Los gatos

Ocupados en distintos asuntos, obligados a resolverlos en ese instante, brincan a la mesa, se sientan encima del teclado, dirigen el mouse de la computadora, escribiendo un misterioso aforismo. La elasticidad de su cuerpo no hace más flexibles sus decisiones. Montaigne tenía la compañía de varios eruditos que ponían en orden su inmensa biblioteca, y cuando les pedía consejo para alguna línea de sus ensayos, tomaba un cordón y dialogaban importantes cuestiones, y concluía que el gato era el que jugaba con él. Se debaten en dilemas que requieren de un serio análisis, T. S. Eliot, en su poema del gato llamado The Rum Tum Tugger, describe su hamletiana personalidad, ante la densidad del aburrimiento quiere ir afuera y como “siempre está del lado equivocado de la puerta”, hay que volver a invitarlo a pasar, entrando en un círculo interminable de dudas, entradas y salidas.

En las entrevistas siempre tienen algo que decir, maúllan participando en el momento más polémico de la conversación aportando desconcierto y derribando un argumento que se pierde a la menor divagación. En una demostración de la inestabilidad de la materia tienen la capacidad de desaparecer, buscarlos es una misión de psíquicos y magos, capaces de ver fantasmas y espíritus, y una vez agotados los recursos de la investigación, ¡zaz! Aparecen con paso silencioso, y mira alrededor preguntándose qué interrumpió su paseo. Impacientes, no les gusta posar para pintores, obligan a que la memoria y la observación trabajen, susceptibles detectan cuando los miran y se mueven de inmediato, Leonardo y Foujita los retrataron en movimiento o dormidos que es la única forma de que estén quietos.

gato en caja
“La Ronrris”. (Foto: Avelina Lésper).

Estudiar un gato para dibujarlo debería ser una materia obligada en las carreras de arte, ver si la elástica columna gira del lado derecho o el izquierdo y si la proporción de la cola varía según las circunstancias. Rayados, rojos, grises, blancos, combinados, negros, con traje de noche tipo tuxedo, con calcetines y guantes, chalecos, antifaces, cejas y bigotillos blancos, el ajuar es interminable, con obsesión lo cuidan, se hacen largas toilettes, baños delicados y profundos. Ahuyentan a la soledad, a la tristeza y a las plagas que merodean una casa, limpian de dolor el alma y con su mirada nos dicen que son fieles, vigilantes y protectores. Contemplan por las ventanas añorando el espacio, ven pasar a los pájaros, y mientras beben un poco de leche o se saborean un plato de crema, con el movimiento de la cola nos dicen que aún son salvajes.

En el desayuno compartimos un poquito de pan, en la cena adoran la avena o una hoja de espinaca, nos hacen sentir que les gusta lo que hacemos, que viven nuestro presente en completa entrega, que no escatiman su presencia. Ven llegar a la noche con sus ojos brillantes, y se trasforman, recuperan su leyenda, se mitifican en el interminable abismo de los seños, y calientan el regazo, duermen con su pausada respiración, abrazándonos y diciéndonos: somos solitarios en compañía.

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