“Los malos tiempos tienen un valor científico. Son ocasiones que un buen alumno no se perdería”. Al parecer esta memorable frase del pensador, poeta y escritor estadounidense Ralph Waldo Emerson, la deberían meditar miles y miles de seres humanos que a falta de oportunidades “reales” a trabajos cualificados, conforme sus competencias, se ven impelidos a realizar emigraciones “forzadas” debido a las ingentes condiciones estructurales adversas en los países de origen en diversas partes de nuestro hábitat terrestre.
Como ejemplo de ello –y aquí cerca de nuestros entornos geográficos: Honduras–, las “desgastantes” imágenes generadas en Guatemala en el reciente enero sobre la contención de la primera caravana migrante que se forma espontáneamente y sale desde el triángulo norte centroamericano en busca del “sueño americano” y que, debido más a una “presión” por la supervivencia y el progreso, se aventuran a un camino en el cual obvian riesgos tan latentes como la COVID-19, tráfico de personas, exposición a los riesgos de las corruptelas de los mismos agentes de la seguridad pública durante su tránsito, etc.
Como en anteriores columnas he comentado sobre el derecho “natural” del ser humano a migrar, hay un derecho positivo que gestiona quien entra o no a determinado territorio. Bajo mi punto de vista, son las incongruencias del propio fenómeno globalizador pues el mismo potencia lógicas capitalistas de sobreexplotación de recursos y de los “cuerpos” humanos, generando en consecuencia una sobreacumulación de capital que produce una deshumanización en la convivencia; producto de la progresiva intensidad en las asimetrías que se han ido gestando “desde siempre”, pues a través de los tiempos la historia no hace más que reflejar la pervivencia de grupos dominados por élites gobernantes en contubernio con poderosos grupos económicos que se “alimentan” de favores desde la gestión de los territorios o países.
Ahora bien, como he manifestado en el principio de este escrito, me parece interesante el hecho de que todo está regido por movimientos ondulatorios –que hoy se gestionan de una forma y mañana de otra dependiendo de los propios condicionamientos contextuales– en las relaciones humanas y de ello puede aprender el conjunto de ciudadanos “excluidos” del desarrollo humano para “reinventarse” y entender que todo es producto de lo que yo llamaría “aprendizaje sistemático”. Esto precedido por las propias virtudes y tolerancias individualizadas, pero que luego toman cuerpo en la sociedad, producto de nuestras propias “capacidades” o “actitudes” para “romper” las autónomas barreras intrapersonales que nos “empujan” a la marginalidad.
No cabe duda de que ahora, y particularmente bajo la actual pandemia, todos hemos estado actuando bajo los esquemas resilientes para –a través de prácticas elásticas o flexibilizadas– romper distintos muros desde los propios negocios, gestión política de los estados y ahora sobre todo con la comercialización de las vacunas contra la COVID-19 en donde distintos países del orbe “confían”–a través de sus dignatarios–en las “bondades del mercado”, apuntando a productos inmunizadores contra la actual pandemia por parte de potencias “emergentes” como China y Rusia, desoyendo de esta manera las “recetas” de potencias occidentales.
En definitiva, caminar en resiliencia significa no “ceder” en la conquista del bienestar para uno mismo y para las familias que sufren el “desarraigo” debido a las inclemencias del tiempo económico; y que contras éstas todos podemos trabajar por medio de las máximas de fraternidad y solidaridad que han servido a través de la historia a fomentar lazos para activar acciones a favor del desarrollo humano.
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