Hacia finales del año 1983, un joven Steve Jobs daba un discurso en un evento llamado Macworld en el que dirigía sus baterías contra el gigante de la computación IBM, haciendo una cronología de algunas acciones controvertibles de Big Blue (como se le conoce también a esa corporación). En su parte climática y previo a que mostrara por primera vez el icónico comercial “1984”, dijo: Es ahora 1984. Parece que IBM lo quiere todo. Se percibe a Apple como la única esperanza de competirle a IBM. Los distribuidores, que inicialmente recibieron a IBM con los brazos abiertos, ahora temen un futuro controlado y dominado por IBM. Cada vez más y desesperadamente están volviendo a Apple como la única fuerza que puede asegurarles su futura libertad. IBM lo quiere todo y apunta sus armas a su último obstáculo para el control de la industria: Apple. ¿Dominará Big Blue toda la industria computacional? ¿Toda la era de la informática? ¿Estaba George Orwell en lo correcto sobre 1984?
Jobs iniciaba no sólo el culto por Apple sino el de su propia personalidad, cumpliendo con cuatro características que funcionan para construir una marca, una religión o, inclusive, una candidatura presidencial con tintes mesiánicos: 1.- Establecer una oposición al statu quo (como estar en contra de una reforma, de un nuevo proyecto de infraestructura, de la corrupción, “al diablo con sus instituciones”); 2.- Declarar una diferencia en doctrina y lenguaje (el que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama. Los que no están en el partido, son corruptos, yo y nadie más soy honesto); 3.- Hacer tangible la diferencia (creación de la religión o del partido político con nombre e identidad, conversión de feligreses o fanáticos, yo con mi ejemplo acabaré con la corrupción y habrá felicidad y armonía); y 4.- Satanizar a los otros (herejes, blasfemos, mafia del poder, fifís, burgueses, traficantes de influencias).
México es un país fértil para el desarrollo de religiones y el culto a la personalidad de los líderes. Se cree en las promesas políticas y religiosas de la misma forma que se cree en los actos de fe; son así por gracia divina, no cuestiones, no trates de entender porque están más allá de tu naturaleza humana y limitada.
Cuando veo imágenes de personas besando la mano del candidato presidencial de Morena, veo veladoras con su imagen al lado de la Santa Muerte, Jesús Malverde y otros artificios, o leo que hubo quien le pidió que sanara a un hijo, me pregunto cuál es el mecanismo social que nos hace una sociedad tan creyente en soluciones divinas, milagrosas, esotéricas y supersticiosas. La multitud no sólo escucha lo que quiere oír, también llena un vacío, un mar de carencias que van desde las materiales muy básicas para tener lo mínimo indispensable hasta las que prometen un paraíso en el país, donde habrá abundancia para todos, un nirvana, ese estado supremo de felicidad donde todo marcha sin mácula, ¿por qué? porque llegó el mesías salvador.
Morena es más que un partido político, es un sistema de creencias alrededor de un fundador. Tiene en su estructura lo que tienen todos los sistemas de creencias: interpretación, propósito y control. La interpretación describe la situación actual, el caos del mundo, establece sus causas y propone sus soluciones, establece un camino de salvación a través de una narrativa coherente para los seguidores (la mafia del poder y la economía neoliberal han impedido el desarrollo igualitario de México). El propósito es llegar al poder, acabar con el mal para que triunfe el bien (destruida la mafia del poder, se acabará con la corrupción y habrá dinero para crear cosas buenas). El control remite al estado ideal de cómo deberían ser las cosas (becarios sí, sicarios no, abrazos, no balazos, al margen de la ley nada, por encima de la ley nadie, habrá paz y armonía, amor y paz). Es cierto que todos los partidos políticos de alguna forma tienen estos elementos alrededor de sus sistema de creencias, pero no todos son un sistema de creencias dirigido por un líder con tintes mesiánicos y hambre de culto.
Vivimos en una economía simbólica donde las marcas valen más por lo que significan que por lo que son. De la misma forma los líderes políticos y religiosos son valorados por lo que representan. La religión católica establece que Jesús llegó al mundo para liberarnos del pecado. El líder que promete liberación siempre tendrá eco en la comunidad porque los seres humanos siempre somos cautivos de algo. El líder de Morena encarna el arquetipo del rebelde, aquel que no sólo se opone sino que lucha para liberarse y liberar. En México nos encantan los libertadores. Desde antes que tuviéramos identidad los españoles liberaron a los pueblos sometidos por los aztecas. Luego los héroes de independencia nos dieron Patria y Libertad (y así lo gritamos la noche del Grito), más adelante la revolución mexicana nos liberó de la dictadura porfirista, ahora Morena promete liberarnos no sólo del PRI, sino de todos los males terrenales del país.
Ya habrá tiempo para los desencantos. Cuando llegue ese momento de comparar lo prometido contra la realidad, siempre habrá un demonio malvado al que echarle la culpa. Dios no ayuda a los mutilados para que les crezcan sus miembros faltantes, esos milagros no existen, me pregunto por qué.