Pacto por México, todos ganan y todos pierden

El Pacto por México representa el primer esfuerzo conciliador, enfocado al consenso y la construcción de acuerdos, medianamente concretado, entre las fuerzas políticas del país desde 1997, año en que el PRI pierde mayoría absoluta en el Congreso de la Unión.

En el 2006 Felipe Calderón, asfixiado por la crisis de legitimidad más acuciosa que  un Presidente ha experimentado desde 1988, parado en un ladrillo, un ladrillito, de  .56% de alto, intenta articular una plataforma similar. Se trataba entonces de avanzar en la Ley Para la Reforma del Estado, cimentando, junto con una enloquecida declaración de guerra al narcotráfico, elementos mínimos de estabilidad política capaces de aglutinar voluntades en torno a un muy endeble mandato constitucional.

Para este efecto se constituyó la Comisión Ejecutiva de Negociación y Construcción de Acuerdos (CENCA), entendida como el órgano rector de la conducción del proceso de la Reforma del Estado de México. Dicha Comisión estaba integrada por los Presidentes de la Mesa Directiva de la Cámara de Senadores y de la Cámara de Diputados, los coordinadores de cada Grupo Parlamentario en ambas cámaras y las Presidencias de las comisiones de Reforma de las dos Cámaras. Participaban también, con derecho a voz pero sin derecho a voto, representantes del Poder Ejecutivo Federal y las presidencias de los partidos políticos nacionales.

Lo que se anunció  con bomba y platillo, presentado ante la ciudadanía como el punto de encuentro de las más variadas visiones programáticas  del  espectro político nacional, destinado a transformar nuestro sistema político, resultó ser un fiasco. El horno no estaba para bollos; los “legítimos” pedían cabezas, los “espurios” anhelaban cariño.

En los hechos lo que se logró fue empoderar al PRI, especialmente a Manlio Fabio Beltrones, principal artífice del CENCA y quien desde entonces asumió  el rol de agente bisagra. Perdió Calderón, quién le cedió, puerilmente, poder de agenda y capacidad de conducción en el Congreso a Beltrones, y perdió la izquierda también, aislándose del ejercicio político institucional, dinamitando su bono democrático para encontrarse después como simple convidado de piedra, testigo rabiosos pero silente. Los resultados están  a la vista de todos: la Reforma Política no contempló elementos sustantivos como la reelección de diputados, manteniendo intacto el dominio de las cúpulas partidistas sobre la voluntad popular; el PRI en Los Pinos; Beltrones como “agente del cambio”, una vez más.

Maquiavelo decía que es naturaleza humana obligarnos mutuamente a partir de beneficios, a esto  podríamos añadir que la actividad política encuentra también en este axioma definición y razón de ser. El Pacto por México es acción política, clara y contundente. Hay beneficios, mutuos y compartidos, como también hay riesgos y costos. La sensatez de las fuerzas políticas, más allá de responder al fin ulterior de mejorar las condiciones actuales del país, conlleva un afán de lograr capitalizar políticamente el éxito de tal empresa.

Peña Nieto se sienta a la mesa, y de hecho la pone, como naturalmente debería de ser, entendiendo que su victoria electoral despertó mucho descontento; una higiene electoral harto criticable; vicios atávicos enseñoreándose de las contiendas políticas; franco repudio de un amplio sector social, etc. El PRI de siempre no ha regresado, parece decir, miren como nosotros si somos bien democráticos. Gana legitimidad, claro está, pero pierde viabilidad al asumir compromisos que antagonizan, de manera evidente, con los grupos de poder que tan afanosamente lo acompañaron en su camino a la Presidencia. Apostará por la postergación de los temas más espinosos (competencia en el sector telecomunicaciones, nueva Ley Minera, regímenes de consolidación fiscal, etc.), hasta después de las elecciones del 2015, tratando de dilatar las negociaciones, buscando en todo momento que no se concreten. Dependerá de la Izquierda y del PAN obligarlo a cumplir, así como, de no hacerlo, saberle endilgar el costo político de su renuencia.

La Izquierda “moderna” e “inteligente”, como se quiere asumir el PRD de los chuchos, una izquierda “propositiva”, constructora de acuerdos y demás, gana al firmar el Pacto. Gana ante la sociedad por definirse como una opción de cambio responsable, pero pierde también  al enfocarse en las etiquetas más que en los contenidos; al anhelar  cierta percepción dentro de la ciudadanía en vez de profundizar el sentido social del Pacto.

AMLO pierde al desdeñar el Pacto. Pierde porque sigue enfrascado en su discurso confrontacional, considerando al Pacto como “más de los mismo”, sin darse cuenta, o aunque sea sin decirlo públicamente, que varias de sus propuestas de campaña se encuentran contenidas en el mismo. Esta conquista no es una concesión graciosa del PRI o el PAN; es un reconocimiento a la gran fuerza electoral de la izquierda progresista, a los 16 millones de votos alcanzados en las urnas. Se equivoca AMLO al no defenderlas, al no buscar que se vuelvan realidad, así se a través del Pacto por México.

 

 

 

 

 

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