Llegó el tiempo en que habría elecciones en el bosque. En una de las cuevas se reunió el consejo de lobos. En el ambiente se respiraba una tensión inusual, flotaba entre ellos una verdad de esas que no hay necesidad de mencionar para hacerla presente (como suelen ser las ausencias notables): los lobos estaban tan desprestigiados en el bosque que presagiaban una tremenda derrota electoral. Cuando llegó el hermano lobo mayor, el resto de la manada comenzó a aullar como en sus mejores tiempos, como cuando dominaban ellos solos la totalidad de aquella verde espesura y sin que mediara la presencia de la luna para excitar su naturaleza de mamíferos salvajes. Luego vino el silencio y el hermano lobo expuso lo que muchos veían inevitable, si querían sobrevivir tendrían que escoger no al más lobo de todos sino a quien tuviera la mejor imagen para el resto de los animales. Por algo eran lobos, maestros en el arte de administrar la percepción sin molestarse en transformar la molesta realidad.
“Traigan a la oveja”, dijo el lobo secretario del consejo.
Asustada por la inusual cargada de lobos que la vitoreaba con fauces abiertas y gestos rampantes, la oveja fue ungida como candidato lobo en medio de aullidos agudos.
Más nos vale que aprenda rápido, dijo uno de los lobos longevos. Tendrá que dejar atrás su cara ovoide y cuerpo rechoncho de lana, dijo otro lobo que le miraba con cierto recelo. “¡Queremos ver tus colmillos!”, se escuchó desde el fondo de la cueva mientras la oveja sonreía y pretendía sentirse cómoda entre aquellos animales de pelos ásperos y puntiagudos. Los lobos estaban confiados por aquella verdad popular que en más de una ocasión se había cumplido como puntual profecía: el que entre lobos anda, a aullar se enseña.
“¡Háganme suya!”, gimió la oveja y agitó sus pezuñas simulando una ferocidad que ni a los ratones de campo asustaría.
Pronto, los lobos, pragmáticos y eficaces en artes electorales, le confeccionaron un traje de lobo a la medida y se dispusieron a correr la voz en el bosque; el más fiero, limpio y preparado de los lobos se aprestaba como su gran representante, sucesor del hermano lobo mayor. Por supuesto, el flamante candidato entró a clases intensivas en las que aprendería a oler pistas y a lanzar todos los aullidos posibles más otras habilidades lobunas.
En otra parte de la comarca, reunidos alrededor de un fuego milenario pero nuevo, otro grupo de animales conversaba. El líder de ellos hablaba pausadamente mientras se probaba su traje electoral.
“¿Cómo se me ve?”, preguntó a los suyos anticipando una respuesta aprobatoria. Lo suyo era construir consensos absolutos, nadie que se atreviera a disentir podría estar en su séquito.
El hocico aún lo tienes afilado, le respondió una hiena que también usaba un traje de lana blanca. Luego se rió cínicamente pero nadie de los presentes lo tomó a mal.
Cuando hablas de lado pueden verse tus colmillos, apuntó otra de las falsas ovejas que en realidad era un chacal de mala fama. Y es que al líder lo que le sobraba sin duda era colmillo, tendría que hacer alguna argucia, alguna declaración moderada para evitar que los electores se asustaran con ese colmillo largo y afilado. Debía ocultar su pasado lobo, ese tiempo en que robaba gallinas y mordía lomos indefensos por el puro gusto de clavar los dientes en tejidos blandos.
El líder hacía como que les escuchaba con atención mientras al verse en el espejo su figura se agrandaba, se sabía el gran animal redentor de todos los seres vivos, repetía una y otra vez que cuando fuera elegido, toda la maldad del bosque desaparecería con su inmaculada conducta.
Le sobraban promesas y le sobraba confianza, tal vez porque ahora lo apoyaba un rinoceronte resentido, con amplia cartera, dura coraza y un cuerno apuntando a las estrellas, según él. Empujado también por los animales del bosque, a los que había arengado prometiéndoles el paraíso y culpando de su pobreza a los animales ricos, el líder se aprestaba a la batalla decisiva. Sabía que su trabajo más importante e inmediato era convertirse en un candidato oveja camaleón, ser lo que los demás animales quisieran que fuera. Para los castores, por ejemplo, que estaban a favor de la presa, él les diría que compartía su visión y trataría, de ser posible, de hablarles mostrando sus enormes dientes frontales, para que lo sintieran uno de los suyos. Con las palomas y otras vertebradas liberales que estaban en contra del aborto, él les diría que lo sometería a votación, nunca comprometiéndose y nunca negando o afirmando nada para no arriesgar nada. El día que habló con los cuervos, se vistió de negro y festejó el extraño deporte de sacar los ojos. Total, para eso había dominado ya el arte de la promesa vaga, la respuesta difusa, la zona gris como su piel reseca de lobo maduro. Y por supuesto, nunca jamás debería aullar enojado, ya vendrían mejores tiempos para salir de ese saco de lana con el que se sentía abotargado, tiempos para desgarrar a enemigos ancestrales y por qué no, traicionar al cándido rinoceronte.
Al poco tiempo, cuando se sintió cómodo dentro del traje de oveja, juró como candidato de los supuestos corderos.
La paradoja del bosque pronto se haría evidente. Para ganar, la oveja tendría que convertirse en lobo, y el lobo en oveja.
Una magnifica semblanza de la realidad actual. Se necesita valor, que apoyo y comparto, para presentar esta real paradoja.