Contracorriente

Minimizar costos de la crisis. ¿Ayuda el Banco de México?

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La caída del PIB este 2020 será bastante mayor a la de 1995, que fue de 6.22% y causó la pérdida de millón y medio de empleos. Era inevitable que tal desastre se trasladara al sistema bancario, como volverá a ocurrir este 2020; la caída de actividad y del empleo dejó a empresas y personas deudoras de los bancos sin poder pagar sus créditos.

Hace ocho días nos referimos a la propuesta de Carlos Obregón y Jorge Mariscal de abrirle créditos a personas y empresas en montos y plazos suficientes para solventar la pérdida de ingresos y de activos de negocios que causará la cuarentena sanitaria.

Agustín Carstens, exsecretario de Hacienda y actual Director General del Banco de Pagos Internacionales, opina lo mismo: “para atajar la crisis [los apoyos] deben llegar a las personas y las empresas”, y agrega que los mecanismos de intervención de los bancos centrales “deben establecerse de manera urgente”.

El Banco de México debería estar trabajando en ello.

medidas y rescate Banxico
Imagen: Diario en Imagen

El error del pasado, en México y en el mundo, fue haber “rescatado” a los bancos de las crisis financieras, en vez de haber rescatado a las personas y a las empresas deudoras con créditos a largo plazo que les permitieran resarcir sus pérdidas y pagar sus deudas.

El rescate de los bancos de México en 1998 es –en tiempo presente– un desfalco a la nación; consiste en que el Fobaproa, luego IPAB, les compró su cartera incobrable, al valor contratado de 552 mil millones de pesos, por los que se han pagado más de 677 mil millones de pesos en intereses. No obstante, de acuerdo con el Presupuesto de Egresos de la Federación 2019, los pasivos del IPAB ascendían a un billón 32 mil 288 millones de pesos el año pasado.

Si no se actúa con sentido de urgencia para definir cómo canalizar créditos a personas, empleadas o desempleadas, y a empresas para que puedan pagar sus deudas a los bancos, vendrá una crisis de las funciones bancarias y la ineludible necesidad de restablecerlas, al costo que sea.

Para evitar esa crisis, la propuesta de Carstens es “convencer a los bancos para que presten, utilizando para ello programas de financiación para préstamos de los bancos centrales”.

Los bancos, ciertamente, tienen enorme liquidez, pero no le dan crédito a personas con deudas impagadas ni a empresas con balances negativos de su negocio. De ahí la necesidad de intervención del Banco Central. Para volver a convertir en sujetos de crédito a los deudores, el Banco de México, en nuestro caso, tendría que ofrecer garantías colaterales y operar como banca de segundo piso para descontar los créditos que se contrataran con la banca privada.

tormenta para empresas en la crisis
Imagen: Revista IMEF.

¿A quién irían esos préstamos? A personas físicas –muchas familias pueden perder su casa si no pagan su hipoteca, por ejemplo– y a micro, pequeñas y medianas empresas que no hayan despedido o reducido el salario de sus trabajadores, que ofrezcan garantías de pago y que estén al corriente en sus obligaciones fiscales.

Sin embargo, el Banco de México, apegado sus principios, anunció el martes una serie de medidas referidas a las instituciones de banca múltiple y de desarrollo, a las que se destinarán recursos hasta por 750 mil millones de pesos con la intención de facilitar que, en medio de la volatilidad, otorguen financiamiento a diversos mercados.

El criterio es atender las necesidades de financiamiento de personas y empresas, tomando en cuenta las dificultades en que la volatilidad ha puesto ya a los intermediarios bancarios; veremos si tan millonaria intervención en apoyo al “sistema financiero”, no se atasca antes de que llegue a las personas y empresas, y si no deriva en otro “rescate” bancario mal disfrazado.

No hay manera de evitar un costo social de la contracción económica, pero sí se le puede reducir si se toman decisiones en Banxico a la altura de circunstancias sin precedentes, que reclaman abandonar viejas ideas.


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Créditos para enfrentar la pandemia

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La cuarentena económica seguramente causará más daño social, en términos de pobreza, hambre, violencia y defunciones, que la pandemia. Los epidemiólogos están haciendo bien lo que les corresponde, pero ni el gobierno ni los empresarios tienen un plan de acción para atenuar el desastre económico.

Si la economía de Estados Unidos puede caer hasta un 30% de su PIB en el segundo trimestre, calcule usted lo que disminuirá la riqueza que se genera en México. Bajarán los ingresos familiares y todas las empresas, de todo tamaño, tendrán pérdidas. La recuperación de la normalidad no será rápida con medidas normales.

Llegó a mi correo una propuesta de Carlos Obregón y Jorge Mariscal, economistas con gran experiencia en situaciones de inversión productiva, desde la perspectiva bancaria; proponen compensar los malos resultados que tendrán negocios de todo tamaño este año y la baja de ingresos familiares, con créditos de largo plazo a cada empresa y persona, equivalentes a sus pérdidas.

En una economía donde todos los agentes económicos, empresas y trabajadores sin excepción, tienen pérdidas, ocurre que se pone en cuestionamiento la viabilidad de cada uno y sobre todo, quienes no puedan pagar sus créditos bancarios, intoxican el sistema crediticio con gran rapidez.  

creditos dinero y coronavirus
Ilustración: Firuz Kutal.

Los instrumentos contracíclicos, argumentan Obregón y Mariscal, no están diseñados para corregir los balances de negocios, sino para resolver problemas de liquidez inmediata mediante reducciones impositivas en el caso de la política fiscal y baja de intereses o aumentos de circulante en el caso de  la política monetaria. Lo que la catastrófica situación exige, sostienen, es infundir certeza en los inversionistas de que al volver la normalidad, la mayoría de los actuales negocios habrá permanecido y de que el sistema bancario no se colapsará.

Si la interrupción de las cadenas de suministro y caída de la demanda se traduce en una contracción del PIB del 40 al 50% el segundo trimestre, millones de personas y las empresas micro, pequeñas, medianas y grandes tendrán pérdidas que no podrán compensar difiriendo sus pagos de impuestos o cuotas al IMSS; necesitarán mucho más que eso.

La propuesta de Obregón y Mariscal es que el Banco de México se comprometa a otorgar garantías colaterales y a descontar como banca de segundo piso, los créditos que contraten las personas y empresas con la banca privada, por un monto equivalente a sus pérdidas durante la cuarentena sanitaria.

Se otorgarían créditos en dólares a empresas endeudadas en esa divisa, respaldados por una línea de crédito específica del FMI y otros organismos financieros internacionales que, al intervenir darían confianza en la estrategia y evitarían que la liquidez que se genere, se fugue del país vía la cuenta de capital.

Los créditos en pesos tendrían respaldo en emisión monetaria del Banco de México por el monto equivalente a la caída del PIB –6.6% en el año, según el FMI–, con lo que se volvería al equilibrio que se tenía en enero pasado.

proteger creditos
Ilustración: Robert Neubecker

Los créditos serían para todo trabajador, con empleo o desempleado, y para empresas en montos conforme a las pérdidas que registren sus estados contables, condicionados a las garantías que ofrezcan y a que conserven su planta laboral; los créditos a empresas se pagarían hasta en 30 años, con tasas de interés reales de cero por ciento.

La clave de la propuesta es que cada mexicano y cada empresa reciba un crédito de largo plazo y bajo costo que le permita restaurar su situación económica afectada por la cuarentena sanitaria, y pagar el préstamo.

Así planteada, la propuesta no implica elevar el déficit fiscal, ni la deuda pública, ni transferencias de los contribuyentes; tampoco elevaría la inflación, puesto que el dinero prestado sería equivalente a la caída de la demanda agregada causada por el COVID-19.

Si el rescate bancario de 1995, en vez de comprar la cartera vencida de los bancos al valor de su contrato, se hubiera dedicado ese dinero fiscal a otorgarle préstamos blandos a los deudores de los bancos, éstos hubieran podido pagar sus hipotecas y no se hubiera cometido el desfalco a la nación en que se convirtió el Fobaproa.


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Falta entendimiento entre el gobierno y la iniciativa privada

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“Puedo decir que contamos con el apoyo y la colaboración del sector privado nacional”, dijo López Obrador en su informe trimestral el domingo pasado, lo cual no es del todo cierto.

El congelamiento de inversiones privadas durante el año pasado y éste, es el mejor termómetro del distanciamiento entre gobierno e Iniciativa Privada (IP) que la pandemia hizo público.

Ni siquiera el Plan Nacional de Inversión en Infraestructura, avalado a fines del año pasado por Antonio del Valle Perochena, del Consejo Mexicano de Negocios, y por Carlos Salazar, presidente del Consejo Coordinador Empresarial, junto con López Obrador, ha sobrevivido.

Era un marco de activación económica con 1,600 proyectos de inversión carretera, aeroportuaria y portuarias, y una inversión total estimada en 424 mil 149 millones de dólares en cinco años, de la cual, el 56 por ciento sería empresarial y el 44 por ciento pública.

Debió arrancar en enero pasado y ni siquiera fue mencionado por el presidente el domingo. La reactivación económica, dijo, vendrá por la inversión y creación de empleos de las obras que emprenda el gobierno.

gobierno vigilado
Ilustración: Top10.

El martes, Carlos Salazar, hizo pública la propuesta que le presentó al presidente para apoyar fiscalmente a las empresas a sortear la recesión, la cual, dijo, fue rechazada por “la autoridad”.

Si hubo un principio de entendimiento entre el actual gobierno y la IP, fue en lo tocante al combate a la corrupción, pero no lo han alcanzado en cuanto a las reglas de inversión privada.

Por los excesos que alcanzó durante los últimos gobiernos, la corrupción erosionó en extremo las bases sobre las que se toman las decisiones de inversiones productivas y la confianza en las instituciones. Las empresas al margen de la red de complicidades, quedan en desventaja competitiva.

En cuanto a las reglas de inversión, para López Obrador representa un conflicto hacer concesiones a negocios privados con recursos que, desde su parecer, deben ser transferidos a favor de los pobres.

La IP, por su parte, tiende, en general, a fincar su “confianza” en el apoyo, concesiones, condonaciones, garantías y a fin de cuentas, privilegios del gobierno que protejan sus inversiones de todo riesgo.

Esto no es nuevo; México ha vivido, por lo menos desde 1940, bajo lo que se conoce técnicamente como una oligarquía, un gobierno de pocos que reúnen enorme poder político y económico. Con priistas y panistas tuvimos gobiernos que en vez de proteger la legalidad y fomentar las inversiones al crear infraestructura, regulaciones y orientar actividades estratégicas como cualquier gobierno moderno, otorgaron privilegios y, en el neoliberalismo, remataron activos de la nación para el descomunal enriquecimiento rápido de unos pocos.

gobierno y economía
Ilustración: TM Group.

La pandemia, crisis de salud pública sin precedentes en más de un siglo y el cierre de toda actividad económica no esencial, nunca antes requerido para salvar vidas, harán que las empresas de todo tamaño tengan menos ingresos de lo que les cueste conservar su nómina de empleados y trabajadores, y cubrir demás gastos fijos.

López Obrador rechazó incurrir en mayor déficit fiscal o elevar la deuda pública para contar con recursos y diferir el cobro de impuestos y contribuciones empresariales; cierto que muchos países han implementado medidas de apoyo fiscal a empresas, con buenos resultados contra la depresión sólo en economías desarrolladas, cuyo eje son las empresas consolidadas.

Las medidas de apoyo a las empresas que contempla el gobierno de México son para las microempresas –94% de los negocios en México y 40% del empleo formal– con créditos minúsculos de 25 mil pesos a pagar en tres años; el aumento de la inversión pública complementaría el esfuerzo para salir de la recesión.

Si no cambia la perspectiva del gobierno, las pequeñas, medianas y grandes empresas consolidadas de México, tendrían que solventar su sobrevivencia durante los próximos meses con recursos propios, pactando el diferimiento de compromisos crediticios y de cobranza entre unas y otras.


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Y de nuevo, la recesión económica no es a causa del virus

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Mientras estamos invadidos por el miedo al contagio del COVID-19, y la gran prensa y gobiernos culpan al virus de la recesión económica y de la crisis financiera que se asoma, se van poniendo en marcha planes de rescate de empresas con montos billonarios jamás antes vistos.

Nunca antes hubo nada parecido a la derrama de cinco billones de dólares acordada por el G-20; tan sólo a la economía de Estados Unidos se le inyectarán este año dos billones de dólares “y lo que haga falta” en apoyos fiscales, crediticios y subvenciones.

Para tener la dimensión de lo que son dos billones de dólares, considérese que rebasan en 25% el PIB mexicano –1.6 billones de dólares en 2019–; son también el doble en proporción del PIB estadounidense (9%) que el 4.5% del programa con el que Obama rescató a los bancos de la crisis de los títulos hipotecarios chatarra.

Según el sapo es la pedrada; según la recesión son los estímulos con que se intenta superar la caída en 30% del PIB mundial que se espera en los dos primeros trimestres del año.

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Ilustración: Vecteezy

Tan colosales estímulos se justifican políticamente mejor, culpando al virus que analizando las causas de una recesión que, aunque de menor profundidad, de todos modos iba a ocurrir como parte de los ciclos capitalistas.

Ya venían desacelerándose las 15 economías más grandes de los países miembros de la OCDE, que en promedio sólo alcanzaron una tasa de 1.4% anual del 2000 al 2009 y de 1.2% del 2011 a 2018; de 1990 a 1999, antes de la crisis financiera de 2008, habían promediado 2.3%.

El magro crecimiento tuvo como principal soporte el crédito con dinero muy barato, pero en vez de estimular masivamente las inversiones productivas, a falta del estímulo de la demanda solvente de los mercados, las corporaciones duplicaron su endeudamiento, y no para hacer crecer la maquinaria productiva.

Buena parte del crédito barato hizo crecer especulativamente los precios de las acciones bursátiles, hasta crear una burbuja que reventó el lunes negro del 9 de marzo y, al menos en Estados Unidos, otra parte sirvió para pagar jugosos dividendos a los accionistas de las corporaciones más grandes, y para mantener a flote a las medianas y pequeñas –muchas de ellas, consideradas empresas zombi–.

En conjunto, la deuda de las corporaciones de Estados Unidos pasó de 3.2 billones de dólares en 2007 a 6.6 billones en 2019. La urgencia de transferirles recursos se debe a que la recesión dificultará el pago de esa deuda a los bancos, con riesgo de colapso del sistema financiero.

Las corporaciones más grandes y consolidadas tienen menor riesgo de impago, pero la posibilidad es grande entre las llamadas zombis. Por alguna razón, de los dos billones de dólares del plan estadounidense, a las primeras se les apoyará con 500 mil millones y a las medianas y pequeñas con 360 mil millones.

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Ilustración: Diario del Sureste.

Previendo que esos montos no sean suficientes, el consejo de la Reserva Federal se comprometió a “crear” –el término es correcto– tanto dinero como haga falta para mantener el flujo del crédito, lo cual seguramente requerirá más billones de dólares.

La Reserva Federal estadounidense ha sido la única en el mundo en mantener esta prerrogativa, desde la separación del dólar del patrón oro en 1973, simplemente imprimiéndolo sin más respaldo que la obligación de los países importadores de petróleo de pagar en dólares –de la que China, segundo importador mundial del hidrocarburo, se está apartando–, y la disposición del resto del mundo en aceptar dólares como dinero universal.

El Banco de México no tiene esa prerrogativa de “crear” dinero, lo que deja al gobierno mexicano con menores opciones para dar apoyo financiero y fiscal a empresas y trabajadores, pero las hay y debería potenciarlas cuanto antes. Las opciones son contrarias a la ortodoxia en política económica para tiempos normales.

Para amortiguar la recesión y tratar de superarla lo más pronto posible, se tiene que aumentar la capacidad fiscal de apoyos, créditos y subvenciones a la planta productiva; lo primero es abandonar la consigna del superávit primario, asumir un déficit fiscal mayor y contratar deuda externa. Lo otro y muy importante, financiera y simbólicamente, sería que el presidente López Obrador anunciara la decisión de posponer las obras de la refinería en Dos Bocas y del Tren Maya; ni modo, el aeropuerto de Santa Lucía no se puede suspender.


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Dos crisis en sentido contrario

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Lo que hagan los gobiernos para contener el avance del COVID-19 profundiza la crisis económica, y al revés, lo que se haga para mantener en activo empleos y negocios, eleva el número de enfermos y de muertes por la sencilla razón de que ningún sistema de salud de ningún país tiene camas de hospital, ventiladores y personal entrenado para evitar la muerte de todos los enfermos graves que haya.

Como es de suponer, nuestro sistema nacional de salud es fragmentario, desigual y pobre, y es que durante el sexenio pasado recibió recursos que, según la OCDE, fueron casi cuatro veces menores que el promedio por habitante que asignan los países que la integran.

En concreto, aunque los 10 hospitales nuevos ya están terminados –y aún no cuentan con equipo médico–, pero ayude a la causa el hecho de que las fuerzas armadas vayan a operarlos, no habrá capacidad hospitalaria en el país para atender a las proporciones conocidas de enfermos que ha causado el virus.

crisis en hospitales
Ilustración: BBC.

En otras palabras, si de la población urbana de México –unos 92 millones– llegara a infectarse el 50%, y de los infectados el 3% –1.4 millones– requiriera atención hospitalaria al mismo tiempo o en un lapso breve, no podrían recibir a todos.

La estrategia en algunos países de Europa y Asia ha sido el aislamiento universal para tratar de reducir lo más posible el número de enfermos. Si se analizan los datos de infección y enfermedad, cabe preguntarse por qué no se aísla sólo a personas de salud frágil por edad o por tener otros padecimientos, en vez del confinamiento general y forzoso.

Como sea, a los países ricos con clases medias grandes, que tienen ahorros y seguros de desempleo, les resulta más fácil imponer el encierro, inclusive mediante la fuerza pública, pero hacerlo igual en México durante dos o tres meses, es impensable. Mientras no haya vacuna, mucho dependerá en nuestro país de las medidas de higiene.

Cuando la pandemia sea historia, por ahí de junio o julio, nos encontraremos con una crisis social y económica en el mundo y en México sin precedente alguno. El combate al virus tiene evidentes implicaciones en la profundización de la recesión que ya se estaba gestando, pero que ahora podría descoyuntar la economía global.

devalance por el covid
Ilustración: The Daily Star.

La globalización de la economía implica interconexiones e interdependencias productivas, comerciales y financieras que son determinantes para casi todas las actividades de la mayoría de los países; el confinamiento de directivos, empleados y trabajadores –que también son consumidores– lleva a la desconexión de esas vinculaciones cruciales, a desorganizar la economía global y a provocar una crisis que no se resolverá automáticamente cuando pase la pandemia.

Estados Unidos y China tratarán entonces de construir un nuevo modelo económico bajo su respectivo predominio mundial. Desde que asumió como presidente de Estados Unidos, Trump ha gobernado para salir de la “crisis estadounidense” a cualquier costo para el resto del mundo. China tampoco defiende el multilateralismo para enfrentar, vía la cooperación internacional, lo que nos espera.

Esta época conlleva peligros muy graves y para naciones como la nuestra, la alternativa, decía Samir Amin, es abandonar las reglas fundamentales de la gestión neoliberal, favorecer proyectos soberanos que den lugar al progreso social y promover, en el plano internacional, el multilateralismo y la cooperación.


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¡Emergencia recesiva!

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La pandemia causada por el COVID-19 es la segunda que declara la OMS en lo que va de este siglo XXI; la de abril de 2009 se declaró por la Influenza H1N1. Tienen en común que coincidieron con fases críticas del ciclo económico, del que no se habló entonces, ni se habla ahora del actual por la psicosis de salud creada.

El problema que representa el COVID-19 para la salud pública es serio, pero no dejan de sorprender los efectos de “crack” en la producción, el comercio, el consumo, el turismo y el transporte globales que tienen las medidas que se han tomado para contenerlo.

No es verdad que el virus o los precios del petróleo tengan la culpa del quiebre de la economía global; ésta ya venía arrastrando grandes capacidades productivas ociosas que llevaban a una recesión o, al menos, a una depresión; era también evidente que los mercados bursátiles estaban inundados de una liquidez inmensa, causante de burbujas especulativas que pronto iban a reventar.

Sin embargo, las medidas que se han tomado para contener el contagio del nuevo coronavirus, le ponen un freno sin precedentes a la economía real y a los valores bursátiles, lo que no sólo hace inevitable una recesión, sino que será una muy profunda.

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Imagen: La Hoguera.

La recesión significa que estará a prueba extrema la competitividad de cada empresa y de cada banco de todos los países. Las menos eficientes se depreciarán y desaparecerán, y las que no puedan pagar sus deudas pondrán en crisis al sistema financiero. Al final habrá menos firmas productivas, más conglomerados y mercados oligopólicos.

De la crisis de 2008-2009, que se originó al reventar las burbujas especulativas de los bonos chatarra, se dijo que fue la más grave desde el “crack” de 1929; la que está iniciando será peor y durará mientras desaparecen, por quiebra o depreciación, los altos niveles de capacidad productiva ociosa –Ford, GM y Fiat Chrysler cerrarán su producción en Estados Unidos por culpa del virus… y de que sus ventas vienen cayendo desde 2017 y bajaron 4% más en 2019–.

La economía mexicana, carente de capacidad tecnológica propia y de un sistema bancario al servicio de los sectores productivos, tiene una gran dependencia de la actividad de empresas estadounidenses que operan en su país y en México en ramas como la automotriz y algunas otras.

Entre ese tipo de empresas, la consultora fiscal y de seguros internacional PwC encuestó a los responsables financieros acerca del impacto que podían prever en sus negocios de la pandemia del nuevo coronavirus.

El 54% consideró que les afecta significativamente; el 58% estimó que tendrá una reducción en sus ingresos y utilidades, y lo más grave, el 62% declaró que afrontará la situación reduciendo costos, y 32% difiriendo o cancelando planes de inversión.

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Ilustración: El Economista.

Por su parte, el empresariado nacional no se ha visto entusiasmado con la 4T para llevar a cabo grandes planes de inversión; los hacen, como el plan nacional de infraestructura, pero no los concretan, y tienen décadas de mantener una muy baja tasa de formación bruta de capital en la planta productiva. 

La emergencia recesiva es ineludible como proceso global de depreciación y pérdidas de capital, que se acentuará en economías como la nuestra; en vez de sacarlo del país, habría que ponerlo a trabajar con un programa anticíclico que debería formular el gobierno.

Mucho depende de la capacidad financiera de la hacienda pública; cuando dice AMLO que habrá que bajar el gasto público ante la caída de los precios del petróleo, debería considerar el diferimiento de proyectos como el tren maya y la refinería de dos Bocas, porque además del programa contracíclico en apoyo de la movilización económica, habrá que fortalecer la operación eficiente del INSABI y asegurar su más amplia cobertura, lo que supone mucho más presupuesto. Ante la pandemia, lo mínimo es poder curar a quienes enfermen.


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El virus no tiene la culpa

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Los hechos primero: mucho antes de que la OMS declarara la pandemia por el COVID-19, la economía mundial ya estaba en franca desaceleración. No hay una relación causal entre los dos eventos, aunque al cruzarse, ambos empeoran.

Hay una crisis en proceso desde tiempo atrás y preocupa mucho a los gobiernos de las principales economías ocultar a sus sociedades la verdadera naturaleza de los problemas; la psicosis por el riesgo a la salud contribuye a ocultarlos al escrutinio público, aunque no de todo mundo: el Vaticano está convocando a proponer un nuevo orden económico global.

Sólo para constatar que la desaceleración tiene años gestándose, partamos de la década de 1960 a 1969, cuando el PIB de Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Japón y el Reino Unido creció al 5.1% anual promedio para el conjunto, mismo que, en constante declinación, había caído al 1.2% entre 2011 y 2018.

Estados Unidos crece ahora a 2% anual mientras que Europa y Japón al 1% y las economías de Brasil, México, Turquía, Argentina, Sudáfrica y Rusia, las más importantes entre las emergentes, están prácticamente estancadas.

crisis por coronavirus
Imagen: Head Topics.

El crecimiento chino cayó a menos de 5% en 2019, la tasa más débil en casi 30 años y crecerá por abajo de 4% este 2020. Antes del famoso virus, el FMI había publicado que, “En cualquier escenario, el crecimiento global en 2020 caerá a 2.5 por ciento”.

Los aspectos de la crisis son múltiples, pero destacan la mortandad de empresas, la proliferación de mercados oligopólicos, la preponderancia del sector de servicios en el valor del PIB; la precariedad en la estabilidad de los empleos que además, han abatido la masa salarial, la concentración del ingreso y la menor productividad de la mano de obra.

Esos y otros factores –presentes en Europa, Asia y Norteamérica– se resumen –según la economía marxista y la de Keynes– en el rezago de la capacidad de compra de los mercados, ante una capacidad de producción instalada que, por lo mismo, va quedando sobrada, lo que hace innecesarias mayores inversiones para ampliar la oferta de cosas y necesaria la desaparición de capital excedente, lo que viene ocurriendo vía depreciación de activos físicos y quiebras empresariales.

Demanda y oferta son los dos motores de esta economía de mercado, faltos de la energía que aportan las expectativas de rentabilidad de las inversiones; a esa lógica han respondido las políticas públicas en Europa, Asia y Norteamérica ante la crisis: han dado toda suerte de estímulos a las ganancias del capital, incluyendo el abatimiento de los derechos laborales, la precarización de los empleos y baja de la masa salarial para abatir costos, lo que, obviamente, ahonda la brecha entre capacidad de consumo de los mercados y de oferta de la planta productiva.

crisis por coronavirus
Imagen: Cloudfront.

Contra ese enfoque de las políticas públicas, el Papa Francisco ha convocado a 2,000 economistas y empresarios de 115 países, todos menores de 35 años, para participar en el encuentro “La Economía de Francisco”, a celebrarse del 26 al 28 de marzo próximo en Asís (Italia).

La convocatoria tiene la finalidad de identificar las condiciones para tener una economía socialmente justa, económicamente viable, ambientalmente sostenible y éticamente responsable en el mundo.

La gravedad de los problemas económicos, ambientales y sus derivaciones sociales y políticas puede tener de bueno que facilite la unificación de criterios para construir soluciones.


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Cultura en venta

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Para donde se mire el mundo, hay grandes cambios, algunos evidentes como los tecnológicos que están cambiando la forma de trabajar; otros no son tan visibles en la vida diaria, como la globalización que hizo del ciudadano objeto de una mercadotécnica invasiva, desde lo personal a lo social en los niveles económico, político y cultural, y en todos los espacios locales y globales.

Por efecto de la publicidad mercantil, la clase media de la sociedad mexicana ha sufrido cambios muy similares a los que han transformado a las de otros países, y se resumen en la imposición de un modelo cada vez más homogéneo, no sólo de consumo sino de vida.

Ese cambio viene con la globalización financiera, productiva y mercantil, pero pasa desapercibido para casi todo mundo; es la entronización de los valores relacionados con el consumismo, la comunicación y el individualismo como ejes de referencia colectiva.

publicidad cultural
Ilustración: Heatopics.

Si hace unas cuantas décadas los valores eje se referían al trabajo que se tenía o se buscaba, bueno, malo o regular, y a ciertos principios de solidaridad social, hoy son los que ha elaborado la mercadotecnia, vinculados, en un primer plano, a propuestas imaginarias de sensaciones asociadas al consumo: “tal desodorante te hará un conquistador irresistible”, falacia que pretende sembrar en el inconsciente que somos los bienes y servicios que compramos.

Leo en Cultura en Venta, libro colectivo que coordinaron el Dr. Ricardo Pérez Montfort y la Dra. Ana Paula de Teresa, publicado con el sello editorial de Penguin Random House, cómo el desarrollo de la publicidad ha desplazado la transacción de un producto –material o inmaterial– al comercio de una “experiencia” o de una imagen asociada con prestigio y privilegios que van generando símbolos de identidad.

En un segundo plano, que constituye el corazón del libro, los diversos autores constatan que las expresiones socioculturales –no sólo lo que producen y comercializan las actividades económicas–, se están transformando en un mercado en el que todos los actos de la naturaleza y de la vida humana son susceptibles de comercialización.

En la medida en que tradiciones y costumbres sociales como las fiestas ceremoniales o conmemoraciones cívicas –el día de muertos, por ejemplo– se integran al juego de la oferta y la demanda, como atractivo visual en películas o de interés meramente turístico, el mercado y la mercadotecnia pueden llegar a modificar el contenido de esas expresiones socioculturales.

expresiones
Ilustración: El País.

La publicidad se ha convertido así, en la generadora de una realidad cuya función esencial es la producción de imaginarios colectivos con lo que busca influir, determinar y dirigir la conducta y representaciones sociales de los públicos.

Y lo va consiguiendo: los públicos hoy responden más a factores adscriptivos sobre intereses específicos –como el feminismo o el ambientalismo– que a los electivos, lo que significa una modificación sustantiva de la concepción clásica de lo que es ciudadanía.

Bajo la égida del consumismo viviríamos sin saber cómo vivimos, ni por qué: estaríamos condenados a no entender, a dejar que otros “lo entiendan” y lo manejen por nosotros.


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