Hostilidad en la historia, ¿acusa catástrofe cercana?

El periodo de entre guerras, durante la primera mitad del siglo pasado, se caracterizó por ser una época de hostilidad entre gobiernos y entre grupos sociales en Europa occidental. Las tensiones que detonaron la Primera Guerra Mundial (1914-1918) no se calmaron con el final del conflicto armado, sino que se mantuvieron, mientras las naciones se recuperaban y  volvían a tomar aire, para, en 1939, retomar los enfrentamientos bélicos que terminarían en 1945, tras el agotamiento total de los implicados,  y con una clara y definitoria intervención de Estados Unidos y la Unión Soviética.

Una recesión económica, que mantuvo al orbe entre 1914 y 1945 con el nivel más bajo de crecimiento del Producto Interno Bruto desde la industrialización hasta nuestros días, junto con el descrédito y hundimiento de los valores institucionalizados del liberalismo político decimonónico, crearon un clima que deslegitimó a la democracia como modelo político deseable. Poca legitimidad tenía un sistema que normalizaba el conflicto, la divergencia y la pluralidad, que alargaba discusiones en los parlamentos sobre políticas a implementar y que daba importancia a las ideologías, frente a una crisis económica y a las seductoras promesas de los dirigentes abiertamente antidemocráticos que pregonaban el organicismo y la armonía en la política, mezclado con posiciones claramente racistas.

Los costos de aquellos años fueron muy elevados. Se perdieron millones de vidas humanas y otras tantas que no pudieron nacer. Socialmente provocó un fuerte trauma en la población europea y económicamente devastó la infraestructura productiva que tuvo que ser renovada a partir de financiamiento estadounidense. Políticamente se sacrificaron experiencias democráticas como la Segunda República Española, la República de Weimar y la Tercera República Francesa que, si bien tenían problemas como la sobre fragmentación de sus cámaras de representantes y dificultades en la toma de decisiones, era regímenes constitucionales, basados en la soberanía popular, asentados legalmente y que trajeron avances importantes en sectores como la educación y el equilibrio de poderes.

Ahora bien ¿qué está pasando hoy? En los últimos meses hemos sido testigos de una serie de posturas hostiles que recuerdan aquellas de las décadas de 1920 y 1930. Por un lado, tenemos al ahora ya candidato del Partido Republicano estadounidense, Donald Trump, que señala a los inmigrantes, sobre todo mexicanos, como delincuentes y violadores, que han arrebatado los trabajos a los estadounidenses y promete una política migratoria violenta. Por otro lado tenemos una tensión latente en contra de los principios liberales occidentales por parte de grupos extremos islamistas. Más hacia el oriente, un gobierno de Corea del Norte que amenaza constantemente con ataques militares. Y, por si fuera poco, una nueva primera ministra británica, muy insistente en la renovación de la flota militar con capacidad nuclear, que opera bajo el sistema de destrucción mutua, y con respuestas que escandalizan en el Parlamento británico al mostrarse dispuesta y decidida, de ser necesario, a activar un ataque nuclear capaz de acabar con la vida de miles de personas inocentes.

            Baste recordar lo que ocurría hace un siglo, equiparar las actitudes hostiles de líderes políticos, la radicalización de movimientos sociales y pensar en las repercusiones. Quizá no veamos el desarrollo de una tercera guerra mundial, a la manera en que conocemos que ocurrieron las dos primeras en el siglo pasado, pero que una catástrofe se avecina, ¿quizá?

Hay que detener las reacciones viscerales frente a los tiempos inciertos y de hostilidad política, hay que dejar de secundar a los líderes que proponen solucionar problemas a través del odio, de las barreras y de la expulsión de los que sobran; hay que detener la catástrofe.

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