Trump, Hillary y México

Conforme avanzan los procesos electorales en los Partidos Republicano y Demócrata en Estados Unidos, parece claro que las candidaturas presidenciales serán obtenidas por Donald Trump y Hillary Clinton. El contraste entre ambos personajes no puede ser mayor, lo cual es expresión de la creciente polarización de la sociedad estadounidense.

 

En el Partido Republicano, Donald Trump se consolida como el muy probable candidato republicano. Los esfuerzos de Ted Cruz y de John Kasich por impedir que Trump logre el número de delegados para obtener la nominación, y así forzar la realización de una convención abierta, parecen esfumarse.

 

La retórica política de Trump y su campaña parecen funcionar a pesar de la preocupación que provoca en todo el mundo y en los Estados Unidos, incluida la cúpula de los republicanos y a buena parte de las grandes empresas que tradicionalmente han apoyado a ese Partido.

 

Sus mensajes llenos de odio, racismo, medias verdades y mentiras completas tuvieron éxito inicial entre la población blanca, sin educación, resentida por su desplazamiento por la modernidad, la tecnología y la globalización. Más tarde, su círculo de simpatizantes se amplió porque movió los prejuicios raciales de varios sectores de la clase media con la promesa de restaurar el orden interno y la supremacía imperial de los Estados Unidos en el mundo. Así, el objeto de su odio son los migrantes mexicanos, los musulmanes, China, los aliados militares de Estados Unidos a quienes reclama el pago de lo que él considera la protección norteamericana. En su desprecio incluye a las mujeres, los intelectuales y desde luego a la clase política. Trump capitaliza a su favor el malestar con la globalización de determinados sectores sociales.

 

El desprestigio personal que siempre acompañó a Donald Trump, como empresario especulador, abusivo, con frecuencia en la frontera de la ilegalidad o su talante como sujeto pendenciero, vulgar, frívolo, su mal gusto y su ostentación de nuevo rico parecen no haberle restado simpatizantes.

 

Por el lado del Partido Demócrata también se acerca a la candidatura presidencial Hillary Clinton, aunque Bernie Sanders sigue en la pelea. El contraste entre Trump, el no-político pendenciero con Hillary Clinton es enorme. Hillary tiene formación académica, fue una abogada exitosa, esposa de Bill Clinton uno de los políticos más hábiles de su generación. Después de que su marido dejó la Casa Blanca, Hillary fue Senadora por Nueva York y Secretaria de Estado durante el primer periodo presidencial de Barack Obama.

 

Hillary tiene planteamientos y posiciones precisas en casi todos los temas de la agenda interna y externa de los Estados Unidos. Sin embargo, su candidatura no provoca entusiasmo ni parece comunicar mucho a los votantes jóvenes, al contrario de Sanders. Además, es percibida como parte de la clase política en un contexto en el que tanto Trump, como Cruz y en el otro extremo del espectro ideológico Bernie Sanders, se ven como críticos y ajenos al “establishment” de Washington.

 

Hillary Clinton es también muy polémica, es una liberal, en el sentido estadounidense del término, lo cual siempre la ha tenido en medio de la controversia con los grupos conservadores y religiosos más tradicionales que probablemente decidirían apoyar a Trump como el mal menor desde su perspectiva.

 

Para México, el triunfo de Trump sería extremadamente negativo si cumple con la amenaza de echar abajo el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, así como realizar deportaciones masivas de indocumentados o de obstaculizar el envío de remesas. Es claro que todas estas medidas, como muchas otras que propone serían también muy perjudiciales para los Estados Unidos, pero de inmediato tendrían un impacto negativo en México. En ese contexto, lo más perjudicial serían el encono y el nacionalismo exacerbado en ambos lados de la frontera.

 

El triunfo de Clinton ejercería otro tipo de presiones sobre México. Durante su gestión en la Secretaría de Estado tuvo como colaboradores en el área de Derechos Humanos a académicos y activistas que con frecuencia tenían una percepción parcial sobre México en esa materia.

 

Sin duda, en ambos casos habrá muy fuertes críticas a nuestro país en materia de corrupción y derechos humanos. En México se deben preparar estrategias para cualquiera de los dos escenarios, tanto por parte del gobierno, como de los partidos políticos y de la sociedad civil. Pero sin duda, lo más trascendente es que nuestro país debe trabajar con seriedad e intensidad en la solución de problemas como los señalados, no por la presión externa, sino por convicción propia.

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