Creator Spiritus

Espiritualidad, las cosas del alma, eso que de manera mas esencial se asocia a la vida, con eso quiero abrir en esta nota una conversación.

Para algunos se trata de la relación de Dios con el ser humano, para otros, como yo, es una forma de diálogo con un estado de armonía dinámica.

La espiritualidad no me lleva a la quietud sino a la conciencia de las cosas, de las más que puedo percibir y de su conectividad sutil, de su armonía ritmada.

Los personajes más espirituales que he conocido, no expresan su condición de la misma forma. Los hay quienes se viven en la simplicidad inconsciente, abierta, conectiva. Otros que requieren de entornos particulares para establecer comunicación consigo mismos y con el ambiente, otros, se asocian a una liturgia de vida que repiten y les alegra.

Me parece que una forma sencilla de espiritualidad tiene que ver con la capacidad de hacer vivir y ser consciente de la expresión y el discurso de los sentidos.

Hace unos días, en una ceremonia de ingesta ritual de alcohol, en una “cata”, se nos invitó a la siguiente experiencia; en la mesa en que fuimos sucesivamente maridando viandas y alcoholes, se dispuso de unos frascos pequeños conteniendo la molienda de lo que pensé pudieran ser unos chilitos; su contenido no era mayor a unos cuantos gramos de producto ¿sal de gusano? ¿pimiento de Cayena? ¿ piquín molido?. El ritual procedió su curso, sin prisas llegamos al momento de entender.

Retiren lo más posible el frasco, ábranlo con cuidado, tápense completamente las fosas nasales, ahora viertan un poco de producto en sus lenguas sin destapar las narices. –pidió la autoridad. Describan ahora el gusto, pidió -“Dulce”- coreamos la mayoría, –Ahora, liberen sus narices de la presión… -¡Oh…! La evidencia del gusto a canela apareció radical.

¿Qué pasó? La perfecta relación de dos sentidos se puso en evidencia. Sin el olfato la canela se presentó como un endulzante más. Así, proyectando los sentidos llegamos a la Aesteia, a la expresión, a la vigencia de todos los sentidos, a la aestética, que no es otra cosa sino esa sincronía que se valida cuando los sentidos se expresan en conjunto y proveen una sensación de más que no está en la simple suma de las partes.

La espiritualidad es un poco eso, como una suerte de puesta a la existencia no sólo de otras percepciones sino de otros sentidos.

Crees en Dios Camila…- le pregunté a mi hija hace mas de 10 años años, ella tenía probablemente 10 un 11.

Claro que no papáSi has leído a Darwin…- me dijo mas pícara que presumida.

Ven, te voy a explicar que pienso de Dios, le dije, mas feliz que “iluminado”. Recorríamos entonces el bosquecito colindante con nuestra casa del barrio del Contadero en el más bello extremo, al poniente de la Ciudad de México. La mañana era tibia y luminosa, perfecta para el paseo sabatino de que gozábamos ambos.

Sientes el calorcito, mira como las hojas de estos arbustos giran hacia el sol, parecen estar en la mejor disposición. Y estos minúsculos insectos que vemos parecen sentirlo también, igual que muchos seres que no vemos y que en este momento seguramente están sintiendo lo mismo que nosotros. Eso Camila, esa armonía perfecta, esa intuición de una perfecta concordancia con otros astros y otros seres en otros lugares, eso, es para mí la presencia de Dios.

Con otras palabras quizá intenté explicar esa armonía, esa dinámica quietud ese ritmo perfecto, percutido por una vibración que si atendemos con los sentidos abiertos y dispuestos, podemos percibir. Eso es Dios y es la expresión máxima de la espiritualidad. Es llevar a la conciencia, a las ideas, a las percepciones; ese acorde perfecto tañido desde el principio del tiempo. Eso es Dios para mi.

La explicación nos hundió en un significativo silencio. No dijimos más. Caminamos un trecho hablando de otras cosas y no he olvidado esa conversación. Ella quizá tampoco.

No se si exista Dios, no tengo capacidad para responder a otra cosa que no esté al alcance de mis sentidos, de mi conciencia de las cosas, pero reconozco en mi, una emoción, algo que me mueve y que sólo puedo explicar desde la espiritualidad. Eso que las distintas liturgias buscan explicar con metáforas, parábolas, epístolas, dogmas y doctrinas, eso es Dios y eso es la espiritualidad.

Todos los seres, humanos, animales y quizá otros seres, estamos unidos en ella. Es allí donde nos podemos recíprocamente confrontar y comunicar. Roland Barthes, un genio tempranamente quitado de nosotros, discurrió en su ensayo sobre esas desviaciones de la espiritualidad que son los objetos adorados de la cotidianidad y que han restado y aglutinan esa energía otorgada que no deja de ser espiritual y pueril al tiempo. “El magnifico olor del rojo Ferrari que desprende el auto de mis sueños…”

La política, la economía, la ciencia toda puede de alguna manera ser medida por su distancia del sentido espiritual. Leonardo Boff en una pieza fantástica de su colección de historias Brasa sob cinzas puntualiza – Si fuera Santo, habría pecado. Lo dice cuando cierta vez en visita a una favela, se ve enfrentado paradójicamente a su voto de castidad… Invito a los lectores a mirar de cerca este bellísimo dilema que hace ver la espiritualidad en una situación perfectamente terrenal.

Vivir la espiritualidad en un mundo material es el asunto nodal del ensayo de Barthes y es la dificultad sin duda de quienes vivimos este siglo XXI, aquello que en nuestro artículo anterior llamamos con Byung-Chul Han, el infierno de lo idéntico. La antítesis de la espiritualidad.

Imagen: Internet
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