Tiempo de piratas

rnesto Sábato mencionaba que la mayor muestra de originalidad del ser humano es su capacidad por dejar de manifiesto la mediocridad de cuanto le rodea, más que en crear algo de la nada. Ser original, pues, no reposaba —en la óptica del autor de Sobre héroes y tumbas— en la condición de no aprovechar las ideas ajenas, sino en el hecho de lograr con ellas algo no antes visto, llegar más lejos que quienes las hubieran formulado.

En tal sentido, pues, bien podríamos decir que poco de lo que hoy conocemos y hace andar al mundo está —por decirlo de algún modo— libre del pecado de la piratería: pocas ideas son químicamente puras, impolutas de algún atisbo de ideas ajenas. Todo cuanto nos rodea, por innovador que ahora nos resulte, no deja de ser más que el acrisolamiento de infinidad de un cúmulo de inventos, descubrimientos y hallazgos que a lo largo de los siglos han ido sedimentándose en el saber humano. Así como, desde la primera novela hasta el último éxito editorial de Stieg Larsson, el género ha transitado incansablemente en torno del circuito amor-ambición-venganza-muerte sin que por ello deje de ser innovador en cada nueva creación y época, así también la originalidad en todos los campos de desarrollo humano no ha estado ni debería estar supeditada al impedimento de recuperar ideas previas; la exigencia, la condición insalvable es, en efecto, lograr con éstas algo no antes visto.

En tal sentido, el desarrollo de la humanidad se debe en gran medida al aprovechamiento de las creaciones e ideas que cada generación recuperó de las anteriores. Ahora que diversos ejercicios legislativos en varios países del mundo —desde la española Ley Sinde, hasta la mencionadísima SOPA en Estados Unidos— han puesto el dedo sobre el renglón de la piratería y la imprescindible necesidad de contenerla, viene a cuento toda esta disertación previa para reflexionar, para hilar fino —dirían las abuelas— y reconocer que, así como el plagio intelectual y su lucro son indefendible, así también hay algo de pirata en toda actividad del ser humano, así como en sus más grandes logros científicos, tecnológicos y artísticos.

En esa línea emancipadora del concepto, de recuperación de las libertades para crear a partir de lo ya existente, de pensar sobre los hombros de los grandes pensadores que nos antecedieron, de crear arte inspirados por la sensibilidad de otros grandes artistas, han surgido en Europa las formaciones políticas autodenominadas “piratas” que, tal como los verdes hace poco más de dos décadas, han venido a revolucionar el anquilosado escenario político.

Sus primeros pasos, su aparición en la escena pública se dio en los países escandinavos desde finales de los noventa y, al paso de algunos, comenzaron a sentar sus reales en otros países como Alemania, en donde el Partido Pirata ha participado desde hace tiempo en elecciones legislativas regionales y nacionales con escaso apoyo, pero poco a poco se está ganando un espacio dentro del escenario político europeo. Su primer triunfo, fue obtener un escaño para el Parlamento de la Unión Europea y lograr que un parlamentario socialdemócrata alemán se pasara a sus filas, logrando por primera vez representación en el bundestag alemán.

El ejemplo ha comenzado a cundir, y en la actualidad se encuentran partidos políticos piratas en casi todos los países de Europa y en proceso de formación en naciones latinoamericanas como Colombia. A tal punto ha llegado su incipiente fuerza, que al igual que los partidos democratacristianos y socialdemócartas en el mundo, ya configuraron su propia Internacional.

Su crecimiento electoral en las más recientes elecciones legislativas celebradas en Berlín, donde se convirtieron en la tercera fuerza política, demuestra que ésta nueva opción política recoge el voto de aquellos ciudadanos insatisfechos con las terribles condiciones económicas que aquejan al Viejo Continente y, de paso, parecen convertirse en crisol de la impotencia y el descontento que privan en amplios segmentos de la población.

Hay, pues, en esa defensa de la piratería como esencia del espíritu libre del ser humano, un sentido de emancipación, de reivindicación de las libertades creativas, como esencia de nuestra civilización… de reconocimiento de que en una forma u otra forma hay en cada uno de nosotros un poco de pirata.

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