Debate: ¿qué se siente ser murciélago, rata o perro?

Suponemos en la vida diaria que las personas a nuestro alrededor son conscientes y la mayoría creemos que muchos animales también lo son, en el sentido de que ven objetos, identifican sonidos, sienten dolor al ser heridos, rabia al pelear o miedo al huir chillando. Cuando las mascotas arañan la puerta decimos que quieren salir de casa, que saben si llega el amo porque ladran excitadamente al oír su coche o sueñan que corren cuando se sacuden sus patas al dormir. Es así que la forma de colegir la vida mental de otras especies es observando su conducta y, en cierta medida, estudiando su cerebro. Pero, ¿cómo saber lo que realmente sienten los animales?, ¿es similar o diferente a lo que sentimos nosotros?

Estas preguntas fueron abordadas por Thomas Nagel (nacido en 1937), destacado filósofo de la mente yugoslavo-estadounidense, en un trabajo clave publicado en 1974 bajo el estupendo título de What is it like to be bat?, traducible como “¿qué se siente ser murciélago?”. Esta expresión se oye mucho en los niños, cuando alguno que no ha tenido cierta experiencia, le pregunta intrigado a otro que ya la ha vivido algo como: “¿Qué se siente en la montaña rusa?”. En este trabajo, Nagel empieza afirmando que la conciencia debe ser una capacidad extendida en especies animales encefalizadas que despliegan conductas estratégicas, adaptadas y complejas. Le parece verosímil que los mamíferos tengan conciencia y, en diversos grados y formas, también especies inferiores. Nagel supone así que los murciélagos tienen conciencia y se propone examinar hasta donde es posible colegir en que consiste y qué se sentirá ser murciélago.

filósofo
Foto reciente de Thomas Nagel tomada de: http://wordview.co.uk/2017/10/17/leading-atheist-scholar-abandons-darwinism-heres-why/

Refiere que los murciélagos se orientan al volar mediante la ecolocación, la emisión de vocalizaciones ultrasónicas inaudibles para los humanos y la percepción del rebote de estas ondas por medio del oído. Así, el mundo del murciélago se integra por el ultrasonido mediante un mecanismo parecido al sonar, también presente en los delfines. Una vez planteados estos hechos, Nagel vuelve a preguntar cómo será o que se sentirá el percibir el mundo como una representación ultrasónica de rebote. Su respuesta, muy clara y demoledora, puede ser resumida con una expresión coloquial de nuestro idioma: “quién sabe.” Arguye el filósofo que no servirá imaginar que tenemos alas, que somos capaces de volar en la oscuridad y que percibimos el mundo mediante un sistema de reflexión de ondas sonoras de alta frecuencia; en todo caso lograríamos atisbar cómo sería comportarse como un murciélago, pero éste no es el asunto: el problema es saber qué siente el murciélago por ser murciélago, y esto no se puede lograr.

mamíferos voladores
El murciélago Townsend de grandes orejas (Corynorhinus townsendii). Como el resto de los murciélagos se orienta emitiendo vocalizaciones ultrasónicas que rebotan de los objetos. Thomas Nagel le concede conciencia, pero considera que no es posible averiguar qué se siente ser murciélago (Imagen: Wikipedia).

Pero no todo es negativo en el recuento de Nagel, pues en su lúcido análisis ha ubicado claramente el meollo más propio y problemático de la conciencia, a saber: las cualidades de la experiencia. Una forma de comprender las cualidades fenomenológicas de la conciencia es reconocer que no es posible especificar el color rojo a un ciego de nacimiento o saber si el rojo que yo veo en una rosa es el mismo que percibe alguien a mi lado. Este aspecto de la conciencia había sido tratado previamente en la filosofía bajo el nombre latino de qualia, cuyo singular quale quiere decir cualidad. Ahora bien, aunque se dice que los qualia son inefables, es posible que la función retórica de las metáforas sea la de comunicar las cualidades de la experiencia, como sucede con la expresión “el oro de sus cabellos.”

Se trata entonces de propiedades intrínsecas a la conciencia en el sentido de que son contrapartes mentales de propiedades físicas, como la longitud de onda. Constituyen el carácter más propio de los fenómenos de la experiencia y de la subjetividad, pues cada cualidad de la experiencia está ligada con un solo punto de vista. El hecho más problemático de las cualidades de la conciencia es que parece imposible abordarlas con las herramientas de las ciencias físicas, de las ciencias biológicas o incluso desde las neurociencias, pues no hay un instrumento o una señal que indique cómo es el rojo de la rosa que alguien más ve, a qué le sabe su helado de chocolate, cómo experimenta el timbre de un chelo, cómo es su dolor de muelas, cómo siente un orgasmo, una emoción de rabia o de asombro, para no mencionar cómo aprehende el significado de la palabra “libertad.” Aunque los estímulos sean los mismos y sean semejantes las respuestas de sus sentidos y la activación de las áreas cerebrales que procesan la información sensorial, esto no permite certificar que la cualidad de la experiencia sea exactamente la misma entre sujetos.

Más que constituir un callejón sin salida, como muchos lo han considerado, esta aportación de Nagel puede ser tomada como la ubicación de una vía de indagación tan decisiva como difícil. En esto consiste un buen trabajo filosófico de la tradición analítica: en aclarar el panorama, precisar los conceptos, poner sobre la mesa cuál es la cuestión y de que se trata. La cualidad de la experiencia presenta un enigma particular para el neurocientífico, porque el tejido nervioso es relativamente homogéneo: neuronas que establecen redes mediante sinapsis que funcionalmente se activan con potenciales de acción idénticos. ¿Cómo se pueden explicar las vastísimas cualidades de la experiencia teniendo como fundamento un tejido tan homogéneo? Veremos luego que la astronómica complejidad del cerebro puede admitir billones de estados, pero esto admite la posibilidad de la experiencia, pero no la cualidad. El gran neurofisiólogo Charles Sherrington se pasmó ante la proliferación casi infinita de estados mentales y se sintió orillado a aceptar alguna forma de dualismo. Nagel, quien se declara ateo, adopta una forma tácita de dualismo porque los qualia no pueden ser dilucidados por la fisiología y son imposibles de colegir mediante la ciencia disponible. Quienes estemos convencidos de una unidad sustancial entre la conciencia y el cerebro, tenemos el reto de contestar a la objeción de Nagel. Necesitamos transitar o reducir esa brecha de conocimiento que desde su trabajo se ha reforzado entre los datos morfológicos o fisiológicos del cerebro y las cualidades de la experiencia, un meollo del problema mente-cuerpo que no por parecer insoluble debe considerarse intratable, sino todo lo contrario: hay que acometer el reto.

De hecho, las ciencias híbridas entre la psicología y las neurociencias, como la psicobiología o la neurociencia cognitiva rozan las cualidades de la experiencia en diversas investigaciones. Por ejemplo, la profesora Charlotte Burn del Royal Veterninary College ha respondido agudamente a Nagel en un artículo titulado ¿Qué se siente ser rata? de 2008, en el que detalla cómo ven, oyen, sienten y emplean estrategias estos animales con base en la extensa información científica de su conducta y su sistema nervioso. Así, al conocer las frecuencias de luz que les son visibles, presenta imágenes para dar una impresión de cómo ven estos animales. De igual forma, de la representación en la corteza cerebral de sus bigotes (las vibrisas) colige que las ratas figuran su medio cercano mediante el tacto.

ciencia
Charlotte Burn, veterinaria del Royal College muestra que es posible comprender crecientemente cómo ve, oye y siente la rata de laboratorio con base en la extensa evidencia proveniente de la investigación científica de sus sistemas sensoriales y comportamiento.

Un objetivo similar consigue la psicóloga cognitiva neoyorquina Alexandra Horowitz en Inside a dog (2009) sobre el universo sensorial de los perros, particularmente el olfativo, inmenso, intrincado y cambiante, sin sustraerse a la experiencia de convivir con sus mascotas para derivar profundos y efectivos insights sobre su mundo. Burn y Horowitz, dos jóvenes mujeres de ciencia dotadas de una inusitada sensibilidad inter-especie, demuestran que la evidencia científica, la observación acuciosa de la conducta y la empatía, permiten acercarse y vislumbrar las cualidades de la conciencia animal. Horowitz remata su introducción afirmando audazmente que se ha metido en “el perro” y ha atisbado desde su punto de vista, lo cual objeta la idea de Nagel de que esto es imposible. El dilema se inclina a favor de un creciente acercamiento a la conciencia animal, pero no de una fusión con ella.

psicología canina
Portada (izquierda) de la traducción al español del libro “Inside a dog” de la psicóloga cognitiva Alexandra Horowitz (derecha).

Los contenidos de la columna Mente y Cuerpo forman parte del próximo libro del autor. Copyright © (Todos los Derechos Reservados).

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