La tristeza de pasar desapercibido

Yo también fui a Tepito hace unos días y a nadie le importó.  Supongo que por que no soy nadie.

 

Fue interesante leer sobre el revuelo que levantó la visita a Tepito de un hombre que había sido sólo un hombre más, un guerrero más de arena de un ejército eternamente eternizado, hasta que decidió romper una vasija del neolítico dejándola caer al piso con cierta displicencia.

La vasija de Ai Wei Wei
La vasija de Ai Wei Wei

 

 

Ai Wei Wei es hijo de un poeta.  La familia del poeta la pasó mal.  Ai Wei Wei ha sufrido cárcel, exilios y uno que otro zarandeo.  Aquellos gobiernos a los que se les critica por encubrimiento, prácticas antidemocráticas y vulneraciones a los derechos humanos no ven con buenos ojos que la gente ande rompiendo vasijas nomás porque sí.

 

Ya decía Jonathan Swift que muchas veces se pasa a la historia por las razones equivocadas.   A la gente se le quedan grabados en la memoria sólo algunos acontecimientos.  Casi siempre los más escandalosos, como es natural.  Podríamos decir que el acto subversivo anti-cerámica de Ai Wei Wei fue la razón por la cual, visto todo a toro pasado, su visita a Tepito causara más interés que mi propia visita a Tepito.  O al menos es por ese acto vandálico que la gente se acuerda del activista y artista chino.  Y esto no deja de parecerme injusto.

 

Porque yo también rompí un recipiente chino una vez.  Rompí un tibor de la dinastía Ming que estaba en el comedor de casa de mis padres.  Lo hice pedazos con un martillo que tomé con gran sigilo de la caja de herramientas que tenía por ahí escondida el jardinero.  Mi obra de arte hubiera quedado inscrita en los anales de la historia si me hubiera dado tiempo de hacer añicos también a la pareja milenaria de aquel tibor, pero mi padre oyó el primer estruendo y llegó a tiempo para impedir la conclusión del performance.  En lugar de aplaudir mi genialidad, el insensible progenitor me arrancó con furia el arma y me llevó en volandas a un cuarto oscuro de dos por tres, en el que me encerró todo el resto del día y toda la noche de esa jornada para ver si así aprendía a no andar haciéndole al artista conceptual.

 

Ai Wei Wei podrá ser todo lo crítico y contestatario del régimen inhumano e intolerante que le dé la gana.  Pero una cosa es eso, y otra, muy distinta, el reconocimiento a quien sabe romper jarrones con arte.

 

Yo hubiera podido adelantármele a Ai Wei Wei en aquel acto que le consagró, porque a mí se me ocurrió primero lo de romper recipientes valiosos.  Y de haber salido todo como yo lo había planeado en mi mente genial de vándalo de nueve años, el jueves de hace quince días los críticos de arte habrían sido llamados a Tepito por los reporteros para dar fe de que Diego de Ybarra, reconocido y tempranamente prodigioso artista del performance, andaba entre los puestos de la calle de Morelos sustrayendo sin pudor películas piratas de cine de ese al que le llaman cine culto.

 

 

 

 

 

 

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