La crisis económica global es tan desconocida para los gobiernos, como el Covid-19 lo es para las autoridades sanitarias de Europa y América. Lo que es claro a estas alturas es que las medidas fiscal y monetaria ortodoxas para estimular las inversiones productivas no están funcionando, y que la recuperación de actividades no será en forma de “V” como se anticipaba en marzo.
Los asesores en economía ni siquiera están de acuerdo en si ya estamos en recesión, o sólo pasamos por una debacle de proporciones épicas causada por la pandemia. No hay claridad sobre qué hacer para volver al estado anterior de las cosas, o como otros plantan, para resetear el sistema productivo y financiero con un papel más intervencionista del Estado.
En Estados Unidos, el debate entre Trump y Joe Biden se limita al manejo de la política fiscal, los impuestos y la política monetaria. Trump los redujo a los multimillonarios y empresas en diciembre de 2017 y los subió para la mayoría de la clase media, sobre el supuesto (equivocado) de que con ello estimularía las inversiones productivas.
Lo que sucedió entonces fue una aceleración momentánea, que no se sostuvo; los impuestos que se ahorraron las empresas y los muy ricos no se convirtieron en nuevas inversiones productivas, sino en especulación bursátil.
Lo mismo ha sucedido ahora con los trillonarios paquetes de apoyo a empresas y consumidores en medio de la pandemia, que aparte de haber provocado endeudamiento y déficit fiscal sin precedentes y una mayor desigualdad social, ni las empresas y familias que recibieron los cheques los convirtieron en mayor demanda de consumidores o de inversiones productivas, sino principalmente en ahorro familiar e inversiones especulativas en Bolsas de Valores, que por eso crecen separadas de la economía real.
¿Falló el diagnóstico?, ¿el instrumento fiscal ya no sirve?, o ¿bien manejado sigue siendo útil? El hecho es que los índices de actividad manufacturera en Estados Unidos, de la zona euro y de Japón estaban en zona de recesión real desde el último trimestre de 2019, antes de la pandemia y que, en medio de ésta, la recesión ya es más profunda que la del 2008, comparable o peor que la de la Gran Depresión de 1929.
Los economistas ortodoxos keynesianos argumentan que se ha hecho un mal manejo de los estímulos fiscales, sin los cuales las economías capitalistas no saldrán de su estancamiento secular; los monetaristas, como Stanley Fischer, exgobernador adjunto de la Reserva Federal de Estados Unidos, sostienen que los estímulos fiscales tampoco funcionan, porque además de que provocan endeudamiento público y déficit hacendario, tardan demasiado tiempo en tener efecto.
Por supuesto que también se encuentra uno con la opinión de que ni mayor flexibilización monetaria ni estímulos fiscales pueden resolver la recesión porque, como argumenta el británico Michael Roberts, la recesión no se debe a una debilidad de la demanda agregada, sino a la tendencia decreciente de las ganancias de los negocios (utilidades de las empresas como porcentaje del PIB), tendencia que Roberts lleva varias décadas midiendo en 20 economías ricas y emergentes.
Hay una cuarta postura sobre la crisis que enfatiza, no las fallas de instrumentos de política, sino las del sistema por injusto, que produce más de lo necesario y que al distribuir, no satisface necesidades básicas de gran parte de la población mundial.
Según esa perspectiva, la crisis productiva habría comenzado mucho antes de la difusión del Covid-19 y su causa sería la sobreproducción de mercancías que no encuentran compradores, lo que obviamente afecta la tasa de ganancia empresarial e inhibe las nuevas inversiones que se pretendería animar con estímulos fiscales y flexibilidad monetaria.
El Informe 2020 de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) focaliza el problema en la “hiperdesigualdad” como el mayor obstáculo a la reconstrucción de la economía mundial, y como clave para superarla propone no favorecer a las empresas sino a los trabajadores, aumentando los salarios reales.
Para avanzar en ese sentido, la UNCTAD considera necesario transformar la manera en que las decisiones de política favorecen a unos en perjuicio de otros, como ocurrió durante “cuatro décadas de represión salarial”.
El futuro ya no será, definitivamente, como era antes (desaparecieron certezas básicas) y aún no es claro si llegará a ser más próspero, equitativo e incluyente.
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