La promesa del presidente de Estados Unidos de construir un muro en su frontera sur que sería pagado por México, va cobrando sentido y paulatinamente se convierte en realidad patente. Las recientes declaraciones del mandatario ante miembros del partido republicano en Nueva Jersey señalando que nuestro país ya está pagando el muro, van más allá de un simple alarde de campaña ante sus correligionarios, constituye, de hecho, una demostración de fuerza y un recurso para influir en el derrotero del juicio que se ha iniciado en el congreso en su contra.
La justificación de tal determinación a establecer un obstáculo físico en una de las fronteras más extensas y dinámicas del mundo fue planteada desde su origen en términos de la amenaza que representaba para la sociedad vecina la inmigración indocumentada proveniente del sur y la facilidad que la porosidad de ese territorio ofrecía al crimen organizado para el trasiego de drogas con las que se envenenaba a sus ciudadanos. Los “bad hombres” debían ser frenados. La política migratoria norteamericana se tornó más estricta, se incentivó la detención y expulsión de indocumentados.
Las caravanas migrantes que se organizaron desde Honduras a partir de 2018, ofrecieron un buen pretexto para endurecer la presión sobre el gobierno mexicano y trasladar a éste la responsabilidad de impedir la llegada de los contingentes a la frontera norte. Ante la amenaza estadounidense de tomar medidas arancelarias contra nuestro país, de no acatar sus condiciones en materia migratoria, México ha implementado una severa estrategia de contención en el sureste del territorio, cuyos resultados han sido aplaudidos por Donald Trump, pero han sido severamente cuestionados en diversos espacios por el dramático giro de la política doméstica respecto del fenómeno migratorio.
México se convirtió de facto en el tan anhelado muro del presidente norteamericano, casi con certeza, a ello se ha referido cuando asegura que ya estamos pagando por él. Si lo analizamos en su justa dimensión, su expresión es cierta, tanto en términos económicos, como en costo de oportunidad e imagen pública, que también impacta en prestigio nacional.
Desde luego, el despliegue de los efectivos de la Guardia Nacional tiene un costo financiero, con una logística compleja: traslado, alojamiento, alimentación, servicios, materiales, combustibles, vehículos, salarios. A ello se deben sumar las transferencias económicas que se han realizado como apoyo a otros gobiernos para actividades productivas que permitan generar condiciones laborales locales y desincentivar el desplazamiento de sus connacionales.
El costo de oportunidad es otro factor, los recursos humanos, materiales y financieros de las fuerzas destinadas a la tarea de contención de las caravanas migrantes en la frontera sur, dejan de cumplir otras misiones relevantes que fueron, precisamente, la justificación de su creación, como una manera de transformar la fallida estrategia de combate al crimen organizado.
Finalmente, México debe pagar también un precio en imagen y prestigio, en principio, ante los países de la región de donde proviene la migración, donde, en otro tiempo, nuestro país ejerció un liderazgo destacado, entre otros aspectos, por su política de neutralidad y puertas abiertas.
De alta complejidad y vulnerabilidad puede calificarse la incómoda posición de México, con dos presiones sensibles en el entorno regional de las que difícilmente podrá sustraerse en el mediano plazo. No se observa en el panorama una reducción en los flujos migratorios procedentes de Centroamérica, donde la expulsión es fomentada principalmente por las precarias condiciones económicas y de seguridad. Tampoco se perciben posibilidades de que la política del poderoso vecino vaya a suavizarse sobre el tema. Más bien, es predecible que la línea discursiva sobre México sea recurrente, si así conviene a la popularidad del mandatario norteamericano, a su imagen o a cualquier circunstancia adversa de la que deba echar mano de algún distractor.
El gobierno mexicano fue categórico y enfático en señalar, ante las primeras insinuaciones, que nunca pagaríamos por el famoso muro, las evidencias, parecen demostrar que sí lo hacemos ya.
También te puede interesar: Terrorismo y narco ¿Cuestión de enfoques?