Crisis dentro de la crisis: ¿Rebelión en el templo?

De manera sorprendente, el Presidente de la República, Enrique Peña Nieto (EPN) puso en su real temporalidad histórica el problema de crecimiento que enfrenta el país, a raíz del reconocimiento de que no se cumplirá el pronóstico original de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) comprometido para este año por la Secretaría de Hacienda y Crédito Público de 3.9%. Al mismo tiempo, más que contra su impertinencia como profeta económico, se amplificaron las acres críticas contra la política fiscal seguida por el Secretario Dr. Luis Videgaray.

Los dos eventos revisten singular importancia para la sociedad mexicana y la opinión pública. El primero, porque se reconoce desde la presidencia de la república que el país enfrenta un bajo crecimiento desde hace treinta años, es decir seis lustros. Lo que corrige la sempiterna conducta pública de negación de la realidad económica, que ha restado desde entonces credibilidad al gobierno federal.

El segundo, porque por primera vez tirios y troyanos terminan cuestionando la política económica profundizada desde 1995 y que había sido ponderada ad nauseam desde reductos académicos y ciertos medios de comunicación. Política con la que se ha prometido un futuro de producción, empleo y bienestar que nunca ha llegado y que, una vez más, se augura pronto dará sus resultados positivos.

De esta manera, se reconoce finalmente que México vive una crisis secular propia dentro de una crisis financiera y económica internacional que no acaba de ser superada, como lo evidencia la caída del PIB real de USA, de -1%, en el primer trimestre del año (www.bea.gov/newsreleases). Más importante aún, se concluye, por comentaristas y analistas, que las acciones del gobierno federal no podrán dar los frutos prometidos para este año, poniendo en riesgo, en menos de un tercio del sexenio, las metas de crecimiento y empleo que habían sido comprometidas desde la campaña de EPN. Metas que han sido prometidas anteriormente en otras campañas y no cumplidas en mandatos gubernamentales anteriores.

La crisis internacional ha puesto en quiebra el pensamiento económico que comenzó a ser dominante con el nuevo liberalismo de la revolución económica del Presidente Reagan y la Sra. Thatcher. Tal pensamiento implicó una desregulación de la vida económica de los países y la privatización de las empresas y servicios públicos, que culminó con el llamado Consenso de Washington. La visión fue la preminencia del mercado sobre el estado y el interés particular sobre el interés general. Singular interés significó la desregulación que revistió el sistema financiero, cuya crisis de 1985-1986 en el Reino Unido (UK) anunció tempranamente las recurrentes y costosas crisis bancarias y financieras que habría de enfrentar el mundo globalizado, hasta llegar a la crisis actual.

La crisis ha llevado a aceptar que no puede haber mercado sin estado. De igual forma, que el andamiaje intelectual y teórico que soportó la idea de que los mercados sin regulación al privilegiar ciegamente el interés general afectó duramente el interés general. Más recientemente, se ha terminado por aceptar que la filosofía del nuevo liberalismo acabó por generar una inequidad social que ha subordinado la democracia y al estado a una pequeña élite, casi mundial. O al menos al sector financiero global y sus controladores, como lo enfatizado Paul Krugman.

En el inter in, las posiciones instrumentales de la macroeconomía -el efecto multiplicador de la austeridad presupuestal sobre el PIB; las consecuencias de la depreciación interna sobre la distribución del ingreso; el tratamiento fiscal y monetario de los rescates bancarios, entre otros más- generaron claras discrepancias entre algunas instituciones financieras internacionales. Este sería emblemáticamente el caso entre el Fondo Monetario Internacional (FMI) y Banco Central Europeo (BCE). Sin ser tal divergencia menor, permitió elucidar la confrontación entre el pensamiento económico que sustenta el activismo del sector público para atender la crisis y aquel otro que asume, una vez más, que el estado debe minimizar su intervención en la vida económica de los países.

Más recientemente, se ha llegado a considerar que la crisis internacional tiene raíces más profundas, al menos en USA. Raíces que se pueden conjeturar en el rol del consumo en la demanda agregada y los niveles bajos de crecimiento del PIB experimentados. La conjetura fue abordada originalmente por Larry Summers (Remarks, IMF Annual Research Conference, November 8th 2013) y posteriormente ha sido más elaborada por Paul Krugman. En esencia lo que se argumenta es que el consumo ha sido el factor más dinámico para el crecimiento del PIB y que se ha acrecentado por la vía del endeudamiento, por lo que “las finanzas son tan importantes, para dejarlas enteramente a los financieros”.

La posición de minimizar el rol activo del gobierno dentro de la economía, aunque en franca minusvalía por la crisis internacional, ha continuado sustentando políticas públicas de ciertos países para enfrentar sus problemas socio-económicas, como el caso de México. En el extremo, para continuar con estas políticas se ha refutado que no han rendido los frutos esperados por su limitada aplicación. Por lo que se debería, se arguye, profundizar el mismo camino recorrido, protegiendo el interés individual sobre el interés general, o el interés del capital sobre el trabajo, para expresarlo “á la mode”.

Así, países como México, han visto agudizar sus problemas a partir de la crisis internacional, creando nuevos espacios para el beneficio particular y del capital, especialmente financiero. Ello, a contra pelo de las reformas internacionales en marcha, o de reformas financieras como las de USA, que han sido documentadas en este espacio. Tarea difícil que ha llevado a decir a Christine Lagarde, Directora Gerente del FMI, que “El comportamiento del sector financiero no ha cambiado” (El País, miércoles 28 de mayo de 2014), en relación a su conducta que condujo a la crisis actual.

Es posible decir que México vive una crisis dentro de la crisis. Una crisis propia que se ha expresado en un estancamiento que ya perdura treinta años, según reconocimiento de EPN. Y una crisis nacional internacional que, cuando comenzó, se dijo por una funcionario hacendario nacional provocaría un “catarrito” y llevó a contraer el PIB nacional del orden de 6%. Lo más sorprendente, entonces, fue que el mismo funcionario expresó que las recomendaciones y opiniones de ciertos economistas extranjeros, inclusive algunos galardonados con el Nobel de economía, sobre las políticas económicas estaban equivocadas.

En medio del desencanto internacional sobre el resultado del “Momento de México”, hoy la crítica especializada sobre la política económica ha llegado finalmente de manera generalizada a los medios más relevantes del ámbito nacional. Así, el posicionamiento y crítica de académicos y expertos ha quedado plasmado en diversos medios de difusión, más allá de revistas especializadas y ensayos científicos, abordando el ámbito de la política económica y de los resultados que ésta ha rendido en los últimos años. Hecho que se sabía y había sido previamente documentado.

Dentro de lo difundido sobresale que el país requiere cambios estructurales de fondo y una transformación del aparato productivo. De igual forma, que se necesita un incremento de inversiones público-privadas y mejoría en el poder adquisitivo de los trabajadores. De no ser así, se publicó, “México mantendrá los crecimientos ‘mediocres’ que ha registrado en la última década, al menos, y permanecerá en el ‘estancamiento estabilizador’”, concluyéndose que “Frena modelo económico al país: expertos” (Ivette Saldaña| El Universal, 05:00Lunes 26 de mayo de 2014).

Los expertos citados provienen de diversas instituciones como la CEPAL, el Tecnológico de Monterrey, Moody’s, sobresaliendo la opinión de que el país debe cambiar de modelo, para poder crecer. Término que ha llevado a un reiterado enfrentamiento nacional entre las posiciones extremas de una política económica anclada en el pasado y una actitud cuasi dogmática de la política vigente desde hace treinta años.

Cambiar el “modelo” puede llevar años, desde su definición hasta su realización. Exigiría grandes sacrificios, tantos o más de los que ya se han pagado por las ausencias y negaciones públicas. Por lo que de manera relativamente pedestre es importante tener presente la luz de los focos rojos y amarillos de la economía nacional, para ir resolviendo aparentemente lo menos y para poder solventar lo más.

En el muy corto plazo preocupa la ausencia de una política industrial, la caída sistemática del sector de la construcción, el deterioro de la balanza petrolera, el creciente déficit público y la velocidad de crecimiento de la deuda pública. Todo ello sistemáticamente esta encadenado y debe ser atendido sistémicamente. Obviamente, la persistente devaluación interna, esencialmente la caída del poder adquisitivo del grueso de la población, ha seguido estrechando el mercado nacional e impidiendo lograr escalas de mayor productividad, que no de producto medio, tal como medio entienden los funcionarios hacendarios.

La agenda listada se inscribe en un contexto económico institucional lógico, en el que la política fiscal esté por encima de afanes recaudatorios, en el que no se asuma que los deudores son delincuentes que pueden ser unilateralmente sacrificados por las instituciones bancarias y en el que se considere que la informalidad es consecuencia y no causa de los monopolios y de la regulación fiscal (POLICIES TO PROMOTE GROWTH AND ECONOMIC EFFICIENCY IN MEXICO, James J. Heckman y otros, Presented at Banco de México October, 2009), en un país que cuenta con casi 34 millones de personas de 15 años y más en rezago educativo básico.

El país no puede crecer sin inversión e inversión productiva. Pero sólo se invierte si hay mercado nacional o exterior. Lo que hay que producir son bienes industriales y manufacturas, así como alimentos que tanta falta hacen. Ello implica un rol activo y promotor del sector público en la economía, tanto en lo interno como en lo externo.

Hay que reconocer que hay un cambio de las ideas económicas a nivel mundial y que ha emergido una rebelión en el templo nacional que ha gobernado el país. Finalmente, pero no menos importante, hay que aceptar que la tarea de la SHCP es algo más que las simples entradas y salidas de caja y que sus afanes deben estar lejos de la simple administración de una tesorería local.

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