Imaginario mexicano

Pasemos de las sobremesas alargadas con chistes predecibles y los cafés, consultado el chismófono, a las intrusivas intervenciones y las conversaciones improbables. Ir, del clima, la ola de calor o el tráfico impresionante, a la evaluación implicada de las políticas públicas y la calidad de vida. Buscar la proyección propia y la social en el tiempo. Pensarse, por lo menos en parte, resultado de la educación, reconocerse en la etnicidad múltiple y sus consecuencias. Evocar y establecer la posición propia entre los juegos sociométricos del supremacismo: ése es el ejercicio porque se clama en México a la participación social y la construcción política.

El tiempo de pensar México, con énfasis y sentido, no puede continuar eludiéndose. ¿Cómo hacerlo y desde cuál perspectivismo?, ¿con qué instrumentos de observación? Los historiadores tienen sus métodos. Pasar del acumulatismo del viejo e ineludible Heródoto para contar las cosas desde la sucesión de hechos, recurrir a la espiral ascendente de Spengler para ver en cada vuelta de la historia los errores y los aciertos, considerar el péndulo de Toynbee para sabernos en un momento de nuestra migración o nuestro establecimiento, o reconocer en los trabajos de Kapuscinzki el efecto de las fronteras en el espíritu y las formas de vida. El conjunto de aprendizajes nos lega una visión en compromiso.

Con estos y otros elementos constituimos un arsenal de recursos metodológicos que sumados al ejercicio de la reflexión personal, social, política a veces, ¿qué imaginario mexicano podemos construir? El Alma de México que propuso Fuentes, o El laberinto de la soledad que heredó Paz, La raza de bronce, del Ulises criollo que revela Vasconcelos, son todos estribos para apoyar un sentido del devenir, aunque no alcancen a rendir cuenta de la totalidad de esta complejidad denominada México.

La mexicanidad es huérfana porque a base de parricidios, grita que ni padre ni madre le convocan y convencen. Poco se reconoce en la historia que legue y abone en la construcción de una identidad que sea amalgama de gestas y momentos gloriosos, de tragedias superadas, de destinos alcanzados. La mexicanidad reclama una proyección en el tiempo para este espacio y territorio. Pese al hecho que las telecomunicaciones han acercado lo lejano y alejado lo próximo, el aquí y ahora sigue teniendo una referencia física, analógica, material: la geografía, el espacio entre fronteras.

¿Qué hay en este recipiente territorial de migraciones? Es este espacio de asentamientos sucesivos y relevantes porque la sustitución reemplaza a unos para agregar a otros en un ejercicio de constante “puebla” o “despuebla” como se prefiera mirar angularmente. ¿Qué hay para despertar curiosidades recíprocas? Respeto en todos los frentes. ¿Qué mueve a la construcción de una identidad común? Un denominador en que los individuos dotados de ciudadanía, de nacionalidad, se reconozcan y aprecien. ¿Cuáles son las premisas que contribuyen a la construcción de un sistema? Que al igualar las posiciones de salida, facilite la igualdad de oportunidades y abone a la meritocracia.

En el México precolombino, en el centro del país, en el norte o el sureste, ¿qué hay de legado común que enorgullezca? Un héroe de leyenda cuya virtud es el sigilo aquí, un poeta allá, un guerrero o dos o cien en el territorio, unos cuantos mártires reconocidos y muchos caídos en el anonimato de los que poco importan. Una historia contada por los vencedores. Una historia hecha para depredar y no para crear. Un tiempo que es siempre corto para quienes abusan del territorio. Un tiempo breve como el de los hombres y de las mujeres que canta Nezahualcóyotl:

-No para siempre aquí

sólo un poco aquí.

Como una pintura…

nos iremos borrando.

La movilidad social al interno del territorio es poca y anquilosada. Los polos de atracción no lo son siempre por las razones adecuadas. Tijuana es perversa en sus modos de ofertar el empleo (…). Yucatán embelesa por las razones menos seductoras, porque hay crimen e inseguridad en otros lados. La Ciudad de México porque todo –o casi– está allí. Moverse pál norte es ya otra cosa, pál sur, ni pensarlo; más allá del charco si se cuenta con un mínimo de subsistencia y de educación, sí es opción.

Y así ha sido, en la Colonia, en la Independencia, en la Reforma, durante el Imperio, en la Dictadura, en la Revolución, durante el Maximato, durante el PRI-gobierno, el PAN-zazo, o las sucesivas corrupto-cracias.

¿Quién piensa en México? ¿Quién le proyecta e imagina? Los intelectuales comentan y ponderan sus angulares puntos de vista (generalmente sólo críticos), los artistas le intentan mirar en sus fusiones y devenires, pero no en sus potencialidades o desde sus lecciones. De aquél recurrido ejercicio que consiste en preguntarse “qué perdería el mundo si desapareciera México”, mueve la idea que se perdería un potencial de humanidad nada despreciable. Y al decir esto pensamos que, a través del mestizaje, ya practicado en sus tierras peninsulares por los conquistadores, México tiene en su mixidad, un potencial inexplorado, el potencial de un proyecto de humanidad mestizada y enriquecida en ese suave blend de la multietnicidad en continuum.

Ocurre, sin embargo, que el racismo, el supremacismo, el sectarismo y la discriminación concomitante inhiben las mezclas, al punto de constituir imaginarios pervertidos e ilegítimos. Casta-divina, limpieza de sangre, títulos de nobleza o pretendida alcurnia sin título (como la clase porfiriana que transformó a caciques y vaqueros en grandes señoríos), son fórmulas responsables del afeamiento de la población, hoy con más grasa, con menos educación, con problemas estructurales asociados al déficit alimentario, como el tamaño mismo de las personas o el desarrollo neuromotor o psicológico de las mismas.

La estridencia del populacho mexicano alrededor de los centros urbanos donde hoy se concentra la mayor parte de la población, nace de la rabia, de la falta de empleo digno y bien remunerado, de la frustración y de la apuesta por lo aparentemente efímero de esa situación: el México de la esperanza es el México populista y fácil de seducir con las prevaricaciones de los diagnósticos con dedicatoria y los pronósticos sin responsable.

Este país requiere de sus nuevos actores, porque los tiene. Participantes que asuman no sólo desde la crítica facilita, sino desde la acción comprometida también, desde la sofisticación de sus formaciones y, con el compromiso de su reconocimiento, el reto de conducir a México. Este país, sí que puede ser gobernado por sus mejores jóvenes y con apoyo cuando sea necesario de la experiencia que está allí para ser cuestionada y mantenida en diálogo. La caprichosa molécula de una materia llamada Sentido, una composición de ingeniería social que lleva a gobernar más desde la responsabilidad asumida que desde el poder deseado.

El respaldo a este ejercicio está en las clases medias industriales, en las clases medias educadas con recursos de la República, en las clases medias con visión del mundo, con capacidad de empeñar sus palabras en acciones, también en las dignidades que aparecen entre los menos favorecidos, que construyen visión universal sin necesidad de grandes desplazamientos. Una clase, en fin, que no sea acomodaticia y que no practique la componenda del no-le-muevas o del hacer “a modo”.

El trazo está allí, ahora falta afinar el dibujo, darle dimensión, perspectiva, profundidad, ajustes, color, sentido. Hay un México mejor que se evoca en voces sin cola que pisar, en individuos al tiempo sencillos y sofisticados que construyen como dice Merton, “observaciones ingenuas de observadores sofisticados que saben hacer preguntas, aunque duelan”.

Esos son los que requiere el país, no aquellos que buscan el poder, sino quienes estén dispuestos a asumirlo a costes importantes para su vida. Sí, porque México necesita de sacrificios, de quehaceres sagrados, intensos, de actos que se invierten en futuros que son sólo inciertos para quienes no los saben ver.

México reclama una “molécula de sentido” capaz de explicar, construir y proyectar su realidad para hacerla ejemplar sin ufanarse. Necesaria en el mundo y emblemática en sus zonas de expresión.

Estamos viviendo en México el período preelectoral, los candidatos de los partidos están en el arrancadero de las primeras competencias. Otros, llamados independientes, algunos que se etiquetan ciudadanos, quieren correr con sus propias reglas. ¿Cuánto hay allí de intereses menos oscuros que obtusos? ¿Cuánto de luchas personales por posicionamientos y canonjías? ¿Dónde cabe en ellos la visión amplia? ¿Quién señala un rumbo, un programa, acciones convincentes? ¿Quién asume para sí el carisma de una carrera sin tregua hasta el horizonte?

Esa molécula mexicana existe y el país reclama su asociación atómica. Es tiempo de pasar  al texto, a la palabra que es acción, a la remediación de voces que saben conjugar y construir la primera persona del plural: nosotros.

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