Francia, es para México y en buena medida para América Latina, la gran traductora del mundo (…) ofreciendo una visión del mundo distinta a la norteamericana y a la española.
Ante las condiciones más extremas, las más duras de vivir, aquellas pruebas que cuesta trabajo al espíritu incluso pensar, no por la dificultad de imaginarlas sino porque la razón se hace refractaria a ellas, frente a esto, el individuo, el ciudadano, suele mostrar la enorme capacidad humana de adaptación, es el caso de la guerra.
Pensamos concretamente en lo que Gabriel Guerra, Fernández de Castro y otros internacionalistas describen cómo el lenguaje y el comportamiento de los mexicanos y principalmente los políticos, en materia de terrorismo, que es hoy, lo sabemos más que nunca, una forma de guerra.
Rafael Fernández señala que quizá en el 9/11 no teníamos un referente claro de cómo reaccionar frente a estos actos y por tanto México actuó con parquedad, con distancia y sin la solidaridad esperada. Guerra Castellanos, disloca su reflexión y señala que sería conveniente no focalizarse en un punto sino ampliar la percepción a otras zonas del mundo, las regiones que están bajo condiciones conflictuales, menciona a Bamako y Alepo como espacios en la solidaridad posible.
Guerra y Fernández de Castro, han sido políticos y no pueden evitar mirar al mundo desde esa angulosidad. Sin embargo, la historia y sus métodos van haciéndose cada vez menos vinculados a la visión de los conflictos desde el poder gubernamental, para evaluar los efectos y las causas desde la condición humana y su concreta realidad.
Hace unos días, en la Cineteca Nacional, que lució una buena programación en esta muestra internacional y que anima una cartelera digna de las mejores salas en el mundo, vi una película impresionante, La Tribu, (Plemya), de Myroslav Slabosphytsky, presentada el año pasado en Cannes y que gozó de una crítica muy favorable a su lenguaje singular basado en lo que algunos críticos de la obra llamaron “danza dramática de las manos”
La Tribu, es un gang de sordomudos internados en una institución de los alrededores de Kiev. Todo ocurre en el otoño, es el tiempo antes de la desolación, es el tiempo de la guerra que no se ve. Todo ocurre ante la ceguera sistémica que es el verdadero personaje del film, la indolencia oficial de las autoridades, de los profesores y de la sociedad que inhiben su actuación frente a la soledad del otoño infantil. Hace frío y se siente. El dolor se vive en la soledad solidaria de una juventud sin porvenir. La tribu presenta una prostitución que es sólo una forma de pertenencia, la violencia como iniciación, el amor como casualidad más violenta que la violación, el aborto, una ocasión para mostrar el dolor y la capacidad de llanto.
El filme ocurre en Ucrania, en un espacio/tiempo que parece completamente aislado. Un mundo donde lo humano pasa y no se escucha, pero se percibe más que todos los sonidos provenientes de un mundo que esta allí en calidad de testigo ruidoso de ese un silencio activo de inocentes culpables. Y detrás de la escena, una guerra que no se escucha, que se siente posible desde la rigidez de algunos uniformes y custodiada por quienes contribuyen a hacer de la vida la irremediable síntesis de distintas formas de morir.
Esa es la reflexión que quiero compartir. Pensar esa guerra que esta en la calles calladas de Kiev o Jerusalén, en los barrios insurgentes de los alrededores de Damasco, en el centro de la convulsionada Yuba, en Sudán del Sur, la más joven nación del mundo y lamentablemente la más triste también, tocada por conflictos internos, La guerra en las barrancas difíciles del estado de Guerrero en México, hoy secuestradas de tal forma al libre tránsito que junto con un buen trozo de país, vivimos una soberanía parcial frente al enemigo oscuro, secuestrador de cotidianidades distintas. La guerra que paradójicamente se vive, aunque este allí para matar.
En París, esa ciudad que quien la visita hace irremediablemente un poco suya, porque como decía Benjamín Franklin, “tout homme a deux patries, la sienne et puis la France”. Francia también está en guerra y es esa la razón por que hombres y mujeres libres, gobiernos también, deciden expresarle su solidaridad.
Cierto es que adolecemos en México de un Weltnschauung, particularmente limitado a la inmensa imagen mental que se guarda de los Estados Unidos, pero si un país palia esa condición es sin lugar a dudas Francia, esa antena perceptiva, ese periscopio en el océano de lo global que nos acerca lejanías y nos distancia de cercanías en ocasiones demasiado densas.
Francia es un país, extremo, sofisticado, enormemente codificado, sectores de su población se pretenden la cúspide de la civilización, pero hay algo en el ambiente francés que es un poco espacio de todos, que es democrático, algo tangible y efímero a la vez, algo que se respira, que se lee, mira, escucha, degusta, sabe y aprecia, por eso vamos allá como un espacio de nuevas otredades.
Claro que México ha aprendido la retórica de la solidaridad internacional, el protocolo de las condolencias tempranas, la manifestación de apoyos morales, las expresiones de amistad etc. Porque además todo esto reditúa, hace ver bien al país, mantiene los flujos de inversión y anima unas RRII fluidas, activas, reactivas, atentas y bien en el marco del deber ser internacional.
Y desde luego, que Bamako y Tombuctú en Mali, Alepo y Damasco, en Siria, son espacios que también reclaman comprensión y sensibilidad, entendimiento, ¿quién sin embargo, los traduce?
Allí tenemos esa forma de empatía que dese la literatura francesa han expresado recientemente Houellbecq, con Soumission, y más recientemente, Mathias Enard con Boussole, por cierto, ganadora del prestigioso Goncourt de literatura. Ambos aproximan esos mundos que sugiere Gabriel Guerra acercar.
Aquí, en México, salvo las sanas incursiones de Jorge Volpi en otras geografías, las de Octavio Paz, en India, pero hace tiempo, o las de Miguel Covarrubias en Indonesia en los 30 hace aún más años, poca percepción hay en el país de lo que ocurre en el planeta. ¿Crimea es qué? ¿Bamako? ¿Tombuctú? ¿Alepo? son sólo otras formas de decir “lejos”, Sudán del Sur, ¿dónde queda?, ¿Timor Oes acaso un nuevo tipo de miedo?
Por eso Francia, es para México y en buena medida para América Latina, la gran traductora del mundo, la que enseñó a Gabino Barreda el positivismo, la que formó las emociones políticas de Simón Bolívar, la que contribuyó a las luces de muchos otros grandes medianos y pequeños intelectuales y políticos en la región, ofreciendo una visión del mundo distinta a la norteamericana y a la española.
No lo hizo España porque esa península miró desde tiempos de las querellas entre François I y Carlos V, desde la conquista, a Francia, con respeto y admiración, pese a la “Pepa” de 1812, José Bonaparte dejó profunda huella en el reino español.
Las razones de los análisis -interesantes claro-, de Guerra y Fernández de Castro, no dejan así, de ser abono exegético a la visión de estado aplicada en la circunstancia de los atentados. Queda para otros investigadores menos vinculados al status quo y al análisis de las relaciones de poder, el poder evaluar las consecuencias del conflicto en la vida de las personas, el sedimento dejado por la guerra en la cotidianidad y las costumbres.