ÉRASE UNA VEZ en México, un país grande y generoso, donde vivía Juan Pueblo, o el “Abuelo Juan”, como le decían con cariño familiares y amigos. Juan estaba emocionado porque estaba confiado en que la Cuarta Transformación les daría más oportunidades a las personas como él, aquellos con alguna discapacidad y en situación de pobreza.
Juan sabía que no era el único, como él más de siete millones de personas padecen alguna discapacidad, y la mayoría son Adultos Mayores Pobres; sin embargo, día con día salía a ganarse la vida vendiendo algo en las esquinas o si tenía suerte, encontrando algún empleo temporal en Empresas Socialmente Responsables.
Su vida no era fácil, la discapacidad motriz que lo aquejaba había llegado con la edad, y transitar en las calles de la Ciudad de México hacía cada uno de sus días una actividad de alto riesgo. Desde las intransitables banquetas de las calles de la Gran Metrópoli hasta el transporte público malo e insuficiente, hacían de su vida una aventura cotidiana, donde el retorno a casa a salvo no estaba garantizado.
Desde hace varios años que en su familia estaba ocurriendo algo a sus espaldas. La Familia Pueblo estaba ahorrando para comprarle al Abuelo Juan un coche, un automóvil que, aunque fuera modesto, le ayudara a exponerse menos al salir a la calle todos los días a trabajar. La Familia Pueblo sabía que no era justo, el Abuelo Juan ya estaba en edad de descansar, pero los pocos pesos que traía a casa, sumados a su modesta pensión, obtenida después de 40 años de extenuante trabajo, eran una contribución importante al ingreso del hogar.
Por fin, la Familia Pueblo logró reunir la cantidad para comprarle un auto usado, mismo que cumplía con el propósito que se habían fijado. Hacerle al Abuelo Juan más cómoda la faena.
Y llegó el gran día, en su cumpleaños 70, en el que al Abuelo le harían entrega del modesto sedán, el cual lograron adquirir entre toda la Familia Pueblo, después de cinco largos años de ahorro colectivo.
Paquito, su nieto favorito, fue el encargado de, en presencia de toda la familia y después de haber partido el pequeño pastel que mostraba un brillante número 70, hacerle finalmente la entrega del fabuloso presente. Y Paquito decía “Ven Abuelo, Ven… Te tenemos una sorpresa que no la vas a creer”. Paquito llevó al abuelo a la calle, y ahí estaba frente a su edificio de departamentos, un viejo automóvil sedán con un gran moño rojo. ¡Ése es tu regalo abuelo!, le decía Paquito con entusiasmo.
El Abuelo Juan no lo podía creer, habían pasado muchos años desde que vendió su viejo automóvil para completar para los gastos de los estudios de sus nietos, y ahora de nuevo tendría un auto. ¡No lo podía creer! Revisó con cuidado su nuevo automóvil, le dio la vuelta una y otra vez; se subió a la posición del conductor y acarició el tablero, cual si fuese un gran tesoro. Abrió la guantera y revisó los documentos. ¡No lo podía creer! Los muchachos habían tomado la precaución de gestionar para su nuevo auto placas para personas con discapacidad.
Y, EN PERSPECTIVA, el Abuelo Juan, bajó del auto, con los ojos llorosos de emoción, y le dijo a la Familia Pueblo reunida en pleno frente a él: “Aprecio mucho este regalo, hijos míos. No sólo por mi, sino por todos los viejos con discapacidad que, como Yo, aún andamos por la vida. Es una pena que las autoridades, empresas y personas no se esfuercen más en hacer respetar nuestros derechos como personas con discapacidad. Sin embargo, me llena de orgullo que la Familia Pueblo ponga el ejemplo de buena ciudadanía, cumpliendo con la ley. Así se los he enseñado y ése es mi mejor deseo para todo México, que también es mi Gran Familia. ¡Gracias!”.
Excelente estilo!!, amigo Roberto.