La otra guerra

Y esa es la guerra, esa la vida cotidiana, estos los relatos del mundo que no pasan en las noticias, esto está al origen del cambio que viene y de la paz que queda siempre en esperanza.

Es horrible y aunque me ha pasado ya, me sucedió de nuevo, borré mi artículo que estaba –salvó ojo demasiado crítico-, a punto de terminar. Veámoslo como la oportunidad de ahorrar a los lectores de El Semanario de un artículo demasiado inmediatista sobre los atentados en la capital francesa.

Hablemos de la Guerra, pero no vayamos tan lejos ni tan profundo, de eso se han encargado ya los exégetas del presente sin equipaje o como suele decir mi amigo Juan, sin acerbidad

Hace unas horas Matías, mi hijo más pequeño (18 años) me refirió -ante lo inquisitivo de mis preguntas, las naturales de un padre alejado geográficamente de París, donde nos afincamos hace casi trece años-, el siguiente episodio ocurrido en el metro parisino en comunicación entre los dos barrios menos étnicos en la capital del hexágono, el 16 dónde estudia su matemática, su finanza y su ciencia y el 7 donde tiene usted su casa querido lector (agradeciéndole no me tome la palabra).

En ese traslado, en la estación Rue de la Pompe, línea 9, muy cerca de la Plaza de México, donde está apostada y elegante, discreta, hermosa, cual pergamino metálico, la luciente escultura de Águeda Lozano. Matías, acompañado de dos de sus compañeros de clase, percibe sobre la misma línea pero en la vía opuesta a un grupo de jovencitos algo más morenos, con el cabello crespo, provenientes de algún liceo cercano, magrebís probablemente. Un intercambio de miradas y lo espontaneo de un gesto que pudiera ser juguetón en otra circunstancia: — Bhummm!! Profieren los jovencitos quinceañeros probablemente de confesión musulmana, con un gesto de susto como el que haría una madre juguetona a su chiquito de año y medio que aparece a la vuelta de cualquier pared de la casa… –Bhummm…y los jovencitos ríen retadores ante la mirada, inquisidora y furibunda y cohibida también, púdica, de los franceses y del mexicano que en la otra orilla podría haberse confundido con ellos.

Así es el cotidiano hoy en París, esa es la verdadera Guerra, ese es el dolor que duele todos los días, eso es lo que prevalece después de los multi-mediados y no remediados ataques en el Estadio de Francia, la sala de conciertos Bataclán, el restaurante La Belle Equipe, hoy universalmente conocidos.

Y qué sigue en esta guerra. Hoy, el profesor de Historia de Matías, comentó en el Establecimiento Universitario Janson de Sailly, -No quiero reaccionar ahora, déjenme unos días y haré un comentario de los hechos. Ayer encontró, en el mismo lugar a su profesora de matemáticas, llorando, pero no dio explicación sólo se supo que no había pérdidas en su familia.

Mi amigo Jacques me escribió el domingo 15, esta reflexión:

Allah Akhbar, Alá es el más Grande (slogan o grito de guerra) no figura en ningún lugar del Corán, pero recuerda de manera francamente explícita, la sentencia “muerte a los infieles” y en recompensa al fratricidio la redención en el cielo. El Corán, apunta Jacques, (estrenando la nueva edición del texto del profeta en la edición de Pleïade, que es una lujosa forma de edición de textos clásicos. Estar editado en Pleïade es ser un consagrado ineludible) forma un todo y precisa que no se puede en su seno efectuar una opción como si fuese un menú á la carte. Debe abandonarse -insiste enfático-, la noción de un buen Islam y de buenos islamistas opuestos al Islam malo que sería el botín de fanáticos y extremistas. Hay, a decir de mi amigo, algo oscuro en esa religión…

Hace unos cuantos años, en Fes, Marruecos, viví el Festival de Músicas Sagradas, un evento mayor y de la más sofisticada factura de la señora Ben Jelloum, hija del célebre escritor. Allí, un poeta que la memoria no me trae ahora, contaba una mañana tibia de junio la historia mística del persa Al-Hallaj, mártir mahometano del siglo X quien fuera crucificado de cabeza y mutilado vivo. Los poemas en su honor, objeto de la charla, me impresionaron y llevaron a comprar meses más tarde en España, un trabajo del francés Louis de Massignon, quien dedicó su vida, entre otras cosas al frente del Instituto de estudios iranios, al análisis de la mística islámica con un acento fuerte en la vida del mártir. El trabajo de Massignon trata de la Compasión, que explica como la condición de interpretarse en la mirada del otro. Algo mucho más complejo que la simple y occidental empatía o el cristiano sentido de la misma palabra. Esa lectura me llevó a otros ensayos y a un acercamiento con la tradición abrahámica y particularmente al trabajo conciliatorio de Massignon con este tema bien elaborado y empapado de la óptica islámica. Massignon influyó grandemente en la percepción vaticana de la fe mahometana, bajo el papado de Juan XXIII y Paulo VI con quien trabo buena amistad. Con esto quiero señalar que el Islam tiene una tradición exégeta muy poco conocida en Occidente y poco recurrida en los países que profesan mayoritariamente esa fe. Es tiempo de re-aprender filosófica y conciliatoriamente otros acercamientos a la espiritualidad.

Camila mi hija, por su parte, vive ahora en Sao Paulo, donde estudia Letras Latinoamericanas, aunque continúa adscrita a la Ecole Normale Supérieur. Le pedí me hiciera llegar algunos de los relatos de sus amigos en Francia con referencia a la masacre del 13 de noviembre. Un par de ellos me impactaron particularmente.

Hana 

Imposible olvidar la vista de mi calle ensangrentada, sábado a las 4 de la mañana, mis meseros asesinados, mis amigos llorando en el patio de la Scep, mis vecinos inquietos, los amigos de mis vecinos horriblemente arrancados de la vida. Me largué del XI, es demasiado para esta frágil mestiza. Este fue peor que los otros atentados, ya sé qué no está bien decirlo, pero la cosa ocurrió abajo de mi casa, acribillaron el restaurant donde comí una tártara la semana pasada. Lo lindo es que tengo todavía ganas de hacer muchas cosas, como abrazar a los refugiados que han visto cosas mil veces peores, los musu-hermanos que ahora se les va a hacer sentir súper mal… Oigan ustedes terroristas, son ustedes unas putitas, tengo muchas ganas de decirlo.”

O este relato de Lea, otra amiga de Camila, de singular valor literario y que prefiero dejar en francés y en letra chiquita para que lo amplíe quien tenga ganas de sumergirse en la fría realidad:

Cinquième verre
C’est ton cinquième verre de vin, t’es un peu bourré et tu racontes ta petite vie sympa à ton pote au chaud dans son canap’, t’en fais des caisses comme d’habitude. Ton téléphone sonne. C’est ton petit Maxou qui t’appelle. Il veut surement aller en boîte. Et ben non en fait, il veut savoir si t’es toujours en vie. « Il y a eu une fusillade au Carillon. »
What. The. Fuck.
Alors là, il y a un truc qui s’enclenche dans ton cerveau que t’as jamais connu. 1, 2, 3, 4, tu penses aux quatre personnes qui t’ont vu grandir, ta famille, tu veux savoir s’ils sont sains et saufs. Papa, maman, frère, sœur. Tu penses à ta petite sœur qui a gerbé la semaine dernière à cause d’un bobun du Petit Cambodge. Elle répond pas, tu paniques. Tu pleures. Tu appelles tout le monde et ta mère répond pas. Tu pleures. Ta sœur te rappelle et tu pleures parce que t’as vraiment eu beaucoup trop peur.
Là t’as juste besoin d’un gros câlin, et forcément, tu penses à cet ex que t’arrives pas vraiment à oublier et qui reste, malgré le temps et la rancune, la cinquième personne de ta petite liste mentale. Il va bien. Tu pleures tu pleures. Tu pleures plusieurs fois ou une seule fois c’est pareil parce que de toute manière t’arrives pas à t’arrêter. Y a ton pote qui te serre dans ses bras parce qu’il aime pas te voir comme ça et qui se retient de céder à la panique et qui n’arrive pas à te calmer. Ta maman, ton frère, qui te disent que tout va bien. T’es un grand mais t’es toujours le bébé qu’ils ont protégé pendant si longtemps.
Tu te trouves égoïste, forcément, à être aussi soulagé en voyant la mention « Lu » et en voyant cette petite bulle apparaître qui veut dire que ton pote est en train de te répondre. A ce moment-là tu regardes pas la télé et les images des gens morts, tu regardes cette petite bulle qui te délivre pour quelques secondes de l’angoisse dans laquelle t’es bloqué. T’es tellement égoïste, mais tu peux tellement pas faire autrement.
Tu descends de là où t’es. A cent petits mètres du Carillon. Les gens paniquent dans la rue, y a une grosse dame qui tente de passer le barrage en hurlant, elle a l’air désespérée. Tu vois des brancards pénétrer dans l’hôpital. C’est joli les couvertures de survie, ça reflète la lumière. Tu te rends pas trop compte parce que t’es bourré et légèrement hystérique.
Le Carillon, c’est ton bar préféré du quartier. C’est en bas de chez toi. Celui où tu vas tout le temps boire des coups avec tes potes, celui où t’as fêté ton dernier anniversaire, celui où tu finis immanquablement bourré, celui où il manque toujours des chaises en terrasse. Les murs de ce bar connaissent toute ta vie et ont vu tous tes potes. Ils sont cools les patrons du Carillon même s’ils ont arnaqué un pote à toi un jour.
Le Petit Cambodge tu y étais dimanche dernier, t’as pris un bobun avec des nems prédécoupés – trop bon. Le Petit Cambodge c’est le resto que tu critiques tout le temps parce qu’il y a vraiment beaucoup trop de hipsters dedans. En vérité t’adores en être.
Le MacDo de la rue du Faubourg du temple, c’est là que tu vas le samedi soir engloutir en deux-deux un double cheese avant d’aller te bourrer la gueule.
Le Bataclan, tu y as hurlé mille fois ton amour de la musique, et même que la première c’était pour aller voir Zazie quand t’étais en troisième. Tu passes tous les matins devant pour aller au travail.
Tu vas te coucher. Tu te réveilles avec une barre au front et évidemment, tu check Twitter. Parce que tu fais partie de cette génération de gens qui ont le nez collé à leur iPhone. C’est leur fenêtre sur le monde. Mais ce samedi matin, il n’y a pas d’écran de téléphone ou de télévision pour te protéger de l’horreur. Il suffit de ranger son téléphone, de descendre les six étages de ton immeuble, et de marcher une petite minute.
Tu arrives dans cette rue Alibert que tu aimes tant, y règne le seul bruit que la mort ne connaisse : le silence. En vrai, le seul bruit perceptible ici, c’est celui du sable qui crisse sous tes pieds, le sable déposé sur le sang des victimes comme on dessinait des feuilles de vigne pour cacher les sexes. Putain de cauchemar.
Tu penses à la génération d’après. Tu penses à tes copines qui viennent d’avoir des gosses. Patou, Hélène, Agathe et les autres. Tu te demandes comment elles vont pouvoir expliquer à leur marmaille à quoi ça rime de se faire exploser la cervelle en buvant un Picon bière.
« Des fous de dieu », on te dit. Mais Dieu n’existe pas. Ce sont donc des fous tout court. T’as l’impression que plus la vie des gens est nulle, plus ils croient en leur dieu tout claqué, et t’as envie de leur dire qu’ils se plantent, qu’il faut pas croire en ces choses-là. T’as aussi envie de dire aux Ricains qu’ils sont gentils avec leur hashtag ‪#‎PrayForParis mais que non en fait, on a pas besoin de prières parce qu’on pense que ça sert à rien.
L’année dernière, c’était pas pareil. Y avait comme un écran entre toi et les morts. T’étais Charlie évidemment, t’es même journaliste, donc toi aussi t’as eu peur. Mais là c’est pas pareil. C’est ta maison sur laquelle on vient de tirer, c’est tes potes, ou les potes de tes potes qu’on vient de buter. C’est le peuple des tatouages, des cigarettes roulées et des burgers au Comté qu’on vient de fusiller.
« T’as perdu quelqu’un ? » Cette absurde question que tu poses à tous tes amis, que tous tes amis te posent. C’est vraiment l’horreur « du côté de chez vous ». Le seul mal qu’on ait fait – que ces 129 personnes ont fait – sur cette terre, c’est celui qu’on a fait à nos anciens amours. Pas bien grave. Mais voilà, il paraît que tu vis dans la « capitale des abominations et de la perversion » et que c’est pour ça que tant de gens sont morts.
Alors on va arrêter de raconter des conneries : évidemment qu’on a peur. Not afraid, pas cette fois-ci. Evidemment qu’on se dit que ça aurait pu nous arriver et que ça peut encore nous arriver. Mais est-ce qu’on va renoncer pour autant à nos petites abominations, à ces instants de délice qui font que nos vies sont tout de même assez cools ?
Non, surement pas. On va se la coller tous les week-ends. On va danser comme des fous car la musique adoucit les meurtres, et on fera toujours plus l’amour, aussi. Les garçons avec les filles, les garçons avec les garçons, les filles avec les filles, les juifs avec les arabes et tout le reste et on les emmerde. De toute façon, c’est tout ce qu’on sait faire.”

Y esa es la guerra, esa la vida cotidiana, estos los relatos del mundo que no pasan en las noticias, esto está al origen del cambio que viene y de la paz que queda siempre en esperanza.

Imagen: Internet
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