En los peores momentos de la República en los que, agonizantes, sus valores más supremos en política, el derecho y del pueblo mismo, aferrados todos a un imposible como lo hace la flama en el pabilo de una cera consumida, destellaban débilmente en el seno de la sociedad que parecían pender de un delgado hilo a punto de reventarse a consecuencia del peso avasallador que infringían el autoritarismo, la decadencia moral y la prostitución de todo y de todos. La corrupción llegó a límites nunca vistos y el vicio le ganó terreno a la virtud a pasos agigantados; esto marcó el ocaso del gran proyecto que como nación se pretendía.
Frustrado todo lo que implica el sentido teleológico de la República, los políticos se devenían en descalificaciones, asesinatos y conspiraciones para derrocar a sus contrincantes; las promesas de campaña rebasaron límites de lo posible y lo razonable por lograr la adhesión de un electorado en su mayoría ignorante y de condiciones paupérrimas.
No, no estoy describiendo nuestra actualidad mexicana; traigo el recuerdo de 22 siglos atrás de la República romana que, entre la ansiedad y avaricia por el poder, murió a manos de sus gobernantes en el ocaso del siglo I a. C. para dar paso al Imperio tras 500 años de tradición republicana. Traiciones y muertes; injurias y calumnias iban y venían en el quehacer político. En ese contexto la historia da cuenta de Marco Tulio Cicerón, destacado jurista, político, filósofo y excepcional retórico. Precisamente, debido a su gran capacidad discursiva logró persuadir al Senado a condenar la conjuración de Lucio Sergio Catilina. Es en la hermosa novela de Taylor Caldwell ‒La Columna de Hierro‒ en la que con apasionante narrativa describe la vida y obra de Cicerón ‒el garbanzo‒ quien, según la autora, en la última etapa de su vida abrazó al judaísmo y con ello la esperanza de la llegada del mesías.
En el marco de coincidencias de aquella república latina del siglo I a. C. y nuestra realidad, encuentro también una cercanía respecto de los métodos que utilizó Cicerón con los de AMLO a través de la oratoria, así como que este último también ha dejado claro su cercanía al discurso religioso, en particular, de la Compañía de Jesús. Ambos defienden a la República con sus palabras, uno y otro con discursos certeros, invocativos, patéticos y persuasivos. ¿Quién de los Senadores negaría la razón a Marco Tulio tras exponer su acusación estando presente el propio Catilina? Ninguno, y aún menos cuando en la primera catilinaria se enfocó a denunciar la gravedad de la conspiración y lanzando el mensaje al Senado que él (Marco Tulio) disponía de todos los medios para estar perfectamente enterado del golpe de estado. Cicerón logró no sólo convencerlos, sino que también provocó la reacción deseada. Tras verse duramente cuestionado por los Senadores, Catilina huyó a unirse con Manlio, general romano que dirigía el golpe de estado, y con esa arrebatada reacción fundamentaría la acusación de su denunciante. La segunda catilinaria fue dirigida a los ciudadanos, argumentando que los conspiradores eran los ricos de aquél entonces, los cuales estaban sumamente endeudados con el gobierno, personas con ansia de poder y riquezas, así como criminales a los que se les prometió, como paga por unirse al complot, reivindicar su situación sin mayor justificación; a la par, Cicerón solicitó a su auditorio calma y que no se preocuparan porque él no escatimaría ningún esfuerzo para defenderlos, sería pues su salvador. En la tercera y cuarta catilinaria expuso el mensaje de salvación de la República, las confesiones y castigos de todos los implicados.
AMLO ha pronunciado su primera y segunda catilinaria; el 2018 será el límite para lograr disertar la tercera y cuarta. En la primera ya nos habló del complot de la mafia en el poder, aquella que controla, inclusive, los poderes fácticos; la ha denunciado frente a todos. Ojalá que un día le ponga nombre y apellido, más allá de los expresidentes Salinas y Zedillo tan recurrentes en sus acusaciones y tan ajenos entre ellos. Ha logrado el efecto de reacciones arrebatadas de sus contrincantes, mismas que pudieran terminar beneficiándolo. Manlio, el expresidente del PRI, ya dijo que si AMLO gana las elecciones presidenciales no sería una mala noticia. Lo anterior, no sé si lo dice por afinidad, coincidencia; por tener el mismo jefe o todas las anteriores. Tal parece que es el rival a vencer y, por ello, también como Marco Tulio, sujeto de envidias de la clase política por ser el puntero. Hoy, quien pretenda ganarle, lo tiene que hacer en alianza, nadie lo logrará solo, por lo que los dividendos políticos habrán de ser compartidos. Todo parece indicar que quien cargue la balanza hacia un lado será el PRD, posición aparentemente privilegiada por permitirle escoger a quién le brindará su amor, aunque en la definición podrá dividirse aún más de lo que está al interior, ocasionando daños más severos que los que actualmente presenta. Ya sabremos qué dirán la tercera y cuarta catilinaria de AMLO en 2018.
@marcialmanuel3