Atracción fatal

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En el código cultural del mexicano (hablo generalizando a la mayoría de la población del país) existe una profunda religiosidad, predominantemente —por razones naturales de nuestra historia— católica. Este aspecto es interesante para tratar de entender lo que llamo una atracción por los caudillos y los personajes mesiánicos.

La narrativa católica implica tener fe en los dogmas, en aquello que no resiste la razón humana. Se le pide al feligrés entender que hay temas que están más allá de la comprensión mortal. Especulo que por ello la capacidad crítica del mexicano existe sólo en una parte de la población; no debería extrañarnos, se premia más por creer que por saber. El pueblo religioso mexicano está condicionado (léase, acostumbrado, entrenado) para pedir; tiene más de una plegaria donde confía lo que la vida le deparará, a un ser sobrenatural que habrá de venir para poner orden y terminar con los problemas del mundo. El mexicano pide desde el pan de cada día hasta librarse del mal.

Nada como un artificio religioso (a modo de amuleto) para componer la realidad, aunque no se acepte como supersticioso. Cualquiera que visite el icónico Mercado de Sonora en la Ciudad de México encontrará un sincretismo que raya en el surrealismo, una interminable lista de objetos y pócimas en las que el mexicano deposita su fervor creyente para solucionar un problema: uñas de gato, hierbas y polvos con mezclas inauditas, velas multicolores para cada sentimiento noble o para cada pecado capital, artificios de santería y oficios oscuros, animales vivos o muertos y más. En la matemática de la fe, el inventario tiende a infinito. Se le concede al objeto un simbolismo metafísico. Esto existe dentro del paganismo como dentro del cristianismo (la ceremonia de la consagración de la hostia en eso consiste, cuando el sacerdote impone las manos, una oblea se transforma [para el devoto creyente] en el cuerpo místico de Cristo).

Hemos sido entrenados para ser una sociedad menor de edad. Papá proveerá, luego entonces hay que seguir a papá. Desde los emperadores aztecas a los virreyes novohispanos, desde nuestra efímera monarquía hasta los presidentes que más bien han sido caudillos, la figura de quien todo lo promete, de quien todo lo puede dar, ha sido extraordinariamente seductora en la psique colectiva. La plegaria que dice “Vénganos tu reino…” implica, bajo esta lectura, que el paraíso nos ha de llegar porque así lo decide otro por nosotros, se trata entonces de esperar, no de ir con iniciativa hacia ese lugar llamado reino, que por supuesto debe ser un buen sitio.

En una cultura que estira más la mano para pedir que para hacer, son populares los subsidios, los vales para adultos mayores, y la universidad gratuita defendida como el más sagrado de los dogmas. Por eso nuestras preguntas son ¿qué va a hacer usted señor gobernante, por mí ciudadano? ¿Qué nos va a dar? ¿Cómo resolverá nuestros problemas? Usted, ¡Sí!, usted!, porque usted está arriba, donde están las figuras celestiales. A cultura pedigüeña, mesías prometedor (de la felicidad eterna, bueno, sexenal).

Cualquier candidato que emule al mesías, a su comportamiento arquetípico, hace resonancia con el pueblo bueno. Inconscientemente se le asocia con la figura esperada, como en los programas cibernéticos que comparan huellas digitales hasta encontrar una correspondencia, el mesías corresponde a un pueblo que lo ansía. Y su llegada no puede ser sino muy buena, casi milagrosa. Va a llegar y con su sola presencia acabará con la corrupción del mundo. ¿Así de fácil? ¡Sí!, ¿No es maravilloso? Nada más con su ejemplo derramará honestidad a su paso. Los malos serán convertidos porque así es su deseo y su voluntad divina.

Será tan, pero tan humilde, que venderá todas las naves del gobierno, ¡andará en burro!, y claro, no tendrá propiedades porque su reino no es de este mundo. Por supuesto que en la retórica del mesías no hay espacio para diferir: “El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama”. Y si hubiese alguna duda, recordad aquello de “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.

Así, el mesías promete felicidad, armonía, un reino de prosperidad y justicia, bueno, justicia relativa porque para los mortales que hayan pecado, él tiene el poder de perdonar. Qué hermoso escuchar de sus labios que desde ahora perdona los pecados de los hombres sucios de casas blancas. En el mundo terrenal se le llama impunidad, pero el mesías no debe pronunciar que está a favor de ella, sólo insinuarlo para que su venida gloriosa no tenga contratiempos o intentos de crucifixión.

A lo largo de la historia muchos se han proclamado como mesías, y muchos han pasado a la historia como falsos mesías y falsos profetas. En defensa del pueblo, muchas veces engañado por esa atracción fatal, un libro de la Biblia guarda una sentencia: “Conozco tu conducta: tus fatigas y paciencia; y que no puedes soportar a los malvados y que pusiste a prueba a los que se llaman apóstoles sin serlo y descubriste el engaño.”

Ese libro es el Apocalipsis.

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Tacher Cid

MQSC sería maravilloso tuvieras una plática con mi tío Luís, Monseñor de la iglesia católica, para que te dè su punto de vista!! Muy interesante tu artículo, GRACIAS!!

Eduardo Caccia

Será un placer tener esa charla. Gracias y un abrazo

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