, a esa química dionisíaca que nos hace vibrar.
Existe una relación entre el abismo radical que separa al alumno del maestro, y la distancia que existe entre el espectador y los que actúan en el escenario. ¿Es sano abolir esta distancia? Condición normal de cualquier tipo de comunicación.
Gran paradoja se nos avienta a las narices: los reformadores teatrales, en su afán, están logrando lo que quieren evitar. En su actitud reformadora, crean la distancia que pretenden justamente suprimir.