Para penetrar en la conciencia con pasos más seguros se requieren teorías que sean verosímiles para la neurociencia, factibles desde la metodología y congruentes para la filosofía de la ciencia. Para empezar, es necesario convenir que en la conciencia y el comportamiento de la persona influyen y coinciden tanto los subsistemas biológicos que la integran, en particular el sistema nervioso central, como los sistemas socioecológicos en los que encaja, en especial su perímetro cultural. Del lado somático están los mecanismos cerebrales que permiten la percepción y la emoción, el pensamiento y la imaginación o la memoria y la voluntad, que dependen de la evolución de la especie, del acervo genético y epigenético del individuo. Del lado sociocultural proceden las circunstancias del aprendizaje y desarrollo de cada persona; la selección, incorporación y asimilación de lenguas, símbolos, técnicas, artes, creencias, prácticas, valores, reglas, ritos o costumbres. Los procesos conscientes requieren de la convergencia de estos dos mundos para conformarse pues, si bien sus operaciones dependen crucialmente del sustrato neurobiológico, sus contenidos, lo que el sujeto percibe, piensa, imagina, cree, o desea, en buena medida se deriva de lo que encara, aprende y asume en su vida.
Existir supone la operación conjunta de procesos mentales, cerebrales y conductuales desplegada por un organismo sobre la información que intercambia con su medio ambiente. Al tomar conciencia de sí, de su lugar en el mundo, de sus posibilidades y limitaciones, la persona puede adoptar decisiones, acciones y reajustes que requieren criterios, creencias y metas. Se precisa conciencia cuando surgen trabas que imponen acomodos cognitivos, restauraciones conceptuales y acciones novedosas capaces de solventar cada situación inédita e ignota. Al cultivar la atención y el cuidado de sí mismo, de los congéneres y del mundo, la persona se dispone como un sistema calificado como biopsicosocial que se conserva por autoregulación y se enriquece por sus transformaciones y así va forjando su individualidad y adquiriendo cierta libertad y sabiduría.
Sin duda, entre lo mental y lo físico prevalece un doble lenguaje y un doble conocimiento que surge de manifestaciones distintas y deriva en dos o más sistemas conceptuales, pero esta distancia léxica y metodológica no implica dos realidades o sustancias distintas. Si bien los conceptos sobre la conciencia se integran a partir de la introspección y sobre el cerebro a partir de la neurociencia, esta dicotomía no es tajante ni incompatible si se conceden ciertos acomodos. Es así que los dilemas entre mente y cuerpo, o entre sujeto y objeto, no podrán ser zanjados en favor de uno de los dos ámbitos y la subordinación o eliminación del otro, sino en una unidad epistémica conciliadora y de orden superior. En referencia a esta unidad, los avances teóricos y empíricos permiten la formulación de una hipótesis de la conciencia y sus contrapartes biológicas consistente en postular un proceso psicofísico singular con múltiples propiedades, aspectos y perspectivas. Por ejemplo, puede anotarse que, a pesar de sus diferencias aparentes, los procesos mentales, cerebrales y conductuales son isomórficos por estar constituidos por actos o eventos particulares que ocurren en cierta secuencia, amalgama, periodicidad y cualidad: son procesos pautados provistos de una arquitectura subyacente similar expresada de forma prístina en el lenguaje, la música, la danza. Sin embargo, los retos que engendra y enfrenta esta hipótesis de una esencia singular con una pluralidad de manifestaciones y perspectivas de análisis son considerables y conciernen en particular a la filosofía de la ciencia.
Hay algo más que “mente” y “cuerpo” cuando se diserta sobre la mente y el cuerpo. Ese excedente es la dimensión social de un lenguaje que no se reduce a sujeto y objeto, pues el designio y significado del discurso en cuestión depende de las nociones asumidas de “mente”, “conciencia” o “pensamiento” y, en igual medida, las de “cuerpo”, “cerebro” o “conducta.” En este mismo rubro, cabe escrutar si el lenguaje de la psicología y el de la neurología pueden tener una traducción certera. Si bien la psicofísica y la psicofisiología en sus inicios decimonónicos procuraron establecer un léxico común, el desarrollo de las disciplinas alejó a la psicología de la neurología, produciendo un quiasma teórico y técnico que llevó a enfrentamientos ideológicos, en los que la psiquiatría se deslizó de un campo a otro hasta escindirse en una facción psicodinámica y en otra organicista. Fuera de ese terreno, la neuropsicología se mantuvo enfocada y fértil mostrando un camino para cultivar un lenguaje común al establecer de maneras perspicaces múltiples anomalías cognitivas y correlacionarlas con daños específicos y confinados del cerebro. Otras interdisciplinas generadas entre la psicología y biología durante el vigésimo siglo, como la psicobiología, la psicofisiología o la neurociencia cognitiva enfrentaron con éxito diverso las dificultades teóricas y metodológicas para abordar los aspectos mentales, conductuales o fisiológicos. Por su parte, la reciente neurofenomenología propone entrenar a sujetos experimentales en la introspección metódica y la declaración sistemática de sus activides mentales en primera persona. El análisis de los informes verbales de lo que un sujeto vive conscientemente, así como los registros neurofisiológicos realizados durante tareas cognitivas constituyen promisorias herramientas metodológicas.
Lejos de eliminar a la introspección o a las cualidades y experiencias conscientes del análisis teórico y científico o reducirlas a eventos neurofisiológicos, es necesario integrarlas en las interdisciplinas situadas entre la psicología y la biología. Este programa reafirma la competencia de la psicología, las ciencias cognitivas y las ciencias sociales para estudiar la estructura y funciones de la mente de forma independiente de las ciencias biológicas y las neurociencias. De hecho, sus avances se requieren para tener modelos de la cognición, la afectividad o la autoconciencia que puedan ser usados, comparados y eventualmente integrados con los de las neurociencias. Más aún: para llegar a comprender cabalmente la relación entre mente y cuerpo, será necesario llegar a estipular la naturaleza de la conciencia y el conocimiento, pues estas capacidades median entre el concepto y la cosa, entre la teoría y el caso, o sea: entre lo mental y lo físico. En efecto, una definición exitosa de la conciencia implicaría una solución del problema mente-cuerpo, pues a un tiempo revelaría su condición neurológica y su contracara: la génesis de la conciencia en el universo cerebral. Pero este reto es formidable, porque algo enigmático y excelso reúne y consolida la conciencia y el cerebro: un proceso psicofísico que para ser despejado requiere una difícil unificación de los métodos de conocimiento en tercera, primera y segunda persona, así como de un lenguaje común entre las ciencias del cerebro, las ciencias de la mente, las ciencias de la conducta y la filosofía de la ciencia. La transdisciplina resultante de esta interacción podría entonces ser cultivada por especialistas capaces de emplear tanto los recursos teóricos, lógicos e históricos propios de la filosofía, como las evidencias empíricas de las neurociencias, las ciencias de la conducta y las ciencias cognitivas, reforzados quizás con un entrenamiento personal en las técnicas contemplativas tradicionalmente practicadas para refuerzo de la atención y la autoconciencia.
Toma así relieve la idea de que la persona humana individual es un ente/proceso singular con manifestaciones y propiedades diversas, como son las biológicas, las mentales, las conductuales, las simbólicas y, por extensión, las expresiones y artilugios de todo tipo derivadas de su ingenio y proposición creativa. Para evaluar adecuadamente esta idea, es necesario examinarla como una propuesta metafísica, es decir, una creencia justificada y verosímil sobre la realidad del mundo y el ser humano.
Dr Díaz Gómez
Desentrañar el Problema Mente Cuerpo, requiere bastos conocimientos, un enfoque multidisciplinario, y trabajar en equipo para poder avanzar más.
Hay becas. Teclear John Templeton foundation to invest $325 million in strategic priorities.
Para buscar dilucidar el problema del libre albedrío, acaba de dar $5.35 millones de dólares a The Brain Institute.
Teclear: brain institute receives over &7 million for research in neurophilosophy of free will.
Coordinarán los trabajos de 16 universidades alrededor del mundo. Lamentablemente ninguna de Mexico.
Veo la posibilidad de que logre una beca para su investigación, para hacer un equipo multidisciplinario como lo acaba de exponer, y enriquecido por el resto del equipo. Vale la pena hacer el intento.
Si se integra al equipo a investigadores del área de Teología para que la visión sea más integral, sería más compatible con los objetivos de la Fundación.
No es presuntuoso de mi parte creer que podía aportar datos fruto de la investigación de más de 40 años en el Diálogo Ciencia y Religión y el subconjunto del Problema Mente Cuerpo. Pero esto último es solo una sugerencia.
Son investigaciones urgentes.
En las notas y comentarios a partir del 30 de Junio de 2018 , que he escrito a sus ensayos, de puede ver parte de mi visión.
La Fundación Templeton pide planteamientos valientes, amplios.
Porque no hacer el intento?
El dinero lo tienen, faltan proyectos e investigadores que cumplan con sus requerimientos.
Yo creo que de la UNAM y otras universidades mexicanas se puede conjuntar todo un equipo.
Se puede ver en YouTube los videos siguientes:
The grand opening of the the brain institute.
Y también: The second international conference on neuroscience and free will.
Duran dos minutos.
Yo se que en el caso de que se aprobara la beca, yo mo podría figurar oficialmente en el equipo por no tener título además faltaría que Ud aceptara que yo colaborara. No me ofendería si no fuera aceptado.
Me Daría por bien servido que Mexicanos consiguieran una beca de la Fundación Templeton.