Escribir, trazo de existencia

Incalculable. La deuda que la humanidad tiene con el acto de escribir es simplemente inconmensurable.

Tanto, que resulta del todo impensable lo humano sin este acto que une una capacidad cognitiva, una habilidad corporal y una condición, quizá la más humana de todas, encarnar seres que imaginan.

En el amplio interés que Paul Ricoeur dedica al tránsito entre el habla y la escritura, y todas sus implicaciones, el gran hermeneuta francés invita a tratar de concebir lo que hubiera sido del devenir humano si la escritura no se hubiese inventado.

Es el propio Ricoeur el que etiqueta como impagable la deuda que el proceso civilizatorio, que ha tomado milenios, acusa con el acto de escribir.

Paul Ricoeur.
Paul Ricoeur, filósofo y antropólogo francés (Ilustración: Sterling Bartlett).

De los sumerios al hipertexto, no cabe duda de que aquél tránsito hubiera sido absolutamente imposible sin los números, sin el trazado de los mapas, sin los dibujos plasmados en piedra, en papiro o en cera, sin la posibilidad de dejar fijado el conocimiento anterior.

Nuestra experiencia en el mundo, dice Ricoeur, se dirige hacia su expresión en el lenguaje. Hablamos o escribimos porque hay algo, previo, que decir. Una forma en la que hemos comprendido el mundo.

Señala el autor de Tiempo y narración: “El lenguaje no es un mundo propio. No es ni siquiera un mundo. Pero porque estamos en el mundo, porque nos vemos afectados por las situaciones, porque nos orientamos comprensivamente en esas situaciones, tenemos algo que decir, tenemos experiencia que traer al lenguaje”.

Todo acto de lenguaje es, entonces, experiencia en el mundo, que ha sido comprendida de determinada manera y que ha sido, después, traída al lenguaje de una forma particular.

Mas no todo lenguaje, se sabe, corresponde necesariamente a la forma escrita. Ésta tiene sus propias condiciones de posibilidad y se halla vinculada a su propia especificidad.

Escribir es, esencialmente, abrir nuestra experiencia en el mundo al horizonte de la intemporalidad radical. Escribir es, así, un inscribir.

Lenguaje.
Ilustración: Amazonaws.

Marcar, trazar, colocar un testimonio soberanamente propio de nuestro paso por la Tierra, sobre un soporte externo, que nos superará en el tiempo terrenal, limitado y estrecho de cada uno, cada una.

La escritura, a la que está atada la existencia misma de la geometría, las matemáticas, el dibujo, la arquitectura, la historia y, desde luego, la literatura, expresa a su vez, de modo metafórico y real, cierto tipo específico de relación concreta con la tecnología.

Escribir no depende, en su forma y en su fondo, no sólo de cierto tipo de madurez cognitiva a nivel cerebral, no depende sólo de conocimientos básicos sobre las reglas que implican la plasmación de la lengua, está vinculado de igual manera con los instrumentos y el tipo de prácticas que de estos derivan.

Dicho de otro modo, aunque designemos con el mismo verbo, escribir, el acto de hacer una hendidura sobre la cera, como los babilonios, marcar la piedra, como los mayas, verter aceites sobre el papiro, como los monjes medievales, es y no es la misma operación.

Escribir.
Ilustración: @waseemfarukh.

Usar una pluma de ganso, una pluma fuente sobre el papel, golpear las teclas de un artefacto mecánico, llamado máquina de escribir, o mirar aparecer letras sobre la pantalla, es y no es la misma operación.

Lo es en términos simbólicos, y de ahí que sigamos llamando igual a lo que claramente no lo es. Pero de que tiene sus propias implicaciones, incluso a nivel corporal, ya no digamos en el universo de las representaciones, de eso tampoco hay duda.

Las sucesivas transformaciones en las formas en que la escritura se ha plasmado, tanto como lo que supervive de ellas, está ligado a la historia de esa variable humana como hacedor de herramientas que modifican los modos de imaginar, y que llamamos convencionalmente tecnología.

En su deslumbrante tratado sobre la historia de la línea como proeza humana y motivo de significación cultural, Tim Ingold sitúa justamente el problema del tránsito entre la escritura como trazo de mano y la máquina de escribir, como un momento definitorio de la historia cultural.

“Desde el momento en que entendemos la escritura en su sentido originario como práctica de inscripción, es imposible establecer una distinción tajante entre dibujo y escritura, o entre el oficio del delineante y del escribano”, señala el laureado antropólogo de origen escocés.

Máquina de escribir.
Ilustración: CDN.

Lo que lo condujo, cuenta en Líneas. Una breve historia, ese libro deslumbrante, a proponer que, quizá, “la linealidad que rompió con el pasado fue una que se basaba en las conexiones entre puntos, esto es, en su unión”.

Sigue diciendo Ingold: “Así es que el escritor de hoy ya no es un escribano sino un lexicógrafo, un autor cuyo ensamblaje de palabras se fija en papel mediante proceso mecánicos que eluden el trabajo de la mano.”

La cuestión, dirá el antropólogo, será, entonces, indagar hasta qué punto con la mecanografía y la imprenta se ha roto el íntimo lazo entre expresar emociones literalmente trazando líneas con el cuerpo, y la mera acción de elegir palabras.

Resarcir a la palabra, en todo caso, ese brillo edénico, de experiencia inaugural; el desafío mayor.

Tornarlo, efectivamente, en trazo de existencia.

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Sara Gerson

Gracias querido Toño.
La despreocupación con la que hoy se escribe, resultado de la accesibilidad a instrumentos de escritura puede resultar en el surgimiento de textos magnificos o de otros descuidados y precarios. No es que cuando se escribía con cincel sobre piedra se escribía mejor es que hoy muchas veces escribimos sin siquiera saber con claridad cual es nuestra experiencia del mundo.

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