Contracorriente

Al rescate del agua y territorio

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Nuestro país no tiene una historia económica con la que pueda presumir gran eficiencia en comparación con otras naciones; políticamente deja aún más que desear y la pobreza de 60 por ciento de la población no habla bien de un orden social que alguna vez haya sido ejemplar.

En lo que México puede tener ventajas es en la cosmovisión autóctona relacionada con el manejo del agua y del territorio. Ahí hay técnicas útiles para enfrentar lo ineludible: la emergencia climática que para muchos mexicanos pobres es también sanitaria y alimentaria.

Sucede que ayer 11 de marzo tuvo lugar el seminario “Hidrotecnologías ancestrales de América Latina y el Caribe como respuesta a la emergencia climática, sanitaria y alimentaria”, al que convocaron varias instituciones internacionales, entre ellas el Programa Hidrológico Intergubernamental de la UNESCO; México está representado en el evento por la asociación civil Alternativas y Procesos de Participación Social, que opera en la mixteca poblana y oaxaqueña desde Tehuacán.

La convocatoria de la UNESCO es para conocer experiencias de éxito en la exploración de tecnologías ancestrales basadas en la naturaleza, y su actualización a nuestra época, con la finalidad de encontrar soluciones de las que puedan apropiarse ciudades y poblaciones cuyo problema eje es la escasez de agua.

falta de agua
Imagen: Studio Warburton.

La mitad de la República mexicana la constituyen condiciones áridas y semiáridas, en las que la escasez de agua es el mayor problema de sus habitantes, y origen de otros como la mala alimentación, la falta de ocupación e ingresos, y la pobreza.

Ante esos problemas, de por sí graves, que el cambio climático tiende a empeorar para millones de personas en el planeta, en México hay experiencias replicables de acciones organizadas de la población para regenerar cuencas, mejorar la fertilidad de las parcelas y combinar cultivos para enfrentar la crisis alimentaria.

Alternativas y Procesos de Participación Social fue seleccionada por la UNESCO para presentar su narración de experiencia de décadas, denominada “Agua para Siempre y Sistema Alimentario de Amaranto en Milpa del Grupo Cooperativo Quali en México”.

Esa asociación civil fue fundada hace 41 años en Tehuacán por Raúl Hernández Garciadiego y por su esposa, Gisela Herrerías Guerra, y juntos han promovido desde entonces dos grandes procesos que se complementan: Agua para Siempre, que recuperó la visión ancestral de manejo de escurrimientos de agua de lluvia dentro de la cuenca, consistente en hacer terrazas en las pendientes cerriles para tener estancamientos de tierra y agua, enriquecidos para el cultivo, así como canales para almacenamiento en represas, jagüeyes y ollas de agua que recargan los acuíferos.

rescate del agua
Imagen: Adara Sánchez Anguiano.

El otro proceso ha sido la recuperación del amaranto para incorporarlo a la milpa y enriquecer la dieta cotidiana con la combinación ancestral de maíz, frijol y amaranto, además, por supuesto, de otros alimentos nutritivos y sabrosos.

La combinación de ambos procesos, lograda con la visión de sostenibilidad social, ambiental, económica y cultural con la que trabajan 200 colaboradores de múltiples disciplinas en Alternativas, ha coadyuvado en sacar de la pobreza a casi 250 mil personas durante más de cuatro décadas. Por eso la FAO reconoció a Agua para Siempre y al Sistema Alimentario del Grupo Cooperativo Quali como la mejor Iniciativa Innovadora y Escalable de América Latina y el Caribe en 2018.

El seminario de ayer, auspiciado por la UNESCO, parte de la urgencia de entender y replicar las dinámicas autóctonas del manejo del agua, que sean capaces de generar fenómenos económicos y sociales favorables a la regeneración ambiental y a una mayor seguridad alimentaria en zonas áridas y semiáridas del país. México tiene mucho qué rescatar en cultura relacionada con la naturaleza, para desarrollar soluciones colectivas a la escasez de agua en el campo que será cada vez mayor.

La relación entre López Obrador y Joe Biden

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La entrevista de López Obrador con Joe Biden no tuvo el tono de un encuentro, ni tampoco las resoluciones que esperaba el gobierno mexicano; AMLO iba por dos acuerdos de efecto inmediato; iba por el anuncio de un programa bracero y por un préstamo de vacunas de Pfizer, farmacéutica con la que México tiene un contrato de compra que no surtirá hasta que cumpla con el pedido del que Biden no cede ni una ampolleta.

La agenda de Biden con México es parte de lo que es su prioridad en política exterior, que es impedir el fortalecimiento de China como potencia que ya desafía la hegemonía estadounidense; Washington se opondrá con todas las armas a la hegemonía que ya ejerce China en el hemisferio oriental, y utilizará desde la guerra económica, tecnológica, cibernética y eventualmente, la militar.

Es el proceso más importante de los acomodos geopolíticos contemporáneos. La única diferencia entre Trump y Biden son los modos; la anomalía fue Trump. Biden, después de más de tres décadas de carrera senatorial bastante gris, llegó a la presidencia apoyado por los principales medios de comunicación y corporaciones transnacionales para re-institucionalizar el poder y defender los intereses imperiales.

No hay que olvidar que, a pesar de su brutalidad, Trump es el único presidente estadounidense de los últimos cuarenta años que no metió a su país en una nueva guerra, mientras que Biden, a poco más de un mes de su investidura, ordenó el jueves 25 de febrero atacar lugares en Siria contra grupos chiíes.

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Imagen: Pablo Temes.

En la lucha de Estados Unidos por su hegemonía, Biden necesita alianzas seguras, no negociables. Del gobierno mexicano debe interesarle, entre el poliedro de asuntos, que mantenga la estabilidad social, que afirme la institucionalidad jurídica como garantía de un ambiente de libre inversión, y que contribuya a la competitividad de la región norteamericana, para lo cual la administración Biden habla de revisar el Tratado México-Estados Unidos-Canadá (T-MEC), no para renegociarlo sino para asegurar su cumplimiento.

La estabilidad social tiene que ver con la aceptación ciudadana del gobierno; la popularidad de López Obrador sigue muy alta: 64% aprueba su gestión, según encuesta domiciliaria (El Universal, 2/02/2021), lo que eventualmente se pondrá a prueba como capital político cuando el descontento social por la caída del empleo y de los ingresos de todos los sectores sociales, deba ser gestionado para evitar que se desborde en revueltas violentas y alteración del orden social.

En lo tocante a las garantías a las inversiones privadas, el Departamento de Estado del gobierno de Biden no se detuvo en miramientos protocolarios al hacer públicas, en nombre de corporaciones privadas, las “preocupaciones” por los intereses de estadounidenses en el sector energético, preocupaciones relacionadas con la reforma eléctrica (aprobada el pasado 2 de marzo por el Senado, sin modificaciones) y el empeño puesto por el gobierno mexicano en revisar y renegociar contratos en ése y otros sectores.

El T-MEC ya está negociado, pero Estados Unidos necesita asegurar que el gobierno propicie espacios de inversión y la eficacia de las cadenas de suministro de insumos a la planta productiva estadounidense que ofrecen maquiladoras y proveedores en México.

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Imagen: Nerilicón.

Biden enfatiza que el T-MEC debe propiciar un desarrollo más incluyente en los dos países; el comunicado del encuentro consigna el compromiso con “un desarrollo económico equitativo y sostenible”. Como punta de lanza están las reglas de origen del sector automotriz que se vigilarán estrechamente.

Recordemos que cada coche que se exporte a Estados Unidos desde México debe tener un contenido de 75% producido en cualquiera de los tres países, y al menos el 40% del valor del vehículo deben haberlo manufacturado trabajadores que ganen 16 dólares la hora, o más.

Tales reglas de origen implican una reestructura del mercado laboral mexicano, regulado por normas que efectivamente liberen a los trabajadores o sus organizaciones para hacer valer sus derechos ante las empresas, que podrán responder en la medida de su eficiencia productiva, y las que no puedan, dejarán espacios para inversiones tecnológicamente más aptas que se originen en la región.

La cooperación contra el cambio climático es la segunda prioridad en política exterior del gobierno de Biden, cosa muy alentadora en esa materia, pero que obligará a AMLO a promover una eficiencia energética que, por supuesto, no ofrecen los hidrocarburos.


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Soberanía del mercado

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¿Qué tendría que cambiar para no volver a la normalidad de los problemas globales, previos a la pandemia, siendo los mayores la concentración de la riqueza y el calentamiento global? Personajes de diversas naciones e ideologías están discutiendo cómo dar un giro al capitalismo sin que deje de ser capitalismo, es decir, un sistema que depende de las utilidades que obtengan las empresas.

La pandemia vino a generar la oportunidad de cambios y ya destacan algunas tendencias globales, con las cuales, el gobierno de México va a contracorriente.

Desde la década de 1970 se impuso en Estados Unidos el llamado “capitalismo de acciones” al que sólo interesan las ganancias de las empresas; funcionó un tiempo, pero a costos ya impagables, como la disminución de los salarios en todo el mundo, el consecuente estrechamiento de mercados, menores ventas y utilidades, al grado que el sector financiero fue una mejor alternativa de inversión para miles de empresas, que las propias de su actividad productiva.

Este modelo ya no es sostenible por el daño ambiental que ha causado, por las desigualdades económicas y sociales en todo el mundo y, según algunos, porque además, la feroz competencia por mercados encogidos, exacerbó nacionalismos y minó todo propósito de cooperación, solidaridad y coordinación internacional.

capitalismo
Imagen: Agenda Roja Valencia.

Ese diagnóstico está sumando adeptos en los círculos de poder en el mundo, movidos a formular alternativas sobre dos premisas clave: que sean socialmente incluyentes y ambientalmente sustentables.

En esa dirección van discursos, como el de Xi Jinping, presidente de la República Popular de China y secretario del Partido Comunista Chino al inaugurar la primera parte del 51º Foro Económico Mundial (FEM); dijo que China desempeñará “un papel más activo para fomentar una globalización económica mundial que sea más abierta, inclusiva, equilibrada y beneficiosa para todos”.

Klaus Schwab, fundador y director Ejecutivo del FEM se considera promotor, entre las grandes empresas transnacionales, de “nuevos parámetros y un nuevo propósito que mida la «creación de valor compartido» y permita mejorar los objetivos «ambientales, sociales y de gobernanza»”.

Ángela Merkel, la canciller alemana, y el presidente francés Emmanuel Macron, celebraron el discurso de Xi Jinping con ideas como la del ejecutivo galo, quien dijo que el mundo “debe ir más allá de la hostilidad a la intervención estatal en la economía”.

Xi Jinping, comercio global
Imagen: La Izquierda Diario.

Hasta ahora son sólo discursos y bajar al terreno de los hechos será mucho más complicado de lo que parece, dada la “soberanía” de los mercados; Carlos Marx desmontó la lógica de la competencia mercantil entre cualquier número de empresas, para demostrar que entre ellas no hay más relación que las de intercambio conforme a reglas implacables de competencia y maximización de utilidades. Quien pierde en esos dos aspectos, lo paga con su desaparición.

Por eso no deja de ser importante que también la idea de la intervención estatal en la economía tenga fuerza para ganar consenso; y es que la crisis, previa a la pandemia y el propio virus, ha dejado claro que el crecimiento económico no es desarrollo, y que hay que imprimirle propósitos de bienestar social y sustentabilidad ambiental.

De ahí la necesidad de renovar el sector público, no sólo para ampliar sus capacidades organizativas y eficiencia, y rediseñar políticas ante la inoperancia de la ortodoxia, sino también, para recuperar su papel como generador de valor.

La tendencia es que para el “gran reinicio capitalista” se tiene que asumir que sea incluyente y sustentable, y que a la lógica de los mercados se oponga una intervención estatal, inductora de propósitos políticos y sociales del crecimiento económico. Es el anti-neoliberalismo en pleno.

desigualdad y capitalismo
Imagen: Diario 16.

El Estado mexicano intervino de múltiples maneras en el desarrollo durante buena parte del siglo XX con dos propósitos que pronto se convirtieron en demagógicos, pero que aun así contribuyeron a la gobernanza; se trataba de alcanzar la “justicia social” y la “democracia”, mientras se impulsaba y protegía a la inversión privada, y el entorno internacional favorecía que hubiera crecimiento productivo y movilidad social.

Hoy por hoy podría decirse que el gobierno del presidente López Obrador intenta mejorar el bienestar de la población marginada y que ha abierto un diálogo político con la población, sobre los asuntos de gobierno que nunca se habían ventilado, pero falla en el impulso a las inversiones, tanto públicas (los criterios de política económica prevén que en el periodo 2020-2026 caigan de 3.1 a 1.9% del PIB) y falla también en su papel organizativo del desarrollo económico en un entorno internacional muy adverso.  


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Por supuesto que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador tiene adversarios, y muy poderosos, a quienes desde el primer momento les quiso dejar en claro que el poder político, el que supuestamente ve por el bien común, debía estar por encima del poder económico que se había acostumbrado a moldear normas y decisiones del Estado a su antojo.

Ese primer acto reivindicativo fue la insignificante (mientras más ridícula mejor) consulta popular que le “mandó” al Ejecutivo cancelar el nuevo aeropuerto internacional de la Ciudad de México. Los destinatarios del mensaje advirtieron de inmediato el daño a la confianza empresarial en el gobierno.

Ciertamente, el poder económico se había impuesto al poder político del Estado mexicano y era necesario separar uno del otro como primera condición para avanzar en el más ambicioso proyecto de gobierno que ha tenido algún presidente.

conflictos aeropuerto
Imagen: M. Guerrero.

Pero una vez establecida la división de poderes, debía dar paso a la política para resolver conflictos, sin rupturas, y para sumar apoyos.

El ambicioso proyecto transformador conviene a la inmensa mayoría de los empresarios, a todas la diversidad de las clases medias, a los trabajadores, exceptuando quizás algunos líderes sindicales; combatir la corrupción, la impunidad y el privilegio de unos cuantos, y obtener de ello mayor capacidad del Estado para ejercer una política social efectiva, abatir la pobreza y fortalecer el mercado interno, serían logros históricos.

La corrupción no sólo agravia a la sociedad, sino que es una enorme traba a las inversiones productivas y al desarrollo porque las empresas participantes en actos ilícitos, como sobre facturación o elusión del pago de impuestos, logran ventajas con las que no pueden competir las miles de empresas que quedan fuera del contubernio.

Lamentablemente, al propósito políticamente justo de separar el poder económico del político, el presidente no ha ejercido el arte de la negociación ni sumado mayor respaldo ante los adversarios irreconciliables a corto plazo (obligados a pagar sus impuestos, por ejemplo), sino que ha puesto en el mismo rasero a empresarios de todos tamaños, a clases medias entre las que figuran lo mismo investigadores que mandos medios y superiores de la burocracia a los que bajó salarios y prestaciones, a todas las ONG’s a las que cortó apoyos, igual que a más de veinte programas en beneficio de las mujeres, siempre con el argumento de la corrupción generalizada.

conflictos economicos
Imagen: Norte Digital.

Por cierto, esas generalizaciones sobre la corrupción generan también el mensaje de que quien tiene dinero lo ha mal habido, y va sembrando resentimientos por las lacerantes desigualdades entre quienes tienen poco o nada de lo indispensable.

En contra de aciertos del gobierno, como el impulso a reformas a las leyes laborales para facilitar la democracia sindical, el mejoramiento de 30 por ciento en el salario mínimo o el propósito de impulsar el desarrollo del sureste olvidado, domina la polarización ideológica y política con consecuencias, como el freno a las inversiones productivas y al crecimiento. En 2019, antes de la pandemia, la formación bruta de capital bajó de 20.3 a 19.3% del PIB y seguramente será menor en 2020, cuando la meta que se había propuesto el gobierno era subirla a 25%.

Urgen soluciones políticas de los conflictos, y atemperar la polarización que retrasa proyectos de inversión y confunde e inquieta a las clases medias, porque les sugiere inestabilidad e incertidumbres múltiples en su vida, siempre anhelante de un mejor futuro; la gobernanza de toda sociedad moderna, vale recordarlo, se apoya en las certezas que ofrezca el poder político y en la empatía de las clases medias con el gobierno.


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El cambio climático tiene la profundidad sobrada para convertirse en el referente de cambios obligados, desde la economía hasta la cultura. La emergencia ambiental puede y debería lograr que las condiciones climáticas fueran un propósito estratégico en cada país a fin de apurar soluciones, en primer lugar, a la sustitución de hidrocarburos como fuentes de energía, para lo cual son necesarias muchas más inversiones e innovaciones de las que se han hecho en el mundo.

Por lo pronto, John Kerry, el nuevo encargado de Estados Unidos para el cambio climático, declaró que la reunión de Glasgow (COP26) será “la última oportunidad para que el mundo se encamine a evitar los peores efectos del cambio climático”, y el 27 de enero, el presidente Biden se refirió al tema como “un elemento esencial de la política exterior y la seguridad nacional de Estados Unidos”.

No es exagerado considerar la situación ambiental como una amenaza para la seguridad de todos los países; el 2020 fue uno de los años más calientes de que se tenga registro (como lo ha sido cada año durante el último lustro).

calentamiento global, Siberia
Efectos del calentamiento global en Siberia (Fotografía: Sputnik Mundi).

El año pasado ocurrieron incendios extraordinarios en el oeste de Estados Unidos y en Australia; nunca, en Siberia, se había registrado temperaturas de 38 grados centígrados, ni se había visto en un mes de octubre que el hielo en el círculo polar Ártico –que abarca 16.5 millones de kilómetros cuadrados– alcanzara apenas 3.3 millones de kilómetros cuadrados, o que un huracán en el Atlántico causara tan severos daños en el sudeste asiático, que forzó a 12 millones de personas a dejar sus casas. El lunes pasado, la fractura de un glaciar del Himalaya hizo desparecer a cientos de personas y arrasó con una hidroeléctrica en la India.

Treinta y tres países ya han declarado emergencia ambiental. Refrenar el cambio climático es un elemento esencial de la seguridad del planeta. Así lo han entendido varios gobiernos europeos y ahora el de Estados Unidos.

Mientras el presidente López Obrador quiere que la electricidad generada por la CFE en termoeléctricas (con hidrocarburos), tenga preferencia en su distribución sobre la que ya generan algunas inversiones en energía limpia.

calentamiento global
Imagen: Hemisferios.

Es posible anticipar que el gobierno de Biden utilizará el T-MEC de “libre comercio” para convencer al gobierno de López Obrador, no de que desarrolle proyectos, sino de que se abra a inversiones estadounidenses en la instalación de energía limpia.

El desafío de frenar el calentamiento global es desarrollar fuentes de energía alternas al petróleo y carbón a precio accesible y rentabilidad atractiva para inversionistas. ¿Podría hacerlo la iniciativa privada mexicana?

Se trata de reducir y eliminar el uso de hidrocarburos en las industrias de energía (principalmente eléctrica), de las manufacturas, de otros procesos industriales y de la construcción que en conjunto son las actividades responsables del 50.9% de las emisiones de carbono y de CO₂ (datos de 2012).

energías nuevas, medio ambiente
Imagen: Share America.

Hace décadas que se conoce el potencial de la energía eólica y solar, pero las Conferencias de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, desde el Protocolo de Kyoto (1992) hasta la COP25 reunida en Madrid en 2019, no han conseguido acelerar su desarrollo con la sola advertencia de que está en juego la sobrevivencia humana y la de gran parte de la biodiversidad.

El único lenguaje que puede motivar soluciones en el sistema económico prevaleciente, es el referido a inversiones privadas que sean lucrativas a largo plazo, y todo indica que lo serán las que provean de nuevas fuentes de energía a la planta industrial de todo el mundo.


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Cuando hayamos superado la pandemia y el COVID-19 deje de ser el asunto de mayor preocupación mundial, el cambio climático ocupará su lugar.

La buena noticia es que la parálisis económica causada por la pandemia va a requerir estrategias de recuperación que ya empiezan a plantearse asociadas al freno al calentamiento global; ese amarre supondría nada menos que la reconversión de la manera en que se produce electricidad para todo actividad productiva en el mundo, al uso de fuentes de energía limpias.

Desde hace 200 años la capacidad industrial capitalista se estructuró sobre la base de fuentes de energía fósiles para generar electricidad; la quema de hidrocarburos hace tiempo que rebasó la capacidad ecosistémica de recuperación.

Transformar la organización productiva de países “ricos y emergentes” al uso de energía renovable, hace recordar la reconstrucción de Europa después de la Segunda Guerra Mundial.  

La reconstrucción europea generó la recuperación de la crisis económica capitalista de la década de 1930 y fue el gran negocio de Estados Unidos, que ofreció el Plan Marshal a las devastadas naciones para financiarles la compra de maquinaria, equipos y bienes intermedios que se producían en la única estructura industrial en pie, que era la estadounidense.

cambio climatico
Imagen: Wired.

Joe Biden, presidente de Estados Unidos, entiende el desafío de reconversión tecnológica a fuentes de energía limpia para frenar el calentamiento planetario, y entiende mejor el valor económico de convertir ese proceso en un campo inmenso a nuevas oportunidades de negocios que dominarán el futuro próximo.

A pesar de que reducir las emisiones de CO₂ es cuestión de supervivencia, en el sistema capitalista sólo es posible hacerlo negocio; 13,700 científicos de 153 naciones divulgaron en enero de 2020 el documento titulado Advertencia de Científicos del Mundo sobre la Emergencia Climática, en el que además de los peligros, señalan acciones necesarias en energía, contaminantes atmosféricos de corta vida, naturaleza, alimentos, economía y población. World Scientists’ Warning of a Climate Emergency | BioScience | Oxford Academic (oup.com)

El 6 de enero de este año informaron sobre el comportamiento del calentamiento global durante 2020; resulta que ese año, pese a la recesión económica, se registraron temperaturas y desastres mayores de lo previsto. Y es que el Acuerdo de París, al que Biden reinscribió a Estados Unidos, no ha conseguido que las economías industrializadas hagan lo que les corresponde para que el calentamiento global no pase de 1.5 grados, que es la meta del acuerdo.

Hasta ahora se ha impuesto a los gobiernos la lógica de los grandes negocios, que es mantener sus esquemas “exitosos”; la llegada de Biden a la presidencia de Estados Unidos y voces autorizadas de China, de la Unión Europea y de corporaciones estadounidenses, ya hablan de apertura visionaria a las inmensas oportunidades que se le abren a las inversiones que se ocupen de proveer y equipar de nuevas fuentes de energía a la industria en todo el mundo.

limpiar el planeta
Imagen: Lia Liao.

De generalizarse esa perspectiva, se reanimarían inversiones y crecimiento y el combate al cambio climático se convertiría en el motor principal de la recuperación económica post pandemia.

Ni Estados Unidos ni China –los mayores contaminadores del planeta–, ni ningún otro país, tiene fácil la reconversión (habría quiebras, concentraciones de poder económico y político, desempleo, mayores urgencias sociales) y ninguno puede reconvertirse solo; tanto el abatimiento de las emisiones de efecto invernadero como el cambio  energético de la industria, tienen que ser concertadas internacionalmente.

Transformar el modo industrial de doscientos años transformará instituciones y leyes, el modo de organización empresarial y los mercados laborales en cada país, e impondrá varios requisitos estándar.

No existe, en el orden internacional, una experiencia de cooperación, solidaridad y coordinación semejante, pero es claro que la pandemia, la emergencia ambiental y los cambios sociales que conllevan, son asuntos globales y que llevan a revisar el multilateralismo y el derecho internacional. Nada, de aquí en adelante, volverá a ser como antes.


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Maestro de generaciones de economistas, David Ibarra sigue a sus 91 años aportando a la comprensión de la economía mundial y nacional; fue Secretario de Hacienda del gobierno del presidente López Portillo durante cinco años, a partir de 1977; no lo era cuando ocurrió la devaluación de 72% del peso ante el dólar en febrero de 1982, porque el presidente lo separó de su cargo por haber advertido del riesgo ante los diputados, en noviembre del año anterior.

El maestro Ibarra no ha dejado de trabajar como investigador académico y en consejos de administración; el sábado pasado dio una conferencia al término de la Asamblea anual del Centro Tepoztlán AC, en la que Clara Jusidman terminó su brillante periodo como presidenta y Miguel Basáñez fue electo para encabezar este foro de reflexión que Víctor L. Urquidi fundó hace 40 años.

En su conferencia, el maestro Ibarra estableció la interrelación de seis temas para articular un panorama de la economía mundial; habló de la formación de capital, comercio internacional, industria, finanzas, política fiscal y empleo y de sus conexiones.

david ibarra
David Ibarra Muñoz, economista mexicano (Foto: La Jornada).

En la economía global, “Se unificaron mucho los estilos y propósitos de las políticas económicas nacionales. En contraste, no se ha afianzado todavía una mezcla sabia, ponderada, de objetivos internos de los países con los del orden transnacional”. Las exigencias del comercio internacional dominan sobre las demandas sociales de los países y en el nuestro hasta impusieron reformas a la Constitución.

Del sistema económico global, dijo el maestro Ibarra, que pierde dinamismo desde hace décadas por causas aún imprecisas: “La tasa de crecimiento de la inversión mundial cae substancialmente del 4.4% al 2.1% entre los años 2000-2019”, debilitamiento que explica el de la producción, aunque “No se ha precisado si la retracción observada en la inversión obedece al agotamiento de los estímulos de la apertura de mercados, al descenso en la tasa de rentabilidad, al decaimiento de las inversiones públicas”.

Hay, en efecto, diversas corrientes de interpretación del lento crecimiento, como la que subraya el rezago de la capacidad de demanda de los mercados ante la mayor oferta, o la del británico Michael Roberts que lo atribuye a la menor tasa promedio de utilidades de las inversiones, cuyo reparto lo acaparan las más grandes empresas.

Sobre el comercio internacional, analiza David Ibarra cómo “La integración de mercados fue la vía de homogeneizar a las políticas nacionales” y cómo los objetivos propios de cada país no se han compatibilizado con los del sistema global.

Augura que ni Estados Unidos ni China, los dos principales polos impulsores del comercio internacional, seguirán impulsándolo como en décadas pasadas, cada uno por sus propias razones.

Argumenta Ibarra que la desindustrialización de los países ricos y de desarrollo intermedio, en favor del sector de los servicios, afecta la del número y calidad de los empleos y la distribución del ingreso, dado que la industria es la actividad de mayor eficiencia productiva y la que paga mejores salarios.

economia global
Imagen: El Colombiano.

De la economía global, un aspecto preocupante es el serio deterioro en la calidad del empleo. Entre 1960 y 2012, la participación del trabajo en el producto norteamericano cayó aproximadamente del 62% al 58%, la de Inglaterra del 64% al 57%; la de Italia, del 70% al 53%; la de México del 44% al 28% (de 1940-2019). Todo indica que la participación de los sueldos y salarios de los trabajadores continúe cayendo en el producto mundial y de los países. 

Por razones como el déficit comercial externo de la inmensa mayoría de los países y los gastos fiscales extraordinarios hechos ante la pandemia, que representan alrededor del 10% del producto global, “desde 2008, con la única excepción de Alemania, la deuda gubernamental de las zonas industrializadas crece más que su ingreso presupuestario”.

Tal crecimiento del déficit fiscal impondría reformas fiscales en todos los países y, sin embargo, la globalización ha puesto a competir a los sistemas tributarios para atraer inversiones extranjeras, es decir, “Ante la competencia universal (los gobiernos) han preferido en los últimos 10 o 20 años, no emprender la remodelación de los sistemas impositivos”.

Del panorama económico mundial podría decirse, con el maestro Ibarra, que “hasta ahora, el camino preferido de los gobiernos líderes ha sido el de llevar a extremos extraordinarios las prescripciones antirrecesivas de siempre. Así se inunda de liquidez a las economías por la vía de la banca, del crédito y se incrementa sin parangón el gasto público, incluidos subsidios a empresas y grupos sociales. Ambas acciones son de aplaudir por marchar juntas, libres de prejuicios ideológicos por primera vez en mucho tiempo. Aun así, dejan de lado reformas necesarias, unas globales, otras nacionales frente a la complejidad de las nuevas y viejas realidades. La conferencia de David Ibarra está disponible en la página del Centro Tepoztlán, AC.


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Los desafíos que enfrentará Joe Biden este 2021, dice Arturo Sarukhán, ex embajador de México en Estados Unidos, son “endiablados” y como bien lo sabemos, repercuten –retos y respuestas– en prácticamente todo el mundo.

En México no sólo nos afecta lo que vaya a hacer Biden en asuntos globales, como el cambio climático; bien dijo el secretario Herrera de Hacienda, que “la recuperación económica de México está ligada a la de Estados Unidos”, y ésta dependerá de varios asuntos domésticos, a cual más de difícil.

El más complejo, me parece, es la polarización en ingresos de la sociedad estadounidense, de la que derivan varios de los mayores problemas de todo tipo, lo mismo en Estados Unidos que en cualquier país; la desigualdad se viene agravando desde la década de 1980, cuando empezaron a escasear los buenos empleos en casi todo el mundo occidental capitalista y la masa salarial fue disminuyendo; la pandemia aceleró el fenómeno.

Antes, entre 1950 y 1970, la prosperidad y el bienestar social hicieron crecer las clases medias. En ese periodo, la masa salarial estadounidense aumentó un promedio 2.5% más rápido que la fuerza laboral, lo que significaba mayor poder de compra de los salarios, tanto de profesionistas como de obreros, con lo que la desigualdad llegó a reducirse. En México también aumentaron los salarios reales en ese tiempo.

desigualdad monetaria
Imagen: Freepik.

A partir de los años de 1980 todo cambió; comenzó a caer la oferta de empleos, y los que se creaban, sobre todo a partir del año 2000, han sido, en su inmensa mayoría, de baja remuneración, que muchos profesionistas terminan aceptando.

La baja de la masa salarial explica lo principal de las desigualdades, pero no todo. También juegan en ello las políticas fiscal y monetaria de los países, las cuales han favorecido, sin excepción, la tasa de utilidades del capital sobre los salarios.

Hay una lógica en eso, y es que el origen de la combinación de poca oferta de empleos, salarios a la baja durante décadas y lento crecimiento de las inversiones productivas y del PIB (evidente en Estados Unidos igual que en nuestra economía y de otras naciones), es la contracción del promedio de las utilidades del capital productivo y su muy desigual reparto entre grandes y pequeñas empresas.

Para tratar de compensar la baja del promedio, en 1970, Nixon desligó la emisión de dólares del patrón oro y desde entonces, Estados Unidos emite su moneda sin más respaldo que deuda en dólares con el resto del mundo, lo que le ha permitido gastar más de lo que produce su economía (durante el gobierno de Trump, la balanza comercial acumuló un déficit de 2.3 trillones de dólares, frente a los 2 trillones durante el gobierno de Obama).

Además de cubrir el déficit comercial imprimiendo dólares, también se han subsidiado las ramas estratégicas en las que el país es más competitivo: la producción de maíz, trigo y otros cereales, la producción de materiales culturales como películas, y el desarrollo de altísima tecnología que una vez probada, se transfiere a la planta productiva.

desigualdad monetaria
Imagen: Freepik.

El manejo monetario para compensar el menor dinamismo económico se ve con toda claridad durante 2020; ese año, la Reserva Federal estadounidense emitió tantos trillones de dólares que equivalen al 21% del total emitido en toda su historia, y lo hizo para solventar –con deuda sin más respaldo que los propios dólares que otras naciones aceptan en pago de sus exportaciones a Estados Unidos, China ese año más que ningún otro– los trillones de dólares que recibieron empresas y familias en medio de la pandemia.

Esa estrategia monetaria que dura más de cuatro décadas, llegó a su límite desde el 2008, al convertir las tasas de interés en negativas; por eso, el FMI está convocando a una nueva conferencia Bretton Woods.

La política monetaria estadounidense no detuvo la tendencia a la desaceleración del PIB; en vez de alentar las inversiones productivas, buena parte del capital se dirige a las bursátiles, que hoy tiene los índices en máximos históricos, al mismo tiempo que el PIB está en mínimos históricos.

Esta combinación de sucesos –malos empleos, bajos salarios, políticas públicas tratando de animar capitalizaciones productivas carentes de estímulos de mercado, inversiones especulativas crecientes– terminan agravando donde empiezan: en la desigualdad.

Se requieren más y mejores empleos en todo el mundo, y con la automatización de procesos en marcha acelerada habrá menos puestos de trabajo; la solución es la reducción de las horas laborales. En Inglaterra, en 1870, se trabajaban 2,874 horas al año; en 1950 habían bajado a 1,958 y en el 2000, a 1,489. Keynes imaginó que en el 2030 sólo se tendría que trabajar 15 horas a la semana en los países ricos. Biden, sin embargo, no es Keynes.


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